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TRIBUNA ABIERTA
Una
crisis devastadora
Presentamos la traducción al español de un
artículo de Robert Brenner sobre la crisis
económica en curso, publicado en la revista
Against the Current Nº 132, enero-febrero 2008
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La
actual crisis puede transformarse en la más devastadora
desde la Gran Depresión. Manifiesta problemas profundos
no resueltos en la economía real que han sido
literalmente disimulados durante décadas por medio del
endeudamiento, así como una escasez financiera en el
corto plazo de una profundidad nunca vista desde la
segunda guerra mundial. La combinación de la debilidad
de la acumulación de capital subyacente y la crisis del
sistema bancario es lo que hace la caída tan inmanejable
para los gobernantes y tan seria su potencialidad de
producir un desastre. La plaga de hipotecas ejecutadas y
hogares abandonados –frecuentemente ocupados y
despojados de todo, incluyendo los cables de cobre-
acecha Detroit en particular, y otras ciudades del medio
oeste.
El desastre humano que esto representa
para cientos de miles de familias y sus comunidades sólo
puede ser la primera señal de lo que significa una crisis
capitalista. El alza histórica de los mercados financieros
en los años 1980s, 90s, y 2000s –con su transferencia de
ingreso y riqueza al uno por ciento más rico de la
población- distrajo la atención del debilitamiento de
largo plazo de las economías capitalistas avanzadas. El
desempeño económico en los Estados Unido, Europa
occidental y Japón, según virtualmente todos los
indicadores estadísticos -crecimiento de la producción,
inversión, empleo y salarios- se ha deteriorado, década
tras década, ciclo económico tras ciclo económico, desde
1973.
Los años desde el comienzo del presente
ciclo, que se originó a comienzos de 2001, han sido los
peores de todos. El crecimiento del Producto Bruto Interno
(PBI) en los Estados Unidos ha sido el más lento para
cualquier intervalo comparable desde fines de los 40s.,
mientras que el aumento de nuevas plantas y equipamiento y
la creación de empleos han estado un tercio y dos tercios
respectivamente por debajo del promedio de posguerra. Los
salarios horario reales para la producción y trabajadores
no supervisores, alrededor del 80% de la fuerza de
trabajo, estuvieron prácticamente planchados,
languideciendo alrededor de su nivel de 1979.
La expansión económica tampoco ha sido
suficientemente fuerte en Europa occidental o Japón. La
caída del dinamismo económico del mundo capitalista
avanzado está arraigada en un descenso muy importante de
la rentabilidad, causado en primer lugar por una tendencia
crónica a la sobrecapacidad en el sector manufacturero
mundial, que data de fines de los años 1960 y principios
de los 70. Hacia el año 2000, en Estados Unidos, Japón y
Alemania, la tasa de ganancia en la economía privada tuvo
una recuperación, pero en el ciclo de los ’90 no subió más
que en el de los ’70.
Con la reducción de la rentabilidad, las
firmas tuvieron menores ganancias para agregar a sus
plantas y equipamientos y menores incentivos para
expandirse. La continua reducción de la rentabilidad desde
los años 1970 llevó a una caída sostenida en la inversión,
como proporción del PBI, en las economías capitalistas
avanzadas, así como reducciones graduales en el
crecimiento de la producción, medios de producción y
empleo.
La prolongada declinación en la
acumulación de capital, así como la contención de los
salarios por parte de las corporaciones para restaurar sus
tasas de retorno, junto con los recortes del gobierno en
el gasto social para reforzar las ganancias, han llevado a
una caída en el crecimiento de las inversiones, el consumo
y la demanda del gobierno, y por lo tanto en el
crecimiento de la demanda de conjunto. La debilidad de la
demanada agregada, consecuencia en última instancia de la
reducción de la rentabilidad, ha constituido la principal
barrera al crecimiento en las economías capitalistas
avanzadas.
Para contrarrestar la persistente
debilidad de la demanda agregada, los gobiernos,
encabezados por el de Estados Unidos, no han tenido más
alternativa que emitir volúmenes cada vez mayores de
deuda, a través de canales cada vez más variados y
barrocos, para mantener funcionando la economía.
Inicialmente, durante los 70 y 80s, los estados se vieron
obligados a incurrir en déficits públicos cada vez mayores
para sostener el crecimiento. Pero si bien esto mantuvo la
economía relativamente estable, esos déficits también la
llevaron al estancamiento: en la jerga de esa época, los
gobiernos progresivamente recibían menos, era menor el
crecimiento del PBI por cada aumento del endeudamiento.
Del recorte de
presupuesto a la burbuja económica
A principios de los años 1990s, en Estados
Unidos y Europa, dirigidos por Bill Clinton, Robert Rubin
y Alan Greenspan, los gobiernos que habían girado a la
derecha y se guiaban por el pensamiento neoliberal
(privatización y destrucción de los programas sociales)
buscaron superar el estancamiento tratando de equilibrar
los presupuestos. Pero aunque esto no parecía importante
en la contabilidad del período, este cambio dramático tuvo
un efecto retroactivo radical.
