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El mito de la globalización
James Petras y Chronis Polychroniou

Ajoblanco nº 105 Marzo 1998

James Petras, el sociólogo estadounidense, autor del informe Padres e hijos, dos generaciones de trabajadores españoles (Ajoblanco, verano 1996), aporta un enfoque nuevo y demoledor que desmitifica la retórica de "la globalización", "el mercado mundial", "la lógica del capital", con la que los amos de las economías intentan justificar el desmantelamiento del Estado del Bienestar. Lejos de ser tendencias naturales de la economía, son estrategias de personas y grupos que manejan los grandes centros de poder, contra las que se puede y se debe luchar.

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Durante el último Cuarto del siglo xx, la actividad económica internacional ha experimentado un considerable aumento. La producción internacional, el comercio mundial de bienes y servicios, la inversión exterior directa y la transferencia de divisas a través de las fronteras nacionales han llegado a constituir aspectos fundamentales de la vida económica del capitalismo y, en consecuencia, están definiendo su dinámica de desarrollo. Por ejemplo, la inversión exterior directa (IED), la actividad económica más significativa para la expansión del capitalismo transnacional, durante los años ochenta creció cuatro veces más deprisa que el producto nacional bruto de los países miembros de la OECD (Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica), tres veces más que el comercio y cuatro más que la producción mundial durante el mismo periodo. Paralelamente, las corporaciones multinacionales (principales agentes responsables de la IED) han alcanzado los confines del globo y, de hecho, experimentan un crecimiento mucho mayor que la economía mundial en conjunto.

Este aumento de la actividad económica internacional, al que hoy en día mucha gente denomina "globalización", ha sido interpretado por la mayor parte de los expertos académicos, los funcionarios públicos y los medios de comunicación como el heraldo del advenimiento de una nueva era para la economía mundial. Son muchos quienes sostienen que las transformaciones revolucionarias de las tecnologías de la comunicación y el transporte, junto con la reestructuración de las finanzas globales y la organización de la producción más allá de las fronteras nacionales, están contribuyendo a la creación de un mundo en el que valores e intereses compartidos unen a las naciones y donde la economía de cada país funciona como una mera pieza del mercado mundial. Según la tesis de la globalización, asistimos a la constitución de un sistema económico radicalmente distinto al que hemos conocido hasta la fecha y no hay alternativa al proceso global de integración y recomposición. La sociedad global dirige el mercado doméstico y la política económica de las naciones.

No cabe duda de que la transnacionalizacíón de la vida económica es uno de los rasgos más llamativos de este fin de siglo. No obstante, la tesis de la "globalización" se fundamenta en gran medida en mitos y conceptos erróneos que son fruto de la estrechez de los enfoques políticos adoptados, de una visión de la realidad social que prescinde de la historia, y de flagrantes malentendidos acerca de los procesos y fuerzas sociales que están remodelando la economía mundial.

En primer lugar, el avance hacia la integración internacional de las economías nacionales es tan antiguo como la misma historia del capitalismo. La globalización comenzó a finales del siglo XV con la ascensión del capitalismo y su expansión hacia ultramar: la conquista y explotación de Asia, África y América Latina, y los asentamientos coloniales blancos en África del Norte y Australia, constituyen claros ejemplos de globalización. Desde el principio la "globalización" estuvo ligada al imperialismo; difícilmente puede considerarse un fenómeno nuevo. Lo único que tiene de nuevo es el nombre. Los principales agentes económicos de la actualidad, las corporaciones multinacionales, desempeñan el papel que antes realizaban las empresas mercantiles (integración y apropiación de recursos y explotación de mano de obra barata) mientras los estados imperiales extraen recursos internos para financiar la expansión en ultramar y asegurar así las condiciones que posibilitan una acumulación global de capitales.

En segundo lugar, la globalización no es un proceso homogéneo o lineal de progresiva integración mundial. Tanto el Norte y el Sur como las economías nacionales han oscilado entre el mercado global y el nacional-regional a lo largo de los últimos quinientos años. La integración internacional de las economías nacionales ha experimentado varios ciclos ascendentes y descendentes. En muchos aspectos fundamentales, había mayor integración en la economía mundial a finales del siglo XIX que en la actualidad. Asimismo es importante recordar que la globalización, tanto hoy como en el pasado, siempre se ha restringido a zonas geográficas determinadas y no afecta más que a una porción bastante pequeña de la población mundial.

