El
asesinato de Paulina Aguirre por agentes de la CNI
Por
el homicidio calificado de Paulina Aguirre están procesados y acusados
como autores Alvaro Corbalán Castilla, mayor de ejército
y jefe operativo de la CNI quien, en esa época, estaba al mando
del cuartel Borgoño; Krantz Johans Bauer Donoso, teniente coronel
de ejército en retiro, que entonces dirigía la Brigada Azul
de la CNI bajo el mando de Corbalán, actualmente también
procesado por los asesinatos de la Operación Albania y del periodista
José Carrasco; Miguel Angel Soto Duarte, mayor de Carabineros en
retiro, alias El Paco Aravena; Alejandro Astudillo Adonis,
oficial de la Fach; y Jorge Claudio Andrade Gómez, teniente coronel
de ejército en retiro, subcomandante del cuartel Borgoño.
Fue Soto Duarte quien disparó las balas que provocaron la muerte
inmediata de Paulina. Cuando ya había caído, Astudillo Adonis
y Andrade Gómez le continuaron disparando. Corbalán y Bauer
dieron las órdenes, siguieron paso a paso el operativo
y se encargaron del montaje para simular un enfrentamiento.
Los procesamientos de estos cinco criminales fueron revisados y confirmados
unánimamente por la Corte de Apelaciones de Santiago. Dos de ellos
reconocieron haber participado en el operativo por orden de
Alvaro Corbalán. Esta fue una de las proezas de la
Brigada Azul de la CNI, encargada de reprimir al MIR y responsable de
numerosos crímenes. Esta brigada la dirigía en esa época
Krantz Bauer, bajo el mando general de Alvaro Corbalán. Durante
el proceso fueron interrogados alrededor de veinte ex agentes que formaban
parte de esa brigada, tres de los cuales permanecían en servicio
activo en el ejército en el año 2002.
Actualmente la investigación está cerrada, el caso fue aclarado
y el proceso cuenta con dos confesiones de los autores, decisivas para
impedir cualquier subterfugio en busca de impunidad. Antes de fines de
marzo, el ministro de fuero Jorge Zepeda debería dictar sentencia
de primera instancia.
MILITANTE
PRECOZ
Paulina
Aguirre pidió ingresar al MIR a los 15 años. A esa edad
ya había comprendido de sobra lo que era vivir en dictadura. Vio
a su padre, Luis Aguirre Smith, terriblemente torturado en Calama y después
tras las rejas de la Penitenciaría de Santiago. Su tío Pedro,
trabajador de Chuquicamata, estuvo recluido en la cárcel de Copiapó
y su tío Carlos Acuña Alvarez fue fusilado en Antofagasta.
Ella quiso luchar contra los crímenes cometidos por la dictadura.
Esperaba crear una sociedad más humana, justa e igualitaria -recuerda
hoy su padre-. Paulina era una bella niña que continuaba asistiendo
al Liceo Valentín Letelier en cursos vespertinos. Dibujaba y tocaba
la guitarra con sus compañeros y amigos. Y escribía, sin
olvidar jamás su compromiso político. A su padre le
dejó versos como éstos:
Cuando el dolor,
la sangre, el odio y la muerte
son necesarios,
miles de manos se tienden
para tomar las armas.
Acuérdense ustedes de mí
Siempre.
La joven militante, cuyo nombre político era Luisa,
trabajó cinco años en la clandestinidad. Sus padres estaban
separados y vivían en el exilio. Luis Aguirre en Francia y su madre,
María Eugenia Tobar Andrade, en Suecia. Es poco lo que se sabe
de los últimos años de Paulina en Chile. Sí se han
podido reconstituir, a grandes rasgos, sus pasos previos al asesinato.
UNA
GRIETA EN EL MURO
A
comienzos de 1985, Paulina Aguirre arrendó una cabaña de
madera en el interior de una parcela, en calle Pastor Fernández
16.100, en la comuna de Lo Barnechea. Según el testimonio de un
testigo, la misma vivienda había sido alquilada anteriormente por
una mujer de unos 30 años, que dijo ser fotógrafa y a quien
visitaba un hombre de la misma edad. En las noches, los vecinos sentían
que martillaban, como si estuvieran realizando un trabajo de carpintería.
La mujer abandonó la cabaña intempestivamente, al día
siguiente de un robo en una casa vecina que motivó la presencia
de personal de Investigaciones.
En los primeros días de marzo, la zona central del país
fue estremecida por un terremoto y una profunda grieta resquebrajó
la única pared de cemento de la cabaña donde vivía
Paulina. La dueña -María Victoria Esquivel, hoy fallecida-,
quien residía en el mismo recinto, le pidió que se mudara
a una pieza de su casa mientras reparaban la cabaña. Pero ella
optó por trasladarse transitoriamente a casa de su abuela, en la
Villa Cumbres Andinas de la comuna de Macul, donde vivían su hermano,
una tía y una prima.
