Algunos estudiosos de la conducta animal afirman que los perros domésticos se comportan con sus dueños como si éstos fueran una mezcla de su propia madre y el individuo dominante del clan. El perro adopta posturas infantiles de sumisión cuando se acerca al amo, siempre está dispuesto a obecederle y a jugar con él, busca su protección y al mismo tiempo le defiende. Aún el ejemplar más viejo moverá el rabo alegremente y se tenderá de espalda en característica actitud infantil si su dueño lo acaricia. Pues bien, cuando uno observa los mutuos signos de sumisión y de alegría infantil de los licaones, se diría que está viendo una tropa de grandes cachorros, de animales que se comportan entre sí exactamente igual que hacen los perros domésticos con sus dueños.
La cola de los licaones debe jugar un papel muy importante en las distintas ritualizaciones que implica su organización social comunitaria. Su punta blanca y llamativa es como un semáforo de buena voluntad, como una blanca bandera de paz que cada licaón iza cuando se encuentra con los miembros de su propio clan. He visto un licaón venir desde lejos hacia las terreras donde descansaba la banda. Quizá era un individuo perdido que había pasado bastante tiempo alejado de sus compañeros. Al verlo, todos se levantaron y adoptaron una postura tensa, seguramente porque el viento, que les era contrario, no enviaba a la tribu los efluvios del recién llegado. En su postura de alerta, los licaones permanecían con las colas caídas y las cabezas adelantadas, mientras el individuo que se acercaba avanzaba también como encogido. Cuando sólo le separaban unos metros de la tribu, el presunto forastero aceleró el paso y levantó el rabo, moviéndolo nerviosamente. La respuesta social fue inmediata. Todos los demás animales alzaron las llamativas colas y se precipitaron alegremente hacia el recién llegado, entregándose a los ya clásicos y tumultuosos saludos en estos gregarios animales.
Algunos observadores dicen también que la punta de la cola blanca sería muy útil a los licaones para no perderse de vista unos a otros durante las largas persecuciones que llevan a cabo al amanecer o al caer la tarde. Porque es indudable que la mayor tragedia que puede acaecer a un licaón es la de perder el contacto con su tribu. Solo, un licaón está a merced de sus enemigos y, aunque no le sería muy difícil abatir una presa, malamente la podría defender de las hienas. Cuando los licaones se quedan aislados aúllan de un modo muy particular y sumamente dulce, con un tañido como de campana que se escucha a muchos kilómetros de distancia. En una ocasión encontré un licaón perdido en el corazón del Serengeti. Todo el aire alegre, curioso y lleno de vitalidad que caracteriza a los licaones había desaparecido en él. Su aspecto era el de una bestia triste, muy semejante al de esos pobres perros callejeros que han perdido su dueño.
Las glándulas odoríferas que poseen los licaones expanden en el ambiente un tufillo que algunas personas encuentran insoportable y que los amantes estudiosos de los licaones se limitan a describir como dulzaino y peculiar. Un olor como a cueros podridos, dicen los que quizá no se han identificado profundamente con los licaones. Un aroma canino persistente, objetan sus defensores. Lo cierto es que el olor de los licaones les debe resultar muy útil también para no perder el contacto entre sí durante la noche y para identificar desde muy lejos, con buen viento, la ubicación de cualquier miembro de la manada.
Pero es indudable que por encima de las ritualizaciones todavía desconocidas que mantienen la cohesión entre las manadas de licaones, el reparto comunitario del alimento --comparable a la trofalaxis en las comunidades de insectos sociales-- resulta básico en el soporte de la estructura del grupo, porque permite una adecuada división del trabajo entre los guardianes de las crías y los cazadores. Los licaones, que ingieren grandes pedazos de carne en el lugar mismo de la matanza para retornar prontamente a las terreras y regurgitarla, no sólo se limitan a alimentar con ella a los cachorros, sino que el contenido estomacal de los distintos miembros del clan pasará sucesivamente de unos a otros antes de ser digerido por completo. Y es tal la necesidad que sienten de ese trasiego de alimentos que, mutuamente, se lametean en las comisuras de los belfos, llegando, incluso, a mordisquearse en las mejillas para provocar el vómito de sus compañeros.
Esta formidable conquista en el mundo de los carnívoros hace posible que los licaones que no participan en las cacerías, porque se lo impide su excesiva juventud, sus achaques o la misión de vigilar las crías, obtengan la necesaria cantidad de proteínas que precisan para vivir. En otros carnívoros sociales, como los leones, los machos dominantes, que desde luego afrontan penosas obligaciones, son más fuertes que los demás y, en consecuencia, arrebatan a sus compañeros las mejores partes de las presas. Esto contribuye en época de penuria al debilitamiento e incluso a la muerte de algunos miembros del clan, por lo que sólo los más fuertes están en condiciones de defender el territorio o abatir las presas. En las manadas de licaones, contrariamente, todos los adultos están igualmente cualificados para cumplir las funciones propias del clan: cazar, defender la familia, y dar de comer a los jóvenes. Según Kühme, esta comunitaria predisposición de los licaones exigiría una total falta de jerarquía entre los componentes de una banda. Ciertamente, ningún orden jerárquico pudo observarse en la banda observada por el naturalista alemán ni en las estudiadas por Estes y Van Lawick en el Ngorongoro. Quizá después de sus tres años de rigurosa observación Hugh Van Lawick pueda darnos alguna indicación respecto al comportamiento jerárquico o ajerárquico de los licaones y a problemas que no han sido ni siquiera esbozados, como las relaciones entre los distintos clanes que habitan en la región, la delimitación y defensa de los territorios de caza y el comportamiento reproductor en los machos en bandas donde generalmente las hembras se encuentran en una manifiesta inferioridad numérica.
Hoy por hoy debemos limitarnos a confirmar que, en la caza, en el momento de matar la presa, en la distribución del alimento, en la siesta de mediodía en la terrera, en los descansos nocturnos, son posibles todas las combinaciones entre los licaones, sin que se hayan observado nunca verdaderas peleas en el seno de una tribu. Y no deja de ser curiosa coincidencia el hecho de que estos animales comunitarios y carentes de agresividad en el seno de su grupo adopten un comportamiento infantil respecto a sus semejantes, como hacen los perros domésticos con su dueño, por quien se dejarían matar sin osar defenderse. Y no solamente los machos se suplican mutuamente comida besuqueándose en las mejillas, sino que incluso, como he tenido la oportunidad de observar, chupan las ubres de las hembras y éstas se arrastran bajo los machos en la misma actitud que una cría bajo el vientre de su madre. En la manada que estuve observando, me dió la impresión, lo mismo que al alemán Kühme la suya, de que todos sus componentes se comportaban como las crías de una gran familia en la que sólo un individuo, concretamente la madre que estaba criando, recibía el máximo de las atenciones y saludaba menos intensamente, con una cierta rigidez que podría interpretarse como jerárquica, a los jóvenes o a los adultos.