Sus Ultimas Hazañas

Fugaz Gobierno Guerrillero

Las desoladoras noticias llegaron a Santiago desde Cancha Rayada: la noche del jueves 19 de marzo de 1817 las fuerzas realistas destruyeron el ejército patriota.

En la capital cundió la amargura, y familias enteras se aprontaron para iniciar el viaje a Mendoza a través de la cordillera, antes que el enemigo invadiera triunfante Santiago.

En reemplazo de Bernardo O'Higgins, que se encontraba en el sur al mando de las tropas, ejercía entonces el poder como Director Supremo Delegado Luis de la Cruz. Los vecinos fueron convocados a un Cabildo Abierto la mañana del 23 de marzo, cuatro días después de la derrota patriota. Allí, en esa agitada asamblea, habló Manuel Rodríguez. El Historiador Ricardo Latcham relata: "Me toca una tarea muy penosa, la de comunicar a mis conciudadanos los detalles del triste suceso de la noche del jueves 19. El ejército ha sido sorprendido y derrotado tan completamente que en ninguna parte se hallaban esa noche cien hombres reunidos alrededor de sus banderas. El orgulloso ejército en el que cifrábamos todas nuestras esperanzas, no existe ya. Se anuncia que el Director O'Higgins ha muerto después de la derrota y que el general San Martín, abatido y desesperado, no piensa más qu en atravesar los Andes".

El informe resultó desolador. Algunos vecinos pedían cambio de gobierno y otros solicitaban que el mando se entregara a Rodríguez. En definitiva, se decidió que éste asumiera el cargo de Director Supremo Delegado junto a Cruz.

El Guerrillero supo devolver a los patriotas la fé y el optimismo perdidos luego del desastre de Cancha Rayada, animándolos mediante encendidas y vibrantes arengas y creando los Húsares de la Muerte.

Es famoso el discurso que lanzó en la Plaza de Santiago, cuando en forma enérgica habló a la multitud desalentada e inquieta. Con brillante oratoria, llamó a la defensa del territorio hasta las últimas fuerzas. La leyenda recuerda todavía aquella célebre frase con que el Guerrillero conmovió al gentió: "¡Aún tenemos Patria, ciudadanos...!"

Húsares De La Muerte

Rodríguez organizó los "Húsares de la Muerte", batallón que se distinguía por una calavera de paño blanco sobre negro, simbolizando la decisión de morir en la batalla antes que permitir el triunfo del enemigo.

Entregó los puestos de oficiales a sus familiares y amigos. Cuenta el historiador Ricardo Latcham que "el cuerpo llegó a contar de doscientos hombres, armados de 200 tercerolas sin terciados, 200 sables con sus tiros, 172 pares de pistolas, 80 piedras de chispa, dos cajones de cartuchos a bala y 6 de instrucción. Todo fue sacado de la Maestranza del Ejército".

O'Higgins Aclamado

Pronto fue avisado O'Higgins acerca de los sucesos en la capital y, aún herido, decidió regresar desde el sur. Llegó a Santiago en la madrugada del 24 de marzo y de inmediato se reunió con Cruz. Se informó acerca de los Húsares y de las acciones de Rodríguez.

Horas más tarde, O'Higgins acudió al Cabildo. Relata Barros Arana: "... cuando levantándose del sillón directorial, se puso de pie con el brazo entrapajado y con el rostro pálido por la fatiga, la concurrencia prorrumpió en calurosos aplausos. Con palabras sencillas refirió la jornada del 19 de marzo y los esfuerzos hechos para reorganizar el ejército, asegurando que la Patria tenía recursos suficientes para salir victoriosa de aquella tremenda crisis".

Allí mismo reasumió el poder, en medio de las aclamaciones de los asistentes.

Menos de treinta horas había durado el Guerrillero en el cargo de Director Supremo.

Ni Manuel Rodríguez ni los Húsares combatieron en la batalla de Maipú. El general San Martín había dispuesto que la batalla era decisiva y que en su éxito se pondría todo el empeño de los patriotas. Por tanto, hombres desprovistos de instrucción militar no podían participar.