La pauta de la evolución de la inversión exterior se ha traducido en un alejamiento respecto al mundo subdesarrollado para dirigirse preferentemente a los centros industriales. Por ejemplo, mientras en 1924 el flujo de capitales hacia el Tercer Mundo rondaba el 75 por ciento, en 1938 había caído hasta el 55 % y en 1960 al 40 por ciento.

En  1993, el flujo de inversión exterior directa hacia los cuarenta y siete países menos desarrollados no alcanzó más del 0,7 por ciento. Más del 80 por ciento de toda la IED se invierte en países industrializados. Y ello en nombre de la integración global y el desarrollo del mundo.

El quid de la cuestión es éste: constituye un grave error de concepto considerar que la globalización es un proceso inevitable o la "última" fase del capitalismo (la culminación de la historia). La globalización es un fenómeno "cíclico" que se alterna con periodos de desarrollo nacional, producto de políticas estatales vinculadas a instituciones económicas internacionales.

Las pautas cíclicas de la globalización dependen en gran medida de la situación específica de las distintas clases sociales y de las fuerzas gubernamentales, así como de otras condiciones políticas y económicas que afectan al proceso de acumulación de capitales: el auge del globalismo es producto, en gran medida, de la aplastante derrota de la clase obrera, el campesinado y los pequeños empresarios a manos de las fuerzas capitalistas que, desde el poder, imponen políticas contrarias al Estado del Bienestar, con el consiguiente descenso del nivel de vida, y crean incentivos estatales para promover las estrategias de exportación. El declive de la "globalización" es resultado de la crisis mundial del capitalismo (igual que durante los años treinta) y del surgimiento de movimientos revolucionarios sociales y nacionalistas que subordinan los cambios externos a las necesidades nacionales y al desarrollo interno (quede claro que NO estamos describiendo la "autarquía"). El ascenso del globalismo está íntimamente relacionado con el recrudecimiento del conflicto de clases y la disminución de los beneficios que tienen lugar durante el período de globalización limitada asociado al Estado del Bienestar.

Éxito del capital al socavar el poder popular, desmantelar el Estado del Bienestar y convertir el Estado en un instrumento para la expansión en el exterior es la condición que sirve de base a la globalización, no "los cambios tecnológicos", "las exigencias del mercado mundial" ni la "lógica del capital".

Expliquémoslo:

PRIMERO: el argumento de que la globalización es fruto de la revolución tecnológica o de la información (la llamada Tercera Revolución Científica) presenta varios puntos flacos fundamentales Las nuevas tecnologías informáticas facilitan el flujo de información, aumentan la velocidad de las transferencias y traslados de capitales y proporcionan redes de comunicación que hacen más sencilla la reubicación de las fábricas. Pero la tecnología no determina hacia dónde se dirige la inversión, la investigación o el diseño. La tecnología no es un fuerza social autónoma. El tipo de actividad económica (especulación financiera o inversión productiva)  y su ubicación dependen de decisiones sociopolíticas y de la capacidad del estado para ejecutarlas. La política está al mando de la tecnología. La tecnología y los nuevos sistemas de información Son tan compatibles con los modelos nacional-estatales como con los neoliberales, tal y como han demostrado los capitalistas asiáticos.

SEGUNDO: el argumento de que las "exigencias del mercado mundial" constituyen la fuerza dinámica que empuja a la globalización pasa por alto la viabilidad y el dinamismo inherentes a los mercados locales y regionales. La existencia de demandas concurrentes de clases vinculadas a distintos "mercados" significa que el giro hacia el "mercado mundial" no es fruto de "exigencias" sino que, más bien, es resultado de una superior organización político-militar de las clases sociales vinculadas a los mercados globales. La exigencia no emana de un mercado mundial abstracto sino de los consejos de administración de las corporaciones multinacionales y de los ministerios gubernamentales vinculados a ellas. La influencia del mercado varía en función de su relación con otras consideraciones sociales y otras demandas concurrentes. La lucha de clases puede condicionar el alcance y la protudidad de las fuerzas del "mercado", tal como ha venido haciéndolo a lo largo de la historia. Bajo la hegemonía de las clases populares, el "mercado" (los capitalistas que producen y venden mercancías para ganar dinero) puede subordinarse para servir a intereses sociales, al menos a corto plazo.

