Se hace maestra en Argensola, de la provincia de Barcelona. Deseaba ingresar en la vida religiosa y solicitó su admisión con las clarisas de Briviesca, cerca de Burgos, pero no pudo profesar a causa de la legislación en vigor. Se dedicó de nuevo a la enseñanza y se hizo terciaria carmelita. Una enfermedad que padeció depués de la muerte de su padre, la obligó a permanecer en su casa por algún tiempo.
El celoso sacerdote, Saturnino López Novoa, a quién ella confió la dirección de su alma, la encauzó hacia la fundación de una obra destinada a recoger a los ancianos sin familia y sin medios de subsistencia. Teresa, que hasta el momento había tenido la impresión desagradable de no haber hecho nada en su vida, se orientó decididamente hacia este ideal. En 1872, fundó la primera casa en Barbastro, con la ayuda de algunas jóvenes, entre las cuales estaba su propia hermana María.
El 27 de enero de 1873, tomaron el hábito religioso y Teresa fue elegida superiora. Poco depués, un grupo de buenos católicos de Valencia propuso a la pequeña comunidad asegurarle su funcionamiento. La madre Teresa aceptó y muy pronto el número de ancianos aumentó sin cesar. Para poder recibir más, compró el antiguo convento de los Agustinos. Esta casa se convirtió en la casa madre de la Congregación de las Pequeñas Hermanas de los Ancianos Abandonados. Se desarrolló tan de prisa, que en 1887, cuando fue aprobada por la Santa Sede, contaba ya con 58 filiales.
María Teresa de Jesús formó muy sólidamente a sus hijas en el cumplimiento de sus obligaciones con los ancianos, al grado de que se exponían a la soledad, al frío y al hambre, con tal de poder darles un abrigo y un verdadero cariño. Aprendió con las terciarias carmelitas la devoción a la Santísima Virgen, y con las clarisas el amor a los pobres, en los ejercicios de San Ignacio, el ardiente deseo de identificar constantemente sus sentimientos con la voluntad divina. Mostró una actividad incansable y una inalterable confianza en Dios. A los que le reprochaban que se ocupara de los más humildes oficios, respondía: "No hay nada pequeño cuando se trata de la Gloria de Dios". Cuando le decían que emprendía obras con un atrevimiento casi temerario, se sonreía diciendo: "Mientras más pobres haya, habrá más bienhechores".
Tenía el secreto de su paz interior inalterable en medio del tráfago continuo, en sus palabras: "Dios en el corazón, la eternidad en la cabeza, y el mundo bajo los pies".
Su organismo no pudo resistir al régimen que se impuso. A las fatigas físicas se juntaban los dolores mortales, como el que le causó la epidemia del cólera, que, en una sola casa, acabó con venticuatro hermanas y setenta ancianos. Cuando la enfermedad la obligó a detenerse, se retiró a Liria, al sur de Valencia, con la esperanza de que el buen aire le devolviera la salud.
Murió ahí, el 26 de
Agosto de 1897, el 27 de abril de 1958 el Papa Pío XII la beatificó.