My open
diary.
Aquestes són les meves reflexions sobre la que considero la feina més important del món: escoltar, mirar i parlar amb la gent. Parteixo de la meva experiència (curta) com a corresponsal local de ràdio, com a becari d'una televisió, com a estudiant de periodisme i com a persona que pretén entendre i expressar el que pensa cada dia una mica més.
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  MI PRIMER DÍA EN LA AUDIENCIA (30-9-99)

     Hoy he escrito mi primera crónica judicial. Es sobre un juicio que no se ha celebrado. "Fallo formal", ha dicho el chaval que vive entre la sala del fiscal Pérez de Gregorio y otras togas, el pasillo de los estudiantes de derecho, periodistas, curiosos, familiares, acusados, acusadores, y la puerta. Sea como sea, he metido mis monedas en la cabina y he leido mi crónica desde el teléfono del despacho que el Colegio de Abogados tiene en la primera planta de la Audiencia Provincial de Barcelona. Además he recibido una felicitación del conserge! Dice que lleva aquí veinte años, que ha visto llamar desde la misma cabina que he usado yo a periodistas que empezaban y que ahora escriben artículos de opinión en La Vanguardia y que mi noticia "estaba bastante bien"! (vamos a ver si se cumplen los pronósticos). 
   A parte de la crónica, y aunque sin juicio, del día de hoy también quedan estas impresiones: 

Empezando por mi, en la puerta de la sección octava había mucha gente que no pintaba nada. Un jubilado que me cuenta que su pasión es colarse dentro de la capilla a la señal de "audiencia pública!". Una chica preciosa que desde detrás de una mesa sólamente saluda a todos los magistrados que van llegando. El conserge vestido de esport, que es el que digo que vive entre los dos mundos, el de la imparcialidad, el sano juicio, la equidad, la fuerza de las leyes... y el nuestro. Un guardia civil muy enrollado, que sí que se ha presentado como testigo. Varios familiares de la parte del acusado que no sabes bien bien si los tienes delante, detrás o al lado. Muchos vecinos afectados que respaldan a la persona que puso la denuncia. Mucha gente con corbata pero con poco pinta de périto, ni de fiscal, ni de abogado defensor, ni de nada que tenga que ver con el juicio. Un cruce de miradas contínuo. Un acusado principal que no quiere declarar, que dice que a tu emisora no la conoce de nada. Ni siquiera te sabe decir quién es el otro acusado (que resulta que es su hermano). Muchas chicas con carpeta universitaria, con belleza bronceada, uniforme ecuestre, deformación "de clase alta" en su lenguaje (¿Eso era catalán o castellano?), sonrisa complaciente de enchufe (aunque esto vaya por oposiciones, y no como los exámenes) enmedio de sus comentarios con sus togas-profesoras. Pelos engominados, gafas metálicas brillantes, mandíbulas apretadas mostrando seriedad de modelo y gallardía de Baltasar Garzón. Minifaldas, miradas de pura competitividad estúpida y de fría curiosidad sexual. Glamour bajo una luz brillante de escaparate de pastelería. Ah! Y "tochos" de dosieres con folios, que llevan las togas.
     Esta ha sido mi primera aproximación a la justicia, después de la magistrales clases de Introducción al Ordenamiento Jurídico (que nunca terminaré de agradecer a Ricardo Sanz y a Cristina Dietrich, de la UAB) y mis encuentros de simpatía paternal con los cuarteles de la Guardia Civil de los pueblos de este humilde corresponal local. Me ha llegado el día en que en Tarragona se celebra el II Congreso de la Abogacía Catalana y el día en que mi padre, por fin, me ha dicho que no volverá a insinuarme nunca más que estudie derecho (no se lo cree ni él, volverá pronto a machacarme: la mitificación que la generación de los padres de cincuenta años tienen hacia la universidad y hacia algunas carreras no la mata nada).

LA CRÓNICA ()

QUÉ HA CAMBIADO EN LA  
GUERRA DE LAS GALAXIAS (4-9-99) 

Han cambiado ellas y he cambiado yo. 