El 27 de marzo, los maestros que efectuaban reparaciones en la cabaña
debieron derribar la pared dañada y en el interior de un tabique
de madera descubrieron paquetes de municiones. Alertaron a la propietaria
y ésta dio aviso al Ministerio de Defensa. Al lugar llegó
un equipo de la CNI, que posteriormente anunció a la prensa el
hallazgo de armas, municiones y amongelatina. Dentro y fuera de la vivienda
quedó una guardia permanente de la CNI esperando el regreso de
Paulina.
El contratista a cargo de los trabajos, Luis Valenzuela Pérez,
declaró durante el proceso que vio al agente de la CNI a cargo
del equipo mostrarle una serie de fotos a la dueña de la parcela
y que ésta reconoció en una de ellas a la joven arrendataria
de la cabaña, como también a otra mujer que le había
servido de aval al momento de concertar el alquiler. Valenzuela señala,
además, que les afectó cuando supieron de la muerte de la
muchacha debido a que sentíamos que por nuestro trabajo había
resultado muerta esta joven y que la dueña de la propiedad
estaba molesta ya que estimaba que la cantidad de personas que se
encontraba oculta al interior de la parcela y en los alrededores, podría
haber actuado en forma diferente, deteniendo a la joven sin matarla.
Según la versión oficial entregada por la CNI,
Paulina regresó el 29 de marzo, a las 23.15 horas. La parcela estaba
plagada de esbirros de la CNI, ocultos entre los árboles. Cuando
la joven abrió la puerta del antejardín, le habrían
ordenado que se detuviera e identificara. Entonces, ella habría
sacado un arma de su bolso con la que supuestamente disparó a los
agentes.
Al repeler el ataque, éstos la habrían herido mortalmente.
El informe de autopsia registra ocho entradas de bala, dos de las cuales
le atravesaron la cabeza. La muerte fue instantánea.
La investigación realizada durante el actual proceso reveló
que Paulina estaba siendo seguida con anterioridad, que iba desarmada
y que la asesinaron a sangre fría. Una vez cometido el crimen,
llegaron al lugar Alvaro Corbalán y Kranz Bauer -ambos procesados
por la Operación Albania y el primero condenado a prisión
perpetua por el homicidio del carpintero Juan Alegría Mundaca-,
para supervisar el resultado de la operación, alterar
el sitio del suceso y hacer la denuncia del enfrentamiento.
Esa fue la información que se dio a conocer a la población
chilena a través de la prensa.
EN
BUSCA DE LA VERDAD
Como
ocurrió con muchos otros casos, por el homicidio de Paulina Aguirre
se inició un proceso en la justicia militar que quedó en
nada. El Segundo Juzgado Militar de Santiago no se orientó a indagar
sobre la muerte de la joven militante del MIR, sino a investigar los delitos
de tenencia ilegal de armas y conducta terrorista. Poco después,
el caso fue sobreseído debido a que la autora de esos delitos había
muerto en un enfrentamiento. Eso fue todo.
Al comienzo de la década del 90, sus familiares declararon ante
la Comisión de Reconciliación, Verdad y Justicia. Luego
de investigar, la comisión expresó en el Informe Rettig
su convicción de que Paulina Aguirre pudo ser detenida, sin
embargo fue ultimada por efectivos de la CNI cuando regresaba a su domicilio,
sin que hubiese habido oposición de su parte. El 2001, Luis
Aguirre Smith, residente en Francia, presentó una querella ante
el juez Juan Guzmán por intermedio del abogado de derechos humanos
Francisco Bravo contra Augusto Pinochet y quienes resulten responsables
de los delitos de homicidio calificado y asociación ilícita
genocídica cometidos contra su hija.
Durante el proceso en la justicia militar, Salas Wenzel había dado
el nombre de dos personas -Jaime Aravena Parada e Iván
Stuar Briceño- que habrían participado en el operativo.
Como es de suponer, eran chapas, lo que se demostró
en ese mismo proceso.
Posteriormente, en el 2001, el actual comandante en jefe del ejército
Juan Emilio Cheyre, quien entonces tenía el cargo de jefe del estado
mayor general del ejército, se negó a entregar al ministro
de fuero Juan Guzmán la nómina de militares que cumplían
funciones en la CNI en 1985, diligencia que había solicitado la
parte querellante. Sólo argumentó que esa información
es un antecedente secreto conforme lo dispuesto en el artículo
436 del Código de Justicia Militar. Esa fue toda la colaboración
que prestó el ejército para aclarar el crimen, lo que desmiente
el discurso reconciliatorio y pro derechos humanos del general Cheyre.
Con los escasos antecedentes disponibles, el ministro de fuero Juan Guzmán
despachó una orden de investigar al Departamento V de la policía
de Investigaciones, que cumplió una labor decisiva en la pesquisa.
