Jornada 5:   Erfoud-Merzouga (Erg Chebby)
Lunes, 4 de agosto de 1997 
 
           Salimos de Erfoud, no sin antes desayunar en condiciones, hacerse las fotos de rigor, pagar la cuenta del hotel y hacer acopio de agua y de gasoil. 
Erfoud
Es una pequeña ciudad (10.000 h.)a las puertas del mismísimo desierto. Se sitúa al final del oasis que sigue el curso del río Ziz. No es gran cosa: algunos hoteles decadentes donde descansar antes o después de salir al desierto, un zoco, alguna oficina bancaria y tiendas donde aprovisionarse de agua y víveres. 
 
 
Este es Carlos, el Sheriff de la expedición
 Teníamos algunos WayPoints (el especialista en el GPS es mi amigo Carlos) que nos indicaban el camino a seguir hacia Merzouga. Yo, a pesar de mi talante tecnológico, debo decir que, al principio del viaje, confiar mi destino al cacharrito ése me daba cierto reparo, pero después de verlo funcionar creo que es una verdadera maravilla. 
A pesar del acoso de los guías (esto no era ninguna novedad), optamos por ir por nuestra cuenta (hubo cierta polémica en el grupo la noche anterior por éste motivo). Pero prevaleció la falta de espacio en el coche y la confianza de Carlos en el GPS, y...
 
Abandonamos Erfoud por una transversal que termina en una especie de plazoleta, a la izquierda de la calle principal, donde estaba el hotel. A los pocos kilómetros  tomamos una pista que se adentraba en la nada. Porque éso es lo que nos rodeaba. Por fin estábamos en el Sáhara. Impresiona verse rodeado de tanta desolación. Uno se siente muy, muy pequeño. 
La Pista. La Nada
        Aunque hacía bastante calor, debo decir que tuvimos suerte, porque el día estaba algo nublado y no sufrimos el rigor del sol en toda su fuerza; aun así, hacía bastante calor y había mucho, mucho polvo. Así que hubo que tomar medidas para evitar tragar demasiada arena del desierto.
Medidas antipolvo
La pista. Al fondo, enormes dunas
         Hace años que tenía ganas de conocer el desierto, y debo decir que la experiencia fue extraordinaria. Es uno de esos sitios donde retomamos nuestra verdadera dimensión; donde volvemos a ser criaturas tremendamente indefensas y nuestras débiles fuerzas poco pueden hacer respecto de la omnipotente Naturaleza, donde te das cuenta...

        Bueno ¡ya vale!, no quiero ponerme místico. Pero deciros que quiero volver y que os recomiendo la experiencia. Total, que ahí estábamos. La pista no era mala, aunque en muchos tramos el suelo estaba fuertemente ondulado y muy endurecido, por lo que había que pasar muy despacio.
El maravilloso Mitsubishi Pajero 2.5 TD donde nuestros aguerridos viajeros realizaron el periplo que se muestra en estas páginas.
Hablo de  "la pista", pero es inexacto. Debería decir mejor "las múltiples pistas" que se cruzan y entrecruzan constantemente. Presumiblemente casi todas van al mismo sitio, pues son variantes de un mismo camino al que el paso de vehículos ha ido abriendo alternativas conforme se deterioraba la pista principal. Pero cuando las pistas se extienden en un espacio de 300 metros de ancho y no hay manera de distinguir  si siguen la  misma
 dirección o no, o, incluso, si se trata de una pista o de suelo polvoriento, la cosa ya no parece tan fácil.

         Unos 20 kms más adelante, hasta que vimos a lo lejos una especie de edificación. Nos desviamos de la pista y... nos hicimos más fotos. Sí, ya sé que son un poco típicas, pero bueno...
Carlos y unos amigos Estos bichos son más listos de lo que aparentan
Ya estamos todos
 
        Justo mientras hacíamos  estas fotos, empezó a soplar el viento, se cubrió el cielo y empezó a llover. Sí, por increíble que parezca, habíamos tenido la suerte de ver una tormenta en el desierto. En cuestión de minutos, el viento cubrió con arena el suelo y la pista se volvió irreconocible. Entonces mis compañeros  vieron caer un rayo bastante cerca.

        Yo no lo vi: estaba haciendo una foto a unos metros del coche (a estas temperaturas no desagrada la lluvia). Pero debió de ser sobrecogedor, a juzgar por los gritos con que me obligaron a resguardarme inmediatamente. Seguimos camino, dejando Rissani a la izquierda. Hacia las 12 del mediodía llegamos a Merzouga.
 
 
Merzouga 
 El punto más al sur de nuestro viaje. Es una aldea de  casas de barro que se confunden con el color del suelo. En Merzouga nos alojamos en el Albergue Le Touareg, del inefable Hassán. Es una especie de barracón de huéspedes donde la vida se hace prácticamente en común. 
 En el Albergue Le touareg
        A Merzouga se llega después de andar unos 50 kms por pistas. El camino es una especie de preparación para lo que te vas a encontrar al final. Tras esos kilómetros por la planicie reseca e inhóspita aparece un pueblecillo tuareg de adobe. Los que gusten de las comodidades deberán olvidarse de ellas por un tiempo o desistir de visitarlo. No se debe olvidar que estamos en un lugar muy pequeño, a 15 kms de la frontera con Argelia y en el desierto.
En el albergue de Hassán no existe la prisa.  Con las enormes dunas Erg Chebbi a apenas un kilómetro y rodeados por la arena hay tiempo para sentarse y conversar de cualquier cosa. El calor, el ambiente y la hospitalidad de Hassán 
Erg Chebby
Las dunas más altas de Marruecos. 
Alcanzan unos 150 metros de altura 
hacen que se olvide el reloj y uno sólo se preocupe de ver caer la tarde. El anfitrión es un hábil comerciante e inteligente conversador.
 
El Albergue Le Touareg es una especie de comuna. Si alguien sabe de polivalencia de espacios y mobiliario ése es Hassan. Las mismas sillas y mesa que vemos en la foto pertenecían al interior de la Indolente atardecer en Merzouga casa: pero es que son las únicas que había. Las camas (cajones con patas y un colchón de espuma) servían por el día de banco corrido para la gente. 
 
 
Erg Chebby desde la terraza
Esta es la vista desde la terraza de Hassan
Neblina al atardecer
El desierto al atardecer
 
 
Tajin y melón... peligrosa combinación Pero lo mejor fue la noche: nunca había dormido bajo un cielo tan limpio y estrellado. El Albergue tiene cinco o seis habitaciones, pero creo que estaban todas ocupadas (había allí al menos treinta personas alojadas, aunque sólo las vimos por la noche, porque al llegar ´creímos que estábamos solos; y os aseguro que todo el albergue no tiene más de 200 metros cuadrados)
 
        Como os decía, optamos por dormir en la terraza. Y las estrellas nos sirvieron de techo. Aquella noche hizo mucho viento, lo que me impidió dormir. Bueno; eso y el mono(=melón) que nos zampamos de postre en la cena y que me sentó francamente mal. Hubo que visitar las letrinas un par de veces durante la noche; y la verdad...
 

 
Volver
Inicio
Siguiente
 
Correo a mremon@geocities.com
 
 
Click to see more great pages on Entertainment.