El mismo lenguaje que emplean los ideólogos de la globalización está impregnado de una especie de antropomorfismo que disimula su naturaleza. La idea de que "el mercado exige" es un despropósito. El "mercado" no hace nada por el estilo.
Son personas concretas, organizadas en clases (como los ejecutivos de las corporaciones) e instituciones económicas (los directores del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial), quienes exigen -en nombre del mercado- políticas económicas favorables a sus intereses. El mercado es un símbolo o una palabra en clave que significa "los capitalistas"; y el "mercado mundial" lo constituyen los capitalistas vinculados a las corporaciones y los bancos multinacionales.

Las cuestiones de base relacionadas con el comportamiento de los mercados son esencialmente cuestiones políticas que en última instancia son resueltas por la política estatal. La importancia relativa de producir para las clases sociales del mercado nacional o para el mercado mundial, la cuestión de cuán abierta o cerrada será una economía en relación al mercado (cómo insertarse en el mercado), la decisión de cuándo entrar en los mercados y en cuáles, están en gran parte influidas por quienes toman las decisiones políticas.

 

TERCERO: La noción de que la "globalización" es fruto de la "lógica del capital" es al mismo tiempo antisocial y antihistórica. En primer lugar porque oculta los múltiples actores (los diversos capitales, el papel de los obreros, etc.) y los diversos estados que intervienen y dan forma a los "movimientos" (o a la lógica) del capital. En segundo lugar, la "lógica del capital" no logra explicar los períodos de "involución" del capital, las crisis que empujan el capital hacia el exterior o lo hacen regresar a la economía nacional; es una concepción lineal del capital en perpetuo crecimiento. En tercer lugar, no explica los distintos grados de integración del capital en la economía mundial en distintas épocas. Tampoco la sitúa en relación al papel que desempeñan la política y la ideología del Estado en el establecimiento de parámetros y condiciones para la acumulación de capitales.

Para comprender el proceso real o histórico de la globalización es preciso efectuar un análisis del Estado y de sus relaciones con el capital, tanto en los países imperialistas como en el Tercer Mundo.

Los grandes protagonistas de la globalización son los países imperialistas ascendentes, es decir, los países cuyas principales instituciones económicas son "mundialmente competitivas" y por tanto no tienen nada que perder y mucho que ganar con el "libre comercio" y los "mercados abiertos". Estos favorecen una globalización sin restricciones. Tienden a abrir sus economías así como a exigir "apertura" a los demás (Alemania, Japón).

El segundo grupo de países favorables a la globalización sin restricciones está constituido por los "clientes" (Chile, por ejemplo) de los países imperiales ascendentes, que se "especializan" en exportaciones agro-minerales, forestales y marinas (materias primas) que proporcionan sustanciosos beneficios y recursos para el crecimiento de los centros imperiales.

Los países imperiales en declive optan por una globalización restrictiva y selectiva, buscando apertura allí donde siguen ostentando una posición competitivamente ventajosa, al tiempo que imponen restricciones estatales a la importación en los sectores donde han perdido competitividad (EE.UU.).

Los países ascendentes en vías de desarrollo con una base industrial diversificada echan mano de la globalización como fórmula para la exportación, mientras conservan una estricta normativa estatal que controla las entradas de capital extranjero y las importaciones que podrían entorpecer el desarrollo de los sectores económicos más débiles o de reciente aparición.

De este modo, mientras todos los países fingen estar de acuerdo con el discurso de la globalización, se dan distintas interpretaciones de su significado y aplicación, según la posición de cada uno en el ciclo imperial (ascendente/descendente) y su relación con los centros imperiales (país cliente/país ascendente en vías de desarrollo).