Estableció que dentro de la CNI el aparato encargado de la represión
contra el MIR era la denominada Brigada Azul, y que el asesinato de Paulina
Aguirre tenía las mismas características de otros cometidos
antes y después de su muerte, los que también se presentaron
como enfrentamientos. Un precedente inmediato era el homicidio
de Fernando Vergara Vargas, abatido en la calle el 15 de diciembre de
1984 cuando regresaba a su casa. Los falsos enfrentamientos fueron la
forma que adquirió en los años 80 la política de
exterminio contra quienes estaban en la lucha antidictatorial. Hay testigos
que escucharon en 1986 a Hugo Salas Wenzel, director de la CNI, diciéndole
a Alvaro Corbalán que ya no quiero más detenidos.
El Departamento V de Investigaciones logró identificar a un número
importante de agentes de la Brigada Azul y, con la orientación
de la parte querellante, solicitó información judicial a
otros jueces que investigaban delitos cometidos por la CNI en esos años.
La primera luz para dar con los autores la proporcionó una agente
de esa brigada de la CNI, Ema Verónica Ceballos Núñez,
perteneciente a la Armada, quien declaró que el operativo en El
Arrayán, en el que ella dijo no haber participado, fue comentado
en la Brigada Azul por un sujeto denominado El Paco Aravena,
quien tenía la particularidad de estar estudiando Leyes. Este hombre,
según Ema Ceballos, se jactaba de haber dado muerte a Paulina Aguirre,
lo que a ella le molestó mucho, porque consideraba un acto de cobardía
haber matado a una muchacha tan joven y sin defensa. Esos datos fueron
determinantes. A su vez, otros agentes de la CNI fueron entregando nuevos
antecedentes. Uno de ellos admitió que fue un montaje, que la joven
estaba siendo seguida hacía aproximadamente un mes. Luego, Ema
reconoció al Paco Aravena en una serie de fotos que
le mostró el ministro a cargo de la investigación. Fue identificado
como Miguel Angel Soto Duarte. Es decir, el pacto de silencio se comenzaba
a romper, lo que permitió ir precisando la identidad de quienes
participaron en el operativo y a quienes correspondían las chapas
entregadas por Salas Wenzel.
En octubre del 2003, cuando se distribuyeron procesos para descongestionar
el trabajo del juez Guzmán, el caso pasó a manos del ministro
de fuero Jorge Zepeda, quien continuó trabajando, ahora con el
equipo de inteligencia de Investigaciones, y tomó declaraciones
a aproximadamente veinte ex agentes de la CNI. En definitiva, llegó
a la conclusión que Paulina Aguirre había sido objeto de
un seguimiento coordinado por radio durante todo el trayecto hasta la
parcela. Eso coincide con otras informaciones. El hermano de la joven,
Luis Aguirre Tobar, y una prima, Ana Andrade, observaron un furgón
Suzuki de color blanco que circulaba en torno a la casa de la abuela,
donde ella había buscado refugio en los días previos al
asesinato.
Lo más sencillo fue desbaratar el montaje del enfrentamiento.
La CNI repitió errores cometidos en otros casos similares, como
poner el arma en la mano izquierda de la muchacha -que no era zurda-,
usar una pistola con la cual no se había disparado y ausencia de
restos de pólvora en la mano de la joven. No se preocuparon
de esos detalles, que son fundamentales, porque evidentemente pensaron
que esto jamás sería investigado, señala el
abogado querellante Francisco Bravo.
La investigación judicial no confirma ni desmiente el hallazgo
de armamento en la vivienda de la militante del MIR, porque se orientó
exclusivamente a aclarar el homicidio. Aparentemente, había
barretines -dice el abogado querellante-, pero Paulina lo habría
ignorado. Qué es lo que realmente había es algo difícil
de comprobar, porque la CNI aisló la cabaña mientras la
registraba y después informó de una larga lista de municiones,
armas y explosivos encontrados en su interior.
En la actualidad, varios de los acusados se encuentran en libertad provisional.
Krantz Bauer quedó libre bajo fianza a pocos días de haber
sido detenido. Lo mismo ocurrió con Miguel Soto Duarte, autor de
los disparos mortales. A Jorge Andrade le concedieron la libertad, pero
casi de inmediato fue revocada por un dictamen de la Octava Sala de la
Corte Suprema por considerarlo un peligro para la seguridad de la
sociedad debido a la forma y circunstancias del delito investigado.
Sin embargo, insistió y finalmente obtuvo la libertad provisional.
Pero estos serán los últimos días en que los asesinos
de Paulina Aguirre gozarán de ese beneficio al que con tanta facilidad
acceden los violadores de derechos humanos. El ministro Jorge Zepeda Arancibia
tiene la palabra.
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