Ayer por la tarde llovía en Barcelona. Además es principios de setiembre, el primero en el que no tendré vuelta al cole (la carrera ya casi está acabada) y ayer hice uno de mis últimos exámenes, tal vez por eso, me da bastante igual si me ha salido bien o mal. Además venía de entrevistar a un mafioso de 29 años que dirige una especie de refrito entre ETT y academia de estudios en el extranjero a lo "Yago School"  para mi primer reportaje en TVE (creo que no está mal para tratarse de un becario). Total, que tenía motivos suficientes para terminar el viernes evadiéndome de mi realidad y se me ocurrió que la mejor forma era comprando un tíquet en el cine Urgel, uno de los más impresionantes de Barcelona. Creía que con un poco de suerte al Halcón Milenario le funcionaría la hipervelocidad y desde la butaca yo podría entrar de nuevo también en el hiperspacio y llegar hasta lo más profundo de mi infancia, a esos primeros recuerdos de cuando mis padres me compraron en el Corte Inglés un caza Ala-X o cuando paseando por la sección de electrónica del Pryca me enamoré de un C3-PO que estaba sentado encima de una calculadora, muy lejos del departamento de juguetes: "no está a la venta", me dijeron. Pero sobretodo, la sesión de ayer tenía que hacerme reencontrar con la valentía del joven Luke, del darlo todo por salvar al universo, también con la picaresca de Han Solo, el miedo ante Darth Vader y los miembros del Imperio, las tristes muertes de pilotos rebeldes, la excitación ante el sonido de un sable láser encendiéndose, la belleza enamoradiza de la princesa Leia, la mágia de la fuerza... 
     Por todo esto fui solo al cine, como me había prometido a mí mismo. Llegué a cambiar de butaca unas siete veces, esquivando los niños que ivan llegando tirando de sus padres, recitando de memoria todo lo que íva a aparecer en pantalla pero que ellos ya habían visto a través de los dos juegos de PC que han salido sobre la película. Al fin, después de los anuncios cutres de restaurantes próximos a la sala de cine y de la cortinita igualmente cutre de "Movierecords", llegava el momento de entrar en estado de choc. Por arte de mágia se ivan a alargar, hacia atrás, las increibles aventuras de la trilogía de Star Wars, que seguirían alimentado mi imaginación, y así, mis posibilidades, reales, de volar lejos de mi planeta, de unirme a la causa rebelde, cometido por el que ya me había sentido llamado de pequeño, en el cine, y después, en casa, a través de las cintas de vídeo. Todo estaba apunto. 
     Pero empezó la película y mi cuerpo no se desvaneció de la sala en dirección al otro lado de la galaxia mucho más atrás en el tiempo. Aquello era una película, y no ninguna sobrecarga de energía tan intensa para mí como lo sería que R2-D2 me proyectara un holograma tridimensional con el principio de una nueva misión. Sólo era una película entretenida más sobre el espacio que no tenía nada que ver con la magia de la Trilogía. 
Mis amigos no estaban allí, ni Han, ni Luke, ni ninguno de los soldados anónimos que murieron en la luna de Endor o en dirección a la primera Estrella de la Muerte. Ni tampoco estaban los cientos de soldados terroríficos a las órdenes de Darth Vader. A cambio sólamente había robots estúpidos generados por ordenador, un niño que se cargaba de la manera más inverosímil (aunque para la mayoría de la gente todo sea inverosímil también en las otras tres películas. Pero es que aquí lo que hay es un patinazo a nivel narrativo, de guión, en cuanto a la resolución de los problemas que se plantean en la historia) todo un superdestructor, casi nada (así, seguro que el nuevo público de la película, que ni siguiera había nacido cuando se estrenaba el Retorno del Jedi, se identificará con el nuevo héroe y seguirá comprando todo, todo, todo, el merchandising). Y unos caballeros Jedi que son demasiado temidos y respetados en planetas tan insignificantes como Tatooine, y unos malos al principio de la película que quieren hacer reir al público del cine (y que no se ahogan hasta la muerte al titubear ante el Emperador), y un maestro de Obi Wan Kenobi que no le llega ni a la suela de los zapatos en cuanto a frases filosóficas y morales al Obi Wan de la trilogía... 
     Lo de ayer fue una película. Saliendo le dije al portero, un chabal joven como yo: "una merda, comparat amb les altres tres". Con una sonrisa asintió. Ni a él, que ve la película cada día en una pantalla increible y en Dolby Sorround, le convenció esta vez George Lucas para alistarse en las filas de la rebelión. 