En este contexto, el Estado es, con diferencia, el agente sociopolítico más importante del proceso de globalización. Así, el estado imperial desempeñó una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, una función fundamental en la reconstrucción de las principales economías. Lejos de ser contrario al estatismo, el capital multinacional exige un "Estado activista", cuya actividad consiste en desmantelar el Estado del Bienestar en favor de la globalización. Presionado por el capital multinacional, el Estado imperial subvenciona y financia la expansión global al tiempo que facilita la explotación interna en vistas a acumular capitales para la exportación.

En los países del Tercer Mundo el Estado desempeña una función muy similar. Mediante una política de reducción de salarios, recorte de las partidas sociales en los presupuestos y transferencia de las pensiones al capital privado, los Estados del Tercer Mundo concentran ingresos al alza para la expansión exterior ("globalización" o "reubicación de capitales"). Este proceso resulta más obvio que nunca en la actual fase neoliberal del capitalismo con las llamadas "políticas de reajuste estructural". Diseñadas por el FMI y el Banco Mundial con la colaboración de los Estados del Tercer Mundo, las políticas de reajuste estructural incrementan el flujo de ingresos "al alza" y la disponibilidad de las propiedades públicas nacionales para su posterior privatización por parte de las multinacionales y las élites locales adineradas.

Mirándolo bien, los Estados imperiales y los del Tercer Mundo son elementos esenciales en el establecimiento de las condiciones iniciales (políticas de inventivos; privatizaciones; libre comercio) que faciliten el movimiento de capitales y su continua expansión, y para echar la carga de las crisis periódicas del capitalismo sobre los hombros de quienes trabajan para ganar un salario. El capital multinacional en ningún caso crea su propio universo ni trasciende las estructuras estatales existentes.

No obstante, la cuestión sigue abierta: ¿cómo entendemos y analizamos específicamente la fase actual de globalización?

Hablando en términos generales, la fase actual de globalización supone la reestructuración" de la economía mundial mediante la liberalización de los flujos de capital y de las normas que rigen las operaciones internacionales de las instituciones financieras.
Se origina en los cambios sufridos por la correlación de las clases en el seno del Estado, la sociedad y los centros de trabajo.
El eclipse de los sindicatos y los partidos de izquierda, fruto en cierta medida de la represión de los años setenta (Argentina, Chile, Brasil, Indonesia, Uruguay, etc.), de la cooptación (sindicatos estadounidenses y europeos) y del giro a la derecha de los partidos social-demócratas y comunistas, propiciaron elevados índices de acumulación mediante la reducción de los costes laborales, auspiciando así la "globalización". Una vez afianzado el proceso de globalización, se produjo un efecto reactivo. Las inversiones exteriores en mano de obra barata socavaron el papel de los trabajadores. Con los sindicatos y los movimientos obreros fragmentados, el capital dio rienda suelta a la explotación y exportación de capitales en una espiral continua.

Al mismo tiempo, la intervención estatal se redujo a controlar y definir la actividad social de la sociedad civil y a establecer nuevos parámetros para el debate político y económico. Con nuevos actores en escena orientados hacia el "mercado mundial", el estatismo neoliberal devino la ideología dominante: las subvenciones estatales a la exportación y la asunción de las pérdidas de la banca privada se vieron acompañadas por una redistribución de la riqueza dirigida por el Estado y justificada en nombre de la "competitividad internacional".

Por supuesto, el proceso de globalización es un fenómeno muy contradictorio.
Mientras las corporaciones multinacionales crecen en el exterior, absorben una creciente proporción de los recursos internos, al tiempo que la base fiscal que sostiene al Estado que apoya a las multinacionales se reduce. El resultado es un aumento de los impuestos a los trabajadores asalariados y recortes sociales más severos para financiar una economía exportadora.
De este modo, la globalización conlleva un deterioro de la economía interna.