Días más tarde, el general O'Higgins dio orden de disolver a los Húsares por falta de disciplina y de espíritu militar.

En Til-Til Lo Mataron

Pero a pesar de esta drástica medida del Director Supremo, los ánimos en Santiago no lograron calmarse. El 14 de abril de 1818 se conoció la noticia del fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera en Mendoza, lo que provocó gran revuelo en el pueblo y violentas reacciones por parte de los carrerinos. Tres días más tarde, en distintos lugares de Santiago, se reunieron los vecinos, en Cabildo Abierto, para terminar con el continuo desorden en la ciudad. Grupos disidentes gritaban contra "los tiranos", "las contribuciones" y pedían "la disminución de las atribuciones del Director Supremo", "cambio del Ministerio" y "la injerencia del Cabildo de Santiago en el nombramiento de los secretarios de Estado".

Entre esta multitud exaltada se encontraba Manuel Rodríguez junto a Gabriel Valdivieso, joven inquieto y atrevido que no desaprovechaba oportunidad para demostrar su descontento con el general O'Higgins. Ambos jóvenes protagonizaron luego un incidente que tuvo dramáticas consecuencias para el Guerrillero.

¡A Caballo Por El Palacio De Gobierno!

El Cabildo nombró una comisión, formada por Agustín Vial, Juan José Echeverría y Juan Agustín Alcalde, para que comunicaran a O'Higgins las exigencias del pueblo. Mientras el Jefe de Gobierno recibía en el Palacio a los comisionados del Cabildo, se escuchó un gran estrépito producido por gritos y sonidos de cascos de caballos. Manuel Rodríguez y Gabriel Valdivieso se habían introducido al Palacio montando sus cabalgaduras, seguidos por una multitud bulliciosa. Rápidamente la guardia presidencial detuvo a Rodríguez y a Valdivieso y disolvió a los revoltosos. Condujeron a los detenidos hasta el cuartel de San Pablo, ubicado en la calle que aún lleva ese nombre (esquina de Teatinos).

Una vez más, Rodríguez se encontraba prisionero. Su temperamento impetuoso y el profundo dolor que le produjo la ejecución de los hermanos Carrera, lo impulsaron a desafiar abiertamente a la autoridad, sin pensar en las consecuencias. Este acto de Rodríguez sirvió de pretexto para que la asociación secreta Logia Lautarina lo condenara a muerte.

Veredicto Implacable

La Logia Lautarina fue creada por San Martín en 1812, en Buenos Aires, con el fin de trabajar activamente por la Independencia Americana. Actuaba en forma secreta y eficaz y pronto se extendió a Santiago, adquiriendo poder. Sin autoridad legal, ejerció influencia en los acontecimientos. Implacable contra sus enemigos y escondida en el anonimato, la Logia se ganó el rechazo de muchos patriotas.

Manuel Rodríguez, que se movía independientemente de acuerdo a su propio temperamento y espítitu inquieto, pronto se trasformó en una molestía.

A medida que el Guerrillero se hizo más popular, se decidió buscar la forma de eliminarlo. Y la ocasión se presentó propicia a raíz de la irrupción del caudillo en el palacio de gobierno y su posterior encarcelamiento.

Obra, Obra, Obra, Vente, Vente...

Preso en el cuartel de San Pablo, Manuel Rodríguez se encontraba custodiado por una compañía del Batallón Cazadores de los Andes, al mando del teniente coronel argentino Rudecindo Alvarado.