Como la rentabilidad todavía no se había
recuperado, las reducciones de déficit causadas por la
equilibración del presupuesto significaron un gran golpe a
la demanada agregada, con el resultado de que durante la
primera mitad de la década de 1990, Europa y Japón
experimentaron recesiones devastadoras, las peores del
período de la posguerra, y la economía de Estados Unidos
se vio obligado a recurrir a formas de estímulo más
poderosas y riesgosas para contrarrestar la tendencia al
estancamiento. En particular, reemplazó el déficit público
del keynesianismo tradicional con el déficit privado y la
inflación de los activos de lo que podía llamarse el
keynesianismo del precio de los activos, simplemente una
burbuja económica.
En el gran ascenso del mercado de valores
de la década de 1990, las corporaciones y los hogares
ricos vieron expandirse masivamente su riqueza en dinero.
Por lo tanto pudieron embarcarse en un aumento récord de
endeudamiento y, sobre esta base, sostener una poderosa
expansión de la inversión y el consumo. El así llamado
boom de la “nueva economía” fue la expresión directa de la
burbuja histórica del precio de las acciones de los años
1995-2000. Pero como los precios de las acciones subieron
a pesar de la caída de la tasa de ganancia y como las
nuevas inversiones exacerbadron la sobrecapacidad
industrial, eso rápidamente aseguró la caída de la bolsa y
la recesión de 2000-2001, deprimiendo la rentabilidad en
el sector no financiero a su nivel más bajo desde 1980.
Sin inmutarse, Greenspan y la Reserva
Federal, ayudados por otros importantes Bancos Centrales,
contrarrestaron el nuevo ciclo descendente con otra ronda
de inflación de los precios de los activos, y esto ha sido
esencialmente lo que nos trajo a donde estamos hoy. Al
reducir a cero las tasas de interés a corto plazo por tres
años, facilitaron una explosión sin precedentes históricos
del endeudamiento de los hogares, que contribuyó y
alimentó la suba de los precios de las casas y la riqueza
doméstica.
Según The Economist, la burbuja
inmobiliria mundial entre 2000 y 2005 fue la mayor de
todos los tiempos, superando incluso la de 1929. Esto hizo
posible un aumento sostenido del gasto de consumo y de la
inversión residencial, que juntos impulsaron la expansión.
El consumo personal más la construcción de viviendas dan
cuenta de entre el 90 al 100% del crecimiento del PBI de
Estados Unidos en los primeros cinco años del actual ciclo
económico. Durante el mismo intervalo, sólo el sector
inmobiliario, según Economy.com de Moody’s, fue
responsable por casi el aumento del 50% del PBI, que de lo
contrario hubiera sido -2,3% en lugar de 1,6%.
Así, junto con los déficits
presupuestarios reaganianos de GW Bush, el récord en los
déficits de los hogares permitió oscurecer cuán débil
realmente era la recuperación económica subyacente. El
incremento de la demanda consumista respaldada con deuda,
así como el crédito excesivamente barato, no sólo revivió
la economía norteamericana, sino especialmente, por el
impulso de una nueva oleada de importaciones y el aumento
del déficit de cuenta corriente (balance de pagos y
comercio) a niveles récord, alimentó lo que parecía ser
una impresionante expansión económica global.
Brutal ofensiva
corporativa
Pero si los consumidores hicieron su
parte, no se puede decir lo mismo de las firmas privadas,
a pesar del estímulo económico récord. Greenspan y la Fed
habían inflado la burbuja inmobiliaria para darle tiempo a
los corporaciones para desembararzarse de su exceso de
capital y retomar la inversión. Pero, en lugar de esto, al
centrarse en restaurar la tasa de ganancias, las
corporaciones desencadenaron una brutal ofensiva contra
los trabajadores.
Elevaron la productividad, no tanto por el
aumento de las inversiones en plantas avanzadas y
equipamiento sino por medio del recorte radical en los
empleos, obligando a los trabajadores que quedaron a
utilizar los tiempos muertos. Al mantener bajos los
salarios y a la vez extraer más producción por persona, se
apropiaron en la forma de ganancias de un porción del
crecimiento del sector no financiero del PBI sin
precedentes históricos.
Las corporaciones no financieras, durante
esta expansión, han elevado significativamente sus tasas
de ganancias, aunque este crecimiento no llegó hasta los
ya reducidos niveles de la década de 1990. Además,
teniendo en cuenta que el grado al cual se había elevado
la tasa de ganancia había sido alcanzado simplemente por
la vía de elevar la tasa de explotación –haciendo que los
trabajadores trabajen más y pagándoles menos la hora-
habían razones para dudar de cuánto tiempo podía
continuar. Pero sobre todo, al mejorar la rentabilidad por
medio de mantener baja la creación de empleo, la inversión
y los salarios, las empresas norteamericanas mantuvieron
bajo el crecimiento de la demanda agregada y por lo tanto
socavaron su propio incentivo para expandirse.
