¿COMO
LLEGAR?
El
lugar, museo del recuerdo de las épocas románticas, nace
con la fama de sus ricas minas en 1772, apelmazando construcciones en la
misma sucesión con que el entorno empezó a ser abandonado
por la nueva fiebre del oro de esta misteriosa población.
Para 1804, ya dice Humbolt, que este Real de Minas ocupa el segundo
lugar en la producción de plata de la Nueva España. Hacia
fines del siglo XIX, la población cuenta con teatro, plaza de toros,
rebote (antecedente del frontón), palenque o plaza de gallos, uno
de los mejores del país, varias capillas y magnífica arquitectura
civil. Para entrar a la población se hace por un angosto túnel
de 2,300 m que lleva el nombre de Ogarrio.
Esta
población alcanzó el auge, consagrado por las regias inauguraciones
porfirianas, cuando el número de habitantes llegaba a 50,000 y se
tendían la vías férreas para comunicarlo; y tras la
Revolución, se convierte en el pueblo fantasma de unas docenas de
habitantes, hasta que lo retoma el turismo, pero quien nunca lo abandonó
fue San Francisco.Real de Catorce tiene su parroquia dedicada a la Inmaculada
Concepción. Este templo nunca ha alcanzado la categoría de
basílica ni de santuario, aunque de hecho lo es, y ya su nombre
de parroquia, que viene del griego, significa lugar de caminantes. Esta
es la acepción cristiana de la vida.
En el costado de la nave, de planta de cruz latina, se levanta un altar a San Francisco de Asís, que ha desfasado el culto principal. A la imagen le llaman El Charrito, quizá por la cantidad de exvotos que simulan la botonadura de plata del jinete. La escultura es curiosamente sédente, por tratarse de un San Francisco de coro, como el que tenemos en Guadalupe, Zacatecas.
Esta imagen, con sus milagros, logró lo que no pudieron las minas al entrar en borrasca o agotarse, mantener una corriente continua de peregrinos que durante la novena de San Francisco y todo el mes de octubre es tumultuaria.
Los codiciados pesos acusados por la casa de moneda propiedad de Santos
de la Maza, los han agotado los coleccionistas, pero los dólares
de los braceros y las nuevas monedas hinchan las nuevas cajas lugareñas
para todo el año. La fiesta se acaba y la población vuelve
al encanto somnífero de un pasado que fue y no volverá.
Desde la serranía del Nayar por más de 500 km. los matewamte o peregrinos huicholes vienen cada año tras otras luces. Abandonan a pie la rica sierra nayarita y se internan a este desierto en que sólo se da el izote, escasos huizaches y mezquites; vienen a la montaña sagrada de Wirikúta (Real de Catorce) y aquí en la tierra de nuestra madre (Tateí Matiniri) recolectan el peyote venado. Todo se transforma. Entran al paraíso festejando haber salido de su tierra para llegar a ésta de brillantes colores, donde todo es alegría, en donde se come hasta hartar, logrando la felicidad completa.
El peyote contiene hasta nueve alcaloides diferentes, que produce este
trance hacia la intemporalidad y la inmaterialización; con la policromía
de su rico vestuario sobre blanca tela, ahora empolvada, se van como llegaron,
tocando sus cuernos, con la paciencia de esperar un duro año que
les permita volver.