ÁREA DE SAGUNTO: CRUCE DE CULTURAS (29-8-99) 

Soy de los muchos que en navidad y en verano se desplazan desde Catalunya hasta el Sur de España, concretamente, hasta el tan románticamente compartido "pueblo" (no importa cuál sea, todos los que tienen un pueblo a mil quilómetros de distancia, donde están sus abuelos y una parte de sus orígenes, saben lo duro que es pegarte una paliza en coche de más de ocho horas, lo bonito que es la recibida, lo que se reflexiona estando entre corrales, mulos, burras, carreteras que te alejan tanto de cualquier discoteca, y después  lo triste que es el adiós -al marchar, viendo a mi abuela tras el cristal llorando, siempre me viene a la cabeza ese trozo de villancico "y no volveremos más"...-). 
Pues subiendo ya de regreso -a través de la autopista que va resiguiendo la costa desde Murcia, pasando luego por Valencia y hasta Barcelona-, una de las contínuas paradas para repostar fue en el área de servicio de Sagunto. Impresionante. En medio de los turistas del norte de Europa que viajaban a lo independente, sin los papás (pero tal vez en su coche), y de las familias de aquí como la mía, había una representación de todo el norte de Magreb, supongo que básicamente de Marruecos y Argelia, con destino a España y sobretodo al que una generación atrás fue el nuevo hogar: Francia. Son los valientes que decidieron cruzar Gibraltar a probar suerte, de la misma forma en que lo hicieron mi padre y todos los andaluces y gentes del sur de España, también en dirección a un norte, aunque más cercano, a nivel de quilómetros, de papeles, pero no de reconocimiento social. 
Y le digo a un guardia civil: "Oiga, tantos rebrotes de racismo que dicen que se dan en los barrios de tantas ciudades españolas y aquí se apelotona un montón de gente (que comparten unos pocos metros cuadrados de sombra y hierba para echarse una siesta, que hacen cola para pedir un bocadillo en el bar, meter gasolina y, sobretodo, mear) que está cansada de viajar pero se tolera muy bien". 
Y me responde (treas sus gafas doradas años setenta, cristal culo de botella): "Sólamente hemos tenido que llamar la atención en casos contados a alguno que molestaba... Todos somos hijos de Diós". 
Con tan intercontinental y panreligiosa respuesta apadrinadora me monto ya en el coche y nos metemos de nuevo entre vehículos cargados hasta los líquidos de freno de paquetes. Todos circulamos de un lugar a otro. Estamos de paso. 

PROSTITUTA (17-8-99) 

En la calle, en pleno día. Hace poco, mientras aparcaba vi que delante de casa había una chica merodeando. Era atractiva, sensual, exuberante pero sobretodo, debajo de ese vestido dos piezas de algodón blanco y encima de su piel oscura, era una chica muy bonita. Mientras sacaba las llaves del contacto y me dirigía a la puerta la miré ligeramente. Pero lo suficiente como para que una chispa nos conectara. Fue ese instante en que notas que alguien quiere hablar contigo y que tú quieres hacer la misma cosa. Aunque al final gana la verguenza y la actitud que muchos tomamos cada día más en referencia a los desconocidos: pasar de ellos. No miré atrás. Mientras subía las escaleras me vino a la cabeza lo que Eugeni, un compañero de clase, me contó que sintió la primera vez que entró en un club: rabia. "Hi havia unes ties precioses, de la nostra edat, que se n'havien d'anar amb uns tios asquerosos que les tractaven com una merda". Alguna cosa une a determinada gente por encima de niveles de estudios, cualificaciones laborales y cuentas corrientes. Es algo que te hace pensar con el corazón ante un impulso que en otras situaciones no habría pasado de ser una reacción de un órgano mucho más egoista. Esa mirada no tuvo nada de fría. Se la intercambiaron dos personas que buscan mucho más de lo que tienen.

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