Un ejemplo de paz*
Plaza de las Flores, Corabastos,
Bogotá, Colombia.
20 de febrero del 2000,
8:00 a.m.
Tomates rojos y brillantes, piñas, zanahorias, ramitas de cilantro y laurel, naranjas y mandarinas -verdaderamente dulces-, ajos en racimos, plátanos verdes y maduros y borojós gigantes se confunden en una feria de colores y olores penetrantes que envuelven el caluroso amanecer en la Plaza de las Flores. Las carretas, los toldos y los puestos improvisados de la calle, rebosantes de vegetales y frutas, forman un corredor por donde transitan compradores y vendedores ambulantes.
Por el estrecho corredor camina Hermínsul, lleva en sus brazos cuatro paquetes de arveja de media libra cada uno, empacados en bolsitas plásticas transparentes, -Todo en dos mil, todo en dos mil-dice, ofreciéndoselos a la gente que pasa.
Desde las seis de la mañana está de pie; parece que el gallo que tiene en la azotea de su casa sabe que hoy es domingo porque su canto es más agudo y vibra durante más tiempo en el silencio; eso es una señal secreta que anuncia un buen día.
Doña, lleve dos en mil; mire, está bonita. La mujer gorda, coge la bolsita, pellizca una arveja, lo mira con indiferencia y sin decir palabra, le devuelve el manoseado paquete. Esta vez la insistencia no funcionó; sin embargo, el día apenas comienza y señoras gordas abundan en una plaza de mercado.
Aunque son muchos los que deciden levantarse tarde el domingo, Hermínsul madruga como siempre, incluso más temprano. Los días descanso son los mejores para la venta, y en la central de abastos más grande del país, CORABASTOS, cuando aún no ha salido el sol, ya están llegando camiones provenientes de la Sabana repletos de papas, de cebollas y de arvejas. Entonces, definitivamente, ni este domingo, ni el próximo, él podrá salir de paseo porque desde hace dos años vende arvejas en la Plaza de las flores, y cuando termina allí su oficio, continua la jornada en otras plazas de mercado, como la de Paloquemado o la de Ferias.
Hermínsul Hernán Portugués, empieza por las flores, en Corabastos porque él vive cerca; para ser más exactos, en Patio Bonito, un barrio al sur occidente de Bogotá a donde difícilmente llega el transporte urbano, sobre todo cuando llueve y el barro es el asfalto de la carretera. Pero con lluvia o sin ella, él va todos los días a trabajar, y de lunes a viernes a estudiar. De 2:00 a 6:00 de la tarde asiste a clases de séptimo grado, en el colegio de Corabastos, y aún le queda tiempo para ser el representante de grupo de niños trabajadores de Corabastos de DNI (Defensa Internacional de los Niños) e integrante del Movimiento de los Niños por la Paz.
Sin dejar de vender, y en cada estación del recorrido dominical, Hernán recuerda como su vida empezó a cambiar.
Eso es como todo, a uno le cambia la vida radicalmente; en un momento la vida puede cambiar muy rápido. Yo me pregunto qué era antes y ahora qué soy, entonces pienso que antes no tenía esas oportunidades que tengo ahora, y me alegro porque me doy cuenta que he tenido triunfos, triunfos pequeños, pero que he sabido aprovechar. Antes terminaba de vender arvejas y me venía a la casa, o me iba por ahí a la calle, ahora sólo me dedico al trabajo y al estudio, y el tiempo que me quede libre es para el Movimiento. Desde que comencé a trabajar, hace dos años, me metí en un programa de Corabastos de los niños trabajadores, para que tuviéramos un espacio para descansar y recrearnos, así fuera un ratico y todo no fuera trabajo. Allí hacían, por lo menos, que los niños que trabajaban no dejaran de estudiar. Así fue que conocí a DNI, y así me uní al Movimiento de los Niños por la Paz.
Hermínsul, -prefiere que lo llamen así-, termina con su primer grupo de bolsitas, ya vendió hasta las que tenía guardadas en los bolsillos de su chaleco; de modo que nos dirigimos al centro de aprovisionamiento, -el almacén de una amiga donde se distribuyen al por mayor las frutas y las verduras para pequeños establecimientos. Ella le deja guardar allí su morral-.