Simultáneamente, en lugar de aumentar la
inversión, la productividad y el empleo para aumentar las
ganancias, las firmas buscaron explotar el bajo costo de
los préstmos para mejorar su posición y la de sus
accionistas por la vía de la manipulación financiera
–liquidando sus deudas y dividendos, comprando sus propias
acciones para subir su valor, particularmente en la forma
de una enorme oleada de fusiones y adquisiciones. En
Estados Unidos, durante los últimos cuatro o cinco años,
la recompra de dividendos y acciones como parte de
ganancias acumuladas (retained earnings) ha explotado a
sus niveles más altos de la posguerra. La misma clase de
cosas han ocurrido en toda la economía mundial –Europa,
Japón y Corea.
El estallido de las
burbujas
El límite es que, en Estados Unidos y el
mundo capitalista avanzado desde el año 2000, hemos visto
el crecimiento más lento de la economía real desde la
segunda guerra mundial y la mayor expansión de la economía
financiera en la historia de Estados Unidos. No es
necesario un marxista para decir que esto no puede
continuar.
Por supuesto, así como la burbuja de la
bolsa de los años 1990 estalló, la burbuja inmobiliaria
también explotó. Como consecuencia, la película de la
expansión impulsada por el boom inmobiliario que vimos
durante el cliclo ascendente está ahora revirtiéndose.
Hoy, los precios de las casas ya han empezado a caer un 5%
de su punto más alto de 2005, pero esto sólo es el
comienzo. Según la estimación de Moody’s, en el momento en
que la burbuja inmobiliaria se desinfle completamente a
principios de 2009, los precios de las viviendas habrán
caído un 20% en términos nominales –incluso en términos
reales-, de lejos la mayor caída en la historia
norteamericana de la posguerra.
Así como el efecto riqueza positivo de la
burbuja inmobiliaria impulsó la economía, el efecto
negativo de la caída del mercado inmobiliario está
empujándola hacia abajo. Con el valor de sus viviendas en
declinación, las familias ya no pueden tratar sus casas
como cajeros automáticos, y los préstamos a los hogares
están colapsando, por lo que tienen que reducir su
consumo.
El peligro subyacente es que los hogares
norteamericanos, al ya no poder “ahorrar” a través de la
elevación del valor de sus viviendas, comiencen
rápidamente a ahorrar verdaderamente, elevando al tasa de
ahorro personal, que ahora está en su nivel más bajo de la
historia, haciendo caer el consumo. Al comprender cómo el
fin de la burbuja inmobiliaria afectaría el poder de
compra de los consumidores, las firmas recortaron la
incorporación de personal, con el resultado de que el
crecimiento del empleo cayó significativamente desde
principios de 2007.
Gracias a la crisis inmobiliaria y a la
desaceleración del empleo, ya en el segundo trimestre de
2007, el flujo total real de dinero a los hogares, que
había aumentado a una tasa anual de alrededor del 4,4% en
2005 y 2006, había caído hasta casi cero. En otras
palabras, si uno suma los ingresos reales disponibles de
los particulares, más sus ingresos por la diferencia entre
el precio de la vivienda y la hipoteca, más los créditos
para consumo, más la realización de ganancias de capital,
descubrirá que lo que tienen para gastar ha dejado de
crecer. Bastante antes de que la crisis financiera
golpeara el pasado verano, la expansión ya estaba
agonizando.
La debacle sub-prime, que surgió como una
extensión directa de la burbuja financiera, está
compilcando en gran medida el ciclo declinante, haciéndolo
muy peligroso. Los mecanismos que ligan los préstamos
hipotecarios inescrupulosos a una escala titánica, las
ejecuciones masivas de viviendas, el colapso del mercado
de títulos financieros respaldado por hipotecas sub-prime,
y la crisis de los grandes bancos que directamente tenían
esas cantidades de títulos, requieren una discusión
aparte.
Simplemente se puede decir a modo de
conclusión -debido a que las pérdidas de los bancos, ya
enormes, son tan reales, y a que probablemente crezcan
mucho más a medida que empeore la caída- que la economía
enfrenta la perspectiva, sin precedentes en el período de
posguerra, de un congelamiento del crédito en el mismo
momento en que se está deslizando en una recesión –y que
los gobiernos enfrentan un problema de una dificultad sin
precedentes para evitar este resultado.
Robert Brenner es un historiador
norteamericano. Autor de numerosos libros y trabajos
como The economics of global turbulence; The Boom and
the Bubble. The US in the World Economy, entre otros.
Actualmente es uno de los editores de la revista de
izquierda norteamericana Against the Current.
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