¿Cuántas veces nos han dicho que Dios nos ama? El amor es una experiencia poderosa y profunda en extremo, pero tantas son las ocupaciones y actividades de la rutina diaria que fácilmente olvidamos esa extraordinaria frase: "Dios te ama." Lo que sí recordamos son las reglas y tendemos a pensar que Dios nos está vigilando constantemente para llevar cuenta de nuestras faltas. Cuando pensamos que Dios es nuestro Padre misericordioso, algo en lo profundo del ser nos susurra: ¡Juez!; cuando recordamos lo que hicimos en el día, en nuestro interior escuchamos el veredicto: "¡Culpable!" Pero esto no es raro, porque vivimos en una era y en una sociedad extremadamente legalista y "judicial".
Ven a recibir el amor
También vivimos en una época de extraordinario avance tecnológico: la radio, la televisión, los discos compactos, las redes de computadoras y los teléfonos celulares compiten entre sí para captar nuestra atención cada minuto del día. Tenemos semanas de 64 horas de trabajo, escuelas y actividades extracurriculares, tareas pendientes, quehaceres hogareños, trabajo en el jardín . . . Estamos tan ocupados que fácilmente reducimos la fe — y el amor de Dios que contituye el corazón de la fe — a la mera práctica de la ceremonia religiosa.
La verdad es que Dios nos creó para que tuvieramos una profunda comunión personal con El, basada en el amor a travez de su Hijo Jesucristo; por el poder del Espíritu Santo. El amor de Dios constituye la esencia de nuestra fe: un amor tan puro y poderoso que nos mueve a corresponderlo de todo corazón y a amar al prójimo. Esta es nuestra fe: que Dios amó tanto al mundo, que en lugar de dejarlo perecer en el pecado y el aislamiento, envió a su Hijo único a morir por nosotros y resucitar nuevamente. Todo el que crea en Jesucristo tendrá vida eterna (Juan 3:16,40). Dios nos ama tan profundamente que se comprometió irrevocablemente a darnos una fórmula para que pudiéramos gozar de su gloriosa presencia para toda la eternidad. En efecto, tanto nos ama el Padre que estuvo dispuesto a sacrificar a su propio Hijo para cumplir su promesa de vida eterna.
Dios ama a cada uno en particular y nos ama a todos de un modo especial en el conjunto de su Iglesia, es decir, su pueblo. Dios te ama a tí. ¿Lo crees? Escucha lo que te dice: "¡Qué hermosa eres, amor mío, qué hermosa eres! (Cantares 1,15). Estas palabras del Esposo a su amada esposa nos hablan de cómo Dios ve a su pueblo. ¡Está hablando de nosotros, su Iglesia, y nos llama "amor mío"! Sea lo que sea que pensemos de nosotros mismos, porque conocemos nuestras faltas y fracasos, para Dios somos hermosos. El nos creó por amor y siempre nos ama (Sabiduría 11,24-25) Si no nos amara, no nos habría creado y ciertamente no habría permitido que su Hijo sufriera la increíble agonía de su Pasión para rescatarnos del pecado. Pero el Señor nos ama y, por medio del Espíritu Santo, inspiró al autor de este sublime canto de amor, que expresa con palabras tan bellas lo mucho que Dios nos ama y cuánto anhela esta comunión de amor con los que creemos en El, que exalta como las bondades de la vida matrimonial.
San Bernardo de Claraval comentaba acerca del Cantar de los Cantares diciendo que: "El título no es simplemente la palabra 'cantar', sino 'cantar de los cantares, lo cual tiene un gran significado . . . lo que ispiró estos cantares fué un impulso divino especial . . . que hoy celebran las alabanzas de Cristo y su Iglesia, el don del amor santo, el sacramento de la unión interminable con Dios. El Cantar de los Cantares ocupa un lugar en el que culminan todos los demás cantares" (Tratado sobre el Cantar de los Cantares 1.7,8,11). Este canto de amor entre Cristo y la Iglesia, entre Dios y cada miembro del cuerpo de Cristo, es el primero y el más importante de todos los cantos. Es un catar que Dios entona a traves de los siglos, un canto que llegará a su cumplimiento supremo cuando Jesús regrese y toda la creación celebre el banquete de bodas del Hijo y su Iglesia (Apocalipsis 19,7).
El esposo dice a su amada: "Levántate, amor mío, anda, cariño, vamos. ¡Mira! El invierno ha pasado y con él se han ido las lluvias" (Cantares 2,10-11). Cada día, el Señor dice a su esposa: "Levántate, amor mío". Estas no son las palabras de un amo a su esclava, porque el Señor nos dice "amor mío" y "qué hermosa eres". Nos llama a levantarnos del lecho del sufrimiento, del dolor y de la separación de Dios, para creer en su Hijo. Por su muerte y su resurrección, Jesús tendió un puente sobre el vacío, aquel inmenso abismo que se abrió entre Dios y su pueblo por la caída de nuestros primeros padres, y así nos restituyó la posibilidad de llegar a una comunión de intimidad y amor personal con Dios. Ciertamente podemos levantarnos del lodo de la indiferencia y la soledad.
San Bernardo decía que "la tibieza, la fría indiferencia de esta época miserable" eran tan grande que le daban ganas de llorar. ¡Cuánto más agraviado debe estar Dios! En este sentido, nuestra sociedad no es muy distinta de la de Europa en el siglo XII en la que vivió Bernardo. "Mucho más, pues, oro con gran anhelo: '!Dame un beso de tus labios!" (Tratado del Cantar de los Cantares 1,2). ¡Cuánto ama el Señor a su Iglesia que lo lleva a decir: "¡Dáme un beso de tus labios!"
Impreso en "La Palabra entre nosotros" Junio/Julio 1998. (Aún no está concluído).