Sería más práctico cargar con la mercancía a cuestas, pero Hermínsul prefiere ir desocupando poco a poco su morral, hasta que se acaben esos primeros cincuenta paquetes; así le toque devolverse de vez en cuando, porque el morral pesa mucho y de pronto se enreda con los vueltos.
En el grupo de DNI, jugábamos con los niños a enseñarles cosas nuevas para que ellos se sintieran bien. Uno podía hacer varias actividades, uno escogía lo que quisiera; por ejemplo, si uno quería dibujar, dibujaba. A nosotros nos recreaban un grupo de jóvenes. Dibujábamos o jugábamos fútbol, o a la rueda rueda, o al gato y el ratón, ahora soy yo quien recreó a otros niños. Con unas niñas, estamos organizando un campeonato de fútbol, y tenemos pensado darle un premio al equipo ganador.
A los ocho días de estar en el grupo me eligieron para ser el representante de Corabastos en el Movimiento de los Niños por la Paz. La primera vez que fui a UNICEF tenía 12 años. Fui con una amiga; ahí estaban todos los niños. Esa era una reunión para empezar con los niños nuevos, había un montón. Nos dieron la carpeta azul, para que la leyéramos y nos diéramos cuenta de lo que ellos habían hecho antes y nos enteráramos de qué era el Movimiento. Ese mismo día nos dijeron que hiciéramos un pacto de ir, todos los viernes, a las reuniones. Después, duramos como medio año haciéndolo todos los viernes y luego se espaciaron las reuniones, como ahora, convocamos reuniones cuando necesitamos hacer algo.
Antes de hacer la segunda ronda de la mañana, nos detenemos en una cafetería, justo al lado del centro de aprovisionamiento de Hermínsul. Este es el punto de encuentro de los Portugués. Aquí, Hermínsul y sus hermanos, Dilza Yisela y John Heiner, llenan sus respectivos morrales; y cuando se les haya acabado la arveja, regresan hasta terminar con la arroba (cincuenta libras), o dos arrobas, que Luz Marina, su mamá, haya traído ese día.
Hermínsul tiene seis hermanos. De ellos, Jonh de 11 años y Dilza de 13, son los que le acompañan en el oficio de vender arveja. Según sus padres, es mejor que lo hagan los niños, porque no les ponen tanto problema como a los adultos. A la gente mayor no la dejan trabajar, la policía o los celadores de Corabastos; a uno nadie le compra. Luz Marina insiste, No hay otra manera de conseguir con qué vivir, sin trabajo y con tantos hijos, entonces ahora a ellos les toca, mientras su papá puede conseguir algo que hacer.
En ese breve descanso los hermanos charlan un poco, juegan.
En qué se parecen?
tienen los ojos claros, las mejillas quemadas por el frío y por el sol, el pelo
liso...pero sobre todo en sus sonrisas; ríen todo el tiempo, parecen felices.
Dilza, Jonh y Hermínsul salen en direcciones contrarias en busca de más compradores, ya
son las 9:00 de la mañana y su jornada aún no termina.
Como le decía, al principio es duro, pero cuando uno ya se acostumbra, empieza a cogerle el ritmo, pero yo creo que aunque este trabajando debe haber tiempo para todo, desde que uno quiera. En DNI estuvimos ayudando para que la mayoría de niños no tuvieran que trabajar y entraran a estudiar, se les ayudó con la matricula, los cuadernos y el uniforme. La mayoría ya no está trabajando, más o menos cien niños. Se habla con los papás y se les cuenta las actividades que se van a hacer, con el fin de que los niños dejen de trabajar; se les invita a que se comprometan con utilizar la plata que se les da para el estudio de los niños. Los padres luego tienen que dar un recibo en que consten en que el niño sí se matriculó.
