
Ajena
claridad
Quisieron
dejar atrás la oscuridad del rebozo que cubría su cabeza y prefirieron
buscar la luz en pañuelos de origen estadounidense; pero el significado
de esa luz que tanto anhelan se extiende más allá del mero cambio en su
indumentaria; tiene que ver con la búsqueda de lo que ellos consideran
una vida mejor.
SAN BARTOLOME QUIALANA, Tlacolula, Oax.- Dejaron el rebozo y dieron paso
a los "pañuelos" para cubrir su cabeza del sol. La influencia estadounidense
ha sido tal, que casi sin darse cuenta, las mujeres de esta tierra fueron
sustituyendo parte de su indumentaria tradicional. De la oscuridad de
los rebozos, pasaron a la luz de vivos colores, que a pesar de su belleza,
representan un elemento ajeno a su cultura.
Desde
que comienzan a dar sus primeros pasos, las niñas de San Bartolomé Quialana
lucen grandes pañuelos que cubren sus pequeñas cabezas. Los colores verde,
rosado, amarillo y azul visten las calles de este pueblo. Pareciera que
alguien atrapó todas las flores del campo para después colocarlas cuidadosamente
sobre la tela de los pañuelos y agregarles hilos dorados que con los rayos
del sol brillan intensamente.
Las
blusas también son de colores llamativos. Las hay de dos tipos: de telas
brillosas y un solo color, o de telas opacas y repletas de flores.
La
falda, en cambio, es de un solo tipo: telas a cuadros en tonos oscuros
que cubren sus piernas y llegan casi a los tobillos.
Llegar
a la tierra de estas mujeres es sencillo; basta tomar la carretera federal
190, que se ubica al este de la capital oaxaqueña, avanzar 32 kilómetros
hasta llegar a Tlacolula de Matamoros, seguir la desviación que lleva
al sur de este lugar y recorrer aproximadamente siete kilómetros más.
Lo
que no es fácil, es que ellas permitan ser retratadas; la convivencia
con personas ajenas a su comunidad les resulta poco grato porque piensan
que sólo quieren sacar provecho de ellas, sin embargo, algunas aceptan
platicar, quizás para desahogar un poco sus penas.
La
partida se acerca
El encuentro es casual; Isabel se dirige a una humilde construcción en
la que ella y sus cuatro hijos esperan la llegada del "jefe de la familia".
Basta intercambiar unas cuantas palabras para que sin planearlo, surja
el tema de la migración.
Isabel
baja con cuidado la calle principal de su pueblo, lleva a su hijo menor
amarrado a su cuerpo con el rebozo negro que antes cubría su larga cabellera.
De un tiempo para acá, estas piezas ya sólo se utilizan para mantener
a los hijos unidos al cuerpo de sus madres, mientras ellas cargan su bolsa
o canastos con las manos.
Isabel
es una mujer relativamente joven, no tendrá más de 35 años y ya tiene
la responsabilidad de cuidar a cuatro hijos menores de nueve años. Su
esposo partió a los Estados Unidos, por lo que ella tiene que buscar la
manera de proveerlos de alimentos.
Aunque
el hombre manda dinero para los cuatro niños, nada puede llenar el vacío
de su ausencia.
Los
niños aún no entienden por qué su padre está tan lejos; sólo saben que
cada quince días su madre regresa a la casa con el dinero que él les manda.
Ese día, su rostro luce distinto a los demás, porque no tiene que angustiarse
para conseguir el alimento. Lo que ellos no perciben, es que al mismo
tiempo hay un cierto dejo de tristeza cuando ella piensa en todo lo que
habrá tenido que pasar su esposo para mandarle ese dinero.
La
batalla diaria
La necesidad aquí, al igual que en gran parte del territorio oaxaqueño,
es muy grande porque el trabajo en el campo apenas deja para medio comer.
Quienes tienen familiares en los Estados Unidos son los únicos que viven
un poco mejor; pero los que no, tienen que sembrar maíz, frijol o garbanzo
y trabajar de sol a sol para conseguir que la tierra responda a sus necesidades.
Con el producto de sus cosechas, las mujeres de San Bartolomé Quialana
se van al mercado de Tlacolula de Matamoros con la esperanza de vender
lo suficiente para completar la alimentación de la familia, que por lo
regular se reduce a frijoles y nopales acompañados por tortilla.
Las
mujeres de Quialana han tenido que idear una variedad de guisos con estos
mismos elementos, para que sus hijos y esposos sigan consumiéndolos.
Sólo
durante las fiestas o los domingos se dan el lujo de comer carne, unas
veces pollo, otras veces carne de res o de puerco, pero en general el
consumo de estos alimentos es escaso.
Antes
de entrar a la escuela primaria, la mayoría de las niñas de esta comunidad
se meten a la cocina con sus mamás para empezar a "echar memela" con su
mamá, es decir, para moldear la masa y hacer las primeras tortillas que
acompañarán su comida.
Mientras
son pequeñas y necesitan estar con sus padres, las mujeres de San Bartolomé
Quialana ayudan en las labores del hogar, pero una vez que crecen, la
historia es distinta.
A
esta población llegan personas con el propósito de invitar a las muchachas
a irse a trabajar a la Ciudad de México; les ofrecen un buen sueldo y
un lugar para dormir. Así se han ido algunas, que con el paso del tiempo
hacen su vida allá y pierden contacto con su familia.
Otras
toman la decisión de irse más lejos, de cruzar la frontera que las llevará
a reunirse con sus hermanos, esposos o padres que ya lograron pisar el
suelo de los Estados Unidos.
Este
sábado sale un camión para allá, cuenta Isabel, pero ella se queda aquí,
al lado de sus hijos.
|