Cuentan que no obstante las precauciones que se tomaron para vigilar a Rodríguez, él lograba burlar la autoridad de Alvarado y sobornaba a los oficiales que lo cuidaban durante la noche para que le permitieran realizar pequeños "paseos" por la ciudad: "Por las noches, Rodríguez cambiaba el uniforme por un espeso poncho y su sombrero militar por uno de anchas alas. Vestido de civil se paseaba hasta la madrugada y dando su palabra de honor al oficial de guardia alcanzaba hasta sitios alegres y a otros donde lo aguardaban los amigos..." "Son las últimas horas de libertad y muy pronto no respirará más el aire familiar de las calles dilectas"

. Aunque encarcelado, Manuel Rodríguez no descansaba y escribió una carta a su amigo Carlos Cramer pidiéndole que fuera a su lado. Decía: "Obra, obra, obra. Vente, vente, vente y vuela, vuela Ambrosio al lado de Rodríguez". El mensaje fue interceptado antes de llegar a su destino y, valiéndose de él, acusaron a Rodríguez de seguir conspirando en contra de las autoridades.

Después de estos hechos se realizaron misteriosas reuniones entre tres personajes: el teniente coronel Rudecindo Alvarado, el teniente Manuel Navarro, español al servicio del Ejército de los Andes, quien posteriormente jugaría un importante rol en la muerte del caudillo, y Bernardo Monteagudo, apodado "El Mulato", quien pertenecía a la Logia Lautarina y había participado en la muerte de los Carrera. Ellos tenían instrucciones precisas de la Logia, que ordenaba la "exterminación del coronel don Manuel Rodríguez por convenir a la tranquilidad pública y a la existencia del ejército". El comandante Alvarado comisionó a Manuel Navarro para que custodiara al prisionero y le diera muerte. A partir de entonces la suerte del héroe popular estaba echada y sus días contados.

Asesinado Por La Espalda

Aproximadamente diez días después de su arresto, Rodríguez fue sacado en la madrugada de la prisión, supuestamente para llevarlo a Valparaíso y de allí mandarlo al extranjero.

Partió la comitiva rumbo a Quillota por la cuesta Dormida y al llegar a San Ignacio se le acercó su amigo, Manuel Benavente. En un descuido de los soldados, Benavente le pasó un cigarrillo. Rodríguez a hurtadillas logró leer el mensaje aconsejándole huir en la primera oportunidad. "Huya Ud. que le conviene", decía Benavente.

El Guerrillero rechazó de plano la idea y a partir de ese momento pareció que presagiaba su muerte. Sus inquietos ojos negros se volvieron vigilantes. Buscaban a su asesino en cada uno de los soldados.

Sobre los pormenores de la muerte, el historiador Latcham cuenta lo siguiente: "Los jinetes avanzan y Navarro, indicando unas luces lejanas, convida a Rodríguez a visitar a unas "vivanderas" que cantan y bailan. El rostro del criollo se enciende y acepta la invitación.

Se aproxima entonces a Cancha del Gato, en cuyo margen se erguían unos maitenes y las famosas sepulturas indigenas del tiempo prehistórico.

Se alejan bastante del grupo de soldados que siguen a la retaguardia. La luna en menguante aún no había salido. Por todas partes los circundan las tinieblas y sólo a la distancia titilan las lucecillas que excitaban la sensualidad del Guerrillero.

De pronto un grito de Navarro vuelve a meter una idea trágica en el alma del infortunado preso.

¡Mire que ave tan extraña! grita Navarro y un pistoletazo quiebra la dormida calma del campo.

Una puntiaguda bala ha picado en el pescuezo. Al caer, Rodríguez grita:
- ¡Navarro, no me mates! ¡Toma este anillo y con el serás feliz!
El soldado Parra Y el cabo Pedro Aguero "rematan al tumbado jinete, descargándole a boca de jarro las carabinas. Después lo arrastran hasta un zanjón y lo cubren a medias con ramas de árboles y con piedras". El cadáver quedó abandonado, a un lado del camino".

Pedro Aguero fue encargado de informar que el prisionero había sido muerto al tratar de escapar.

Los asesinos de Rodríguez nunca fueron castigados. En el primer momento se puso preso a Navarro, pero pronto salió libre sin que se hubiera realizado un proceso serio que tratara de aclarar la verdad.