Es precisamente Hermínsul, quien habla a sus compañeros de Corabastos, sobre las cosas que ha aprendido en UNICEF, en el Movimiento de los Niños por la Paz, sobre los derechos de los niños; por ejemplo, el derecho a no trabajar hasta la edad permitida, a los 18 años. Uno ya puede trabajar después de los 18 años, no antes. Pero él es una persona realmente tranquila, ni las negativas, ni el resto de paquetes que aún le faltan por vender le inquietan. Incluso, hay momentos de diversión, un encuentro con su hermano, un saludo a los amigos -por lo general mucho mayores que él- algún cliente fijo, la perspectiva de poder vender todo en la mañana para tener la tarde libre y no ir a Ferias.
No se aburre con el ir y venir desde la esquina donde comienza la plaza de las Flores, hasta donde hay un calle llena de basura, habitada por unos cuantos perros. Ahí donde termina la feria de colores, termina también su recorrido y se detiene un momento mirando hacia esa calle. Cuántas personas lo escuchan en la alegre algarabía de una plaza de Mercado, -Todo a dos mil, todo a dos mil- hay tantas voces infantiles elevándose en medio del ruido para ofrecer sus productos.
Se acerca la hora del almuerzo y aún queda más de media arroba de arveja. Luz Marina da a sus hijos los últimos paquetes de la mañana -definitivamente hay que continuar vendiendo, hoy también tienen que ir a Ferias- y aprovecha este momento para hablarme de su hijo, del premio que él se ganó hace menos de un mes en España, La Gran Cruz de la Orden de la Solidaridad Social.
Él llegó a la casa y me dijo -Mamá le tengo una buena noticia, me van ha llevar a España- yo me lo tomé en broma y no le presté mucha atención, -Mamá, vamos a ir con otros cuatro niños del Movimiento; mis compañeros me eligieron porque yo era muy colaborador- Yo no le creí, hasta el otro día que me llamaron de UNICEF y me dijeron que tenía que sacar el pasaporte, él nunca había tenido pasaporte. Fuimos a sacarlo, pero no pudimos porque necesitamos el registro civil original de Hermínsul y nosotros teníamos una fotocopia. Cómo íbamos a hacer para recogerlo allá en San Eduardo, Boyacá, donde él nació. Eso fue el lunes, pero había plazo hasta el jueves. El jueves me llamaron para decirme que el pasaporte ya había llegado, que fuéramos a reclamarlo a una oficina en el centro, en la avenida 19. Allá de una vez nos atendieron y fuimos los primeros en la fila. Luego nos dieron el pasaporte, un señor que nos acompañó, un señor de UNICEF, dijo, Bueno don Hernán, ya están listos sus papeles, ya puede viajar, pero yo miraba el pasaporte y todavía no lo creía. Mis vecinos me dijeron que Hermínsul salió en la televisión. Él se fue el 28 de enero, y el 31, que era un lunes, les dieron le premio. El día en que llegaban a Colombia, el 2 de febrero, yo estaba en el Aeropuerto con la señora de DNI, ella me entregó un reportaje que había salido en el periódico El Tiempo sobre Hermínsul, sobre los niños del Movimiento, me puse a llorar.
Vamos en el bus, camino a la carrera 110 No. 42-A 60 Sur, la casa de Hermínsul. El polvo de la carretera destapada se mete por la ventanas, el cielo está nublado y el día perdió la brillantez de la mañana, atrás queda la plaza de las Flores, el domingo corre hacia el ocaso.
El hecho de que yo esté en el Movimiento de
los Niños por la Paz me ha servido para que mi familia se integre más, para que estemos
más unidos. El Movimiento representa mucho para mi, es un grupo al cual estoy muy
apegado. Allí todos somos iguales, no hay diferencias entre los niños, por eso tengo
muchos amigos en el Movimiento. Cada día tengo uno más, porque han entrado muchos
nuevos. Javier Lobo es mi mejor amigo, él se preocupa mucho por mi y es muy especial en
todos los aspectos.