Lo que le está sucediendo a la mayoría de economías y países capitalistas de todo el mundo es comparable a los procesos que tuvieron lugar a mediados del siglo XIX: un crecimiento a gran escala del capital acompañado por un aumento del desempleo, la pobreza, el crimen y el sufrimiento humano en general. Hoy, la cifra oficial de desempleo en los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OECD) supera los 35 millones de personas y sigue creciendo.
A principios de los años noventa, quince de cada dieciocho de los llamados países en vías de desarrollo padecieron un descenso constante de su nivel de rentas, mientras algunos de los casos de "milagro económico" (Nigeria, Argentina y Venezuela) sufrieron una caída de su producto interior bruto cifrada en dos dígitos. La desigualdad mundial también ha alcanzado nuevas cotas: a principios de los noventa, la razón diferencial de la renta per capita entre el 20 por ciento de países más ricos y el 20 por ciento de los más pobres era de 65 a uno, y de 140 a uno entre el 20 por ciento de las personas más ricas y el 20 por ciento de las más pobres.

El capitalismo global ha conseguido que mas de mil millones de personas vivan en la más absoluta miseria y, además, amenaza al mundo con un desastre ecológico: bajo la presión fiscal impuesta por los movimientos de capitales, el estado tercermundista vende cada vez más recursos públicos (bosques, cuencas mineras, reservas naturales, recursos marinos). A más integración externa, más explotación de los recursos internos para alimentar dicha expansión. Los vínculos externos entre los capitalistas del Tercer Mundo y las multinacionales requieren enormes sumas de capital y, en un escenario de dependencia capitalista, la mano de obra barata y el pillaje de los recursos naturales son los únicos medios disponibles para conseguir la acumulación de capital necesaria. Para la élíte económica, el precio de la "integración" en la economía mundial resulta caro y el camino más rápido pasa por la explotación de los recursos no renovables.

Sin embargo, las contradicciones entre globalización y deterioro de la sociedad y de la economía interna, en el Norte, y entre la creciente integración de la élite económica en el mercado mundial y el pillaje de recursos nacionales y mano de obra, en el Sur, están sentando las bases de un nuevo tipo de internacionalismo, construido en torno a una oposición común al estado capitalista y la globalización. Hoy existen movimientos mayoritarios en Estados Unidos y México contra la NAFTA. En Europa, el camino hacia la unión monetaria y económica tropieza con una severa oposición. Y por toda América Latina los movimientos campesinos están ocupando el frente de la lucha contra la globalización. No obstante, paralelamente al surgimiento de luchas que defienden el Estado del Bienestar, la cada vez más profunda crisis de la globalización está generando soluciones reaccionarias que canalizan el descontento de la clase media y la clase obrera contra los grupos más oprimidos de la sociedad (trabajadores inmigrantes, mujeres y minorías) y hacia diversas formas de organización y acción política erróneas (políticas de la identidad, etc.).

Para hacer frente de manera efectiva al proceso de globalización, deben construirse urgentemente puentes de solidaridad obrera internacional y es preciso contemplar al Estado como la palanca que posibilitará el cambio. Los movimientos sociales que trabajan a favor de un cambio radical deben rechazar la distinción entre Estado y sociedad civil, puesto que dicha distinción ya no existe: el capitalismo prospera a costa de explotar al Estado (y a la masa de trabajadores contribuyentes). La ideología de la "política de la identidad" y la política multicultural (fenómenos más emparentados con el capitalismo contemporáneo que con la subversión) debe combinarse con una política de clase.

Además, la economía nacional ha de ser considerada como el punto de partida de todo enfrentamiento político contra la globalización del capital.  La retórica de la globalización, que sirve para reducir los salarios hasta los niveles más bajos al tiempo que promueve la importación de productos manufacturados por mano de obra barata, debe contrarrestarse mediante una estrategia que impida la transferencia de los beneficios locales hacia el exterior. Medidas que abarcan desde el control de los capitales hasta la expropiación rotunda pueden ser piezas clave para la reconstrucción de una mano de obra que esté en condiciones de luchar en un campo de batalla igualado. Nos parece obligatorio que todas las tuerzas políticas progresistas y la clase trabajadora protagonicen esta clase de respuestas.

Traducción: Borja Folch
Adaptación: Esperança Bielsa

© Ajoblanco

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