"El día 30 hizo Alvarado levantar un inventario de las ropas de Rodríguez". Se hallóuna chaqueta verde bordada con trencilla y una camisa, ambas agujeradas y empapadas de sangre. El reloj de Rodríguez fue regalado a Navarro por Alvarado. Más tarde fue vendido por el victimario al coronel Enrique Martínez. Las otras prendas y el dinero del muerto se repartieron entre los que secundaron el asesinato".

El Unico Testigo

El asesinato fue presenciado por el joven campesino Hilario Cortés, quien escondido entre la vegetación fue involuntario testigo del drama. Todavía horrorizado por lo que había visto y sin poder borrar de su mente la imagen del caudillo moribundo, corrió a dar aviso de lo sucedido a las autoridades de Til-Til.

Su Tumba Un Misterio

Cinco días después del asesinato, el juez de Til-Til, Tomás Valle, muy amigo de Rodríguez, fue informado de que el cuerpo estaba siendo devorado por avés de rapiña. Resolvió dejar de lado temores y brindar al Guerrillero cristiana sepultura.

Una helada mañana de junio Tomás Valle partió con sus trabajadores Hilario Cortés, uno de los testigos del crimen, y José Serey y metió en un capacho de cuero los restos ya desarticulados. Ocultos, los llevó luego a la capilla del pueblo y allí el cuerpo fue sepultado, sin cajón, en el centro del presbiterio.

Tomás Valle juramentó a sus trabajadores para no decir jamás una palabra, por temor a represalias de las autoridades de Santiago. Desde entonces se hizo silencio sobre la tumba de Manuel Rodríguez. Quizás una que otra pregunta... sin respuesta.

Tomás Valle, al morir en 1832, fue sepultado en el mismo presbiterio. Allí también se enterraría más tarde al vicepárroco de la capilla, de apellido Figueroa.

Entre los papeles del difunto Valle, sus hijos encontraron un mensaje de su puño y letra escrito en papel de fumar: "Si alguna vez se buscan los restos de Manuel Rodríguez, sépase que fueron enterrados por mi en la capilla de Til-Til en el presbiterio".

76 Años Más Tarde

Pasaron desde la noche del entierro, 76 años. En 1894 Enrique Allende, Justo Abel Rosales y Abelardo Carvajal, solicitaron al gobierno de Pedro Montt se les autorizara exhumar los restos. "Podemos precisar ya el punto tan buscado donde yacen aquellos preciosos restos", señalaron.

Una vez autorizados, formaron el "Comité Popular Manuel Rodríguez", el que se encargó de interrogatorios minuciosos a todos los vecinos de Til-Til, descendientes, parientes o que algo tuvieran que ver con la sepultación. De sus averiguaciones da cuenta el historiador Jaime González Colville: "Algunos testimonios corresponden al nieto de Tomás Valle, Bernardino Concha, quien refirió haber oído a su abuelo del asesinato de Rodríguez y de su sepultación en Til-Til. Además, narró Concha que su abuelo contaba que "una ventana que existía en la pared norte del presbiterio, cuando para ese lado no existía la pieza actual de la sacristía, permitía entrar el sol hasta la sepultura de Rodríguez en las horas del mediodía y esto era fijo..."

Dijo además este testigo que sólo tres hombres estaban enterrados en la capilla su abuelo Tomás Valle al norte; Rodríguez al medio, y un padre Figueroa, al sur.

Estas declaraciones fueron confirmadas por la hija de Tomás Valle, Ursula. Ella también había oído a su padre narrar lo mismo en la intimidad del hogar.

Testimonio importante fue el de Domingo Martínez, vecino de Til-Til, quien dijo haber recibido el encargo, en 1854 aproximadamente, de efectuar trabajos en el presbiterio de la capilla de Til-Til, los que hizo en compañía de Manuel Valdivia. Al remover el citado presbiterio, hallaron un cadáver medio destrozado, con pocos pedazos de ropa, pero que conservaba pantalones que le parecieron de color oscuro o azul, ya deshaciéndose; el cadáver estaba sin cajón y, suponiendo ellos se trataba de Manuel Rodríguez de quien habían oído hablar, consiguieron unas tablas y las colocaron sobre los restos a manera de ataúd.