A veces me pongo a pensar que pasará cuando cumpla los 18 años, creo que va a ser difícil. Ayer un amigo, Camilo Riveros, salió del grupo porque ya cumplió los 18 años; entonces uno se da de cuenta que le toca irse, y uno quiere seguir, pero uno tiene que hacer su vida y nuestra niñez se va rápido. Cuando pienso en el día en que me tenga que separar del grupo, de mis amigos, de Javier, siento un vacío en el corazón.
Yo he aprendido tanto en el Movimiento; ahí, en verdad, los niños trabajamos por la paz de Colombia. Por ejemplo, ahora sé qué es el trabajo en equipo. Nosotros no tomamos una decisión, si no es con la opinión de todos, siempre que vamos a hacer una cosa todos opinamos y votamos. Eso es una cosa que he aprendido del Movimiento, a tomar en cuenta lo que los demás piensan, que a uno lo toman en cuenta para todo, que uno vale, que su opinión vale mucho, Eso me ha gustado mucho del Movimiento y eso es un ejemplo de cómo construir la paz: saber escuchar a los demás.
Mire, allá, esa es mi escuela, señala en medio de un gran terreno desocupado, a una edificación baja que está al fondo, junto a una desierta cancha de fútbol.
En la escuela me ven como un alumno común y corriente, mis compañeros no me tratan diferente porque yo haya ido a España, o porque hay salido en televisión; yo juego con mis amigos como siempre. Soy un niño común y corriente que trabaja por la paz, pero a veces es difícil trabajar esos temas porque los demás niños se ríen o se burlan de uno. Sin embargo, con una profesora hemos realizado jornadas de paz, también les hemos hablado sobre los derechos del niño, así como lo he hecho en DNI.
El bus nos deja unas a cuadras del hogar de Hermínsul; una casa en obra negra, de dos plantas, y un tercer piso a medio construir. Desde allí, se puede observar una horizonte ocre ladrillo, tachonado aquí y allá por cables de luz y retorcidas antenas de televisión que se extienden sobre los techos de zinc. En la azotea, Hernán expone sus ideas sobre Colombia, sobre la paz, bajo el plomizo gris del cielo.
Yo construyo la paz, desde mi casa, mi grupo y luego toda una comunidad. Por ejemplo, si un niño le está pegando a otro, yo hablo con él, le digo que no haga eso, que el otro siente y que si se golpean a ambos les va a doler porque ambos sienten. Un constructor de paz no utiliza la violencia, no le gusta la guerra. Para ser un constructor de paz se necesita dialogar con otros, aprender de los otros. Cuando estuve en Cali, el año pasado, en la segunda Asamblea Permanente por la paz, eso fue lo que hicimos.
Allí conocí muchos niños del país que también quieren la paz como nosotros, pero hacen actividades diferentes, de ellos aprendí mucho. Me encontré con algunos niños que ya había conocido en la primera asamblea, recuerdo mucho a un peladito de Córdoba, es pequeñito, pero es tan inteligente y es tan atento, tan amable. Con todos ellos intercambiamos experiencias y evaluamos acciones. He conocido mucha gente, -yo nunca me imaginé que iba a conocer al señor José Ramos Horta-, a gente que ha tenido muchas experiencias de paz, mejores de las que yo he tenido. Estas son cosas muy valiosas y que esa es una manera de hacer la paz, que es una manera de dar ejemplo a los mayores, a la gente de Colombia para que no haya más violencia. Este es un primer paso. Creo que por eso, El Movimiento se ganó el Premio de la Gran Orden en España y por eso, hemos estado nominados al Nobel de la Paz.
Después de almorzar, Hermínsul continua con sus reflexiones, apenas interrumpidas por el gallo que canta por segunda vez mientras estamos allí sentados cerca a su corral.
Primero hay que buscar una manera en que las fuerzas en conflicto bajen las armas por un momento, para que piensen lo que van a hacer, para que piensen en el futuro. Lo primero es hacer que paren el fuego. Los niños tenemos un don para decir las cosas, yo les diría a esas personas que piensen en sus familias, en sus hijos, que piensen que mientras ellos están combatiendo sus familias pueden ser las próximas víctimas. Lo que uno debe hacer es hacerlos reflexionar de cómo se sentirían ellos si pierden a un ser querido por causa de la violencia. Pero la paz no es cosa de otros, también es asunto de uno, de los niños. Yo le diría a los niños que la paz se logra haciendo amigos, educando en la paz, preguntándoles a los actores del conflicto que quieren ser mañana, que cómo van a servirle al futuro del país.
El ritmo de las goticas aumenta sobre el tejado de zinc, que ahora es nuestro refugio contra la lluvia. Hermínsul no está en esta habitación, mira a través del marco de lo que será una ventana, al gran salón del Palacio de la Zarzuela en España, allí están Iván Darío, Angélica Yamile, Martha Liliana y Julián Arturo, sus compañeros del Movimiento. Hay mucha gente que él no conoce, está en un país que no conoce; pero eso lo emociona mucho.
Yo ni siquiera sabía que había una reina en España. Pensé que era más joven, me la imaginaba, así como las que uno ve en la televisión, con una corona como la de los cuentos. Yo la miraba y pensaba en si esa señora nos saludaría, cómo nos irían a tratar; pero ella fue muy querida, nos saludo y fuimos los primeros en pasar a recibir el premio.
Ella es alta, bastante alta. No tuvimos mucha oportunidad de hablar, pero nos saludamos, y le entregué las flores y luego le di mi vídeo sobre los niños trabajadores de Corabastos, ella me dijo que lo iba a ver. -Es extraño, ella no hablaba tanto como española, parecía colombiana-, luego nos tomamos unas fotos con el premio, todos queríamos tenerlo en las manos. Nunca pensé que iba ir a España de esa manera, que iba a tener esa oportunidad, pero las cosas que uno nunca espera son las que llegan más rápido.
Yahir Alexander, el hermano menor de Hermínsul, -tiene seis años- llega con su perrito, logra acomodarse en las piernas de Hermínsul y lo escucha atentamente.
La comida es lo más extraño. En España utilizan más el dulce que la sal, allá la sal es como el dulce. -quizás por eso lo hayan desilusionados esas amargas uvas, que en realidad eran algo que él no había probado antes, las aceitunas negras-. Todo es muy diferente, todo es muy raro. Los billetes parece que fueran de juguete; los carros, las motos que hay allá, son de esas super grandes. Sabe que, me emocionó mucho que la misma azafata con que nos fuimos a España, fue la misma que nos trajo, ella fue muy amable, nos atendía todo el tiempo y nos preguntaba que queríamos, nos regaló unos recuerditos.
Cuando me bajé en el Aeropuerto de Madrid me sentí contento porque estaba en el exterior representando a mi país. A mi me preguntaban que cómo era Colombia, qué como era la gente, entonces es ahí cuando uno tiene que darse cuenta que uno representa a su país y no puede hacerlo quedar mal, que tiene que ir con todas las de ganar. Pronto me voy a reunir con los niños de DNI, porque esa experiencia es para compartirla con ellos, no es justo que solo quede entre mi familia y yo, es bueno que quede entre mis compañeros.
Hermínsul dirige su mirada hacia firmamento, ahora la lluvia parece venir no sólo de arriba, sino de todas partes. Su mamá y sus dos hermanos lo esperan en silencio, pero él sabe que ya tiene que despedirse porque el domingo no ha terminado y falta media arroba de arveja por vender. Me dice que es mejor que no lo acompañe a Ferias porque por ahí es muy peligroso y uno nunca sabe.
Sin embargo, sereno, como siempre, puntualiza su posición frente al conflicto armado en Colombia.
Yo creo que poniendo de nuestra parte todo va a cambiar. Hay que tener mucha fe, yo creo que la paz en Colombia puede ser una realidad.
Puedo comprobar que efectivamente la carretera de Patio Bonito se convierte en un lodazal cuando llueve; mientras, pienso en eso último que Hermínsul me dijo:
No se que me tenga la vida; pero a mi me gusta
ver de noche las estrellas. Quiero ser astronauta, porque quiero conocer el espacio,
viajar a lugares que nadie a visto, descubrir cosas que nadie conoce.
* Escrito por Claudia Grajales, Periodista Colombiana