Cuarenta años más tarde, el 10 de junio de 1894, se abrió el lugar señalado en presencia de la comisión. A las pocas horas apareció el cuerpo.

Junto a los huesos se encontraron restos de una casaca, compuestos de cordón distintivo de los Húsares y trozos de la armadura interior del traje militar.

Este hallazgo ha sido motivo de polémicas, ya que los relatos históricos describen a Manuel Rodríguez vestido con camisa blanca y poncho de color cuando fue asesinado.

Una vez exhumados los restos, fueron sometidos al examen de una comisión oficial integrada por Diego Barros Arana, Ramón Sotomayor, Luis Montt y Gaspar Toro.

Las pruebas fueron juzgadas insuficientes.

Pero los despojos encontrados en el presbiterio de la capilla de Til-Til y guardados como tesoro precioso, habían sido puestos en una urna cerrada y lacrada. El 25 de mayo fue trasladada al Cementerio General, donde se encuentra hasta hoy día.

Presunto Matrimonio

Manuel Rodríguez fue el romántico por excelencia. Su gallarda estampa atraía las miradas de todas las muchachas de su tiempo; pero el traqueteo incesante a que le obligaban sus actividades de guerrillero no le permitían detenerse. No obstante, es probable que haya contraído matrimonio con doña Francisca de Paula Segura y Ruiz, hermosa joven nacida en Santiago el 25 de enero de 1782, cuya familia era propietaria de tierras en Pumanque, al interior de San Fernando.

De esta unión nació un hijo, Juan Esteban Rodríguez Segura, que más adelante casó con doña Carmen Herrera Gallegos. Al enviudar, contrajo nuevas nupcias con su cuñada Ignacia. En el acta de este matrimonio, don Juan Esteban declara ser hijo legítimo de don Manuel Rodríguez, y así lo consigna el párroco de la iglesia San Lázaro el año 1855, lo que demuestra que el sacerdote debió constatar primero dicha legitimidad.

Francisca Segura falleció a los 92 años y en la partida de defunción de la parroquia Pumanque (fojas 161, año 1874) se deja constancia de que era viuda de Manuel Rodríguez.

Don Juan Esteban Rodríguez dejó numerosa descendencia, entre la cual destacó don Juan Esteban Montero Rodríguez, que fue Presidente de Chile.

El documento inédito proporcionado por Ricardo Walker Rodríguez, descendiente de Manuel Rodríguez, que insertamos en la página siguente, prueba la legitimidad del único hijo, Esteban Rodríguez Segura, nacido de su matrimonio con doña Francisca de Paula Segura y Ruiz, aun cuando en la partida Rodríguez figura como Luis Manuel y no como Manuel Javier.

El certificado dice a la letra: "Certifico que en la página 60 del libro No. 6 de "Matrimonios" se encuentra la siguiente partida: "En esta iglesia parroquial del Señor San Lázaro a veintidós junio de mil ochocientos, que dispone el Santo Concilio de Trento, por el Señor Provisor e Vicario General Doctor D. José Miguel Aristegui i dispensado el impedimento de afinidad en primer grado proveniente de cópula lícita, el que les ha sido dispensado por el ilustrísimo i Reverendisimo Señor Arzobispo don Rafael Valentín Valdivieso, casé, según el orden de Nuestra Santa Madre Iglesia a Don Juan Estevan Rodríguez, natural de esta ciudad, hijo legitimo de Don Luis Manuel Rodríguez i de doña Francisca Segura, viudo de doña Carmen Herrera, con doña Ignacia Herrera Lavín i de doña María Josefa Gallego. Fueron testigos don Amador Herrera i don Manuel Arcos, de que doi fé: Manuel Antonio Valdivieso. Cura Rector Interino". Hay una rúbrica".

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Manuel Rodríguez

"Esta placa marca el lugar preciso donde se encontraba la casa de Manuel Rodríguez, ubicada en la esquina de Agustinas con Morande."


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