Los Rostros de Dios

Cuando no supe que hacer,
me enseñaste.

Cuando tuve frío,
me diste calor.

Cuado tuve una certeza,
me creaste una pregunta.

Cuando te pedi imperiosa
e irracionalmente,
me mostraste que erróneo era mi pedido.

Cuando me puse en tu lugar,
me enviaste a un hermano para mostrármelo.

Cuando estuve triste,
me corregiste la amargura.

Cuando estuve alegre,
me acompañaste sin más.

Cuando no me aferró bien a la vida,
me mandas una misión.

¡Que difícil es estar cerca tuyo!
¡Que difícil es estar lejos tuyo!

Hubiera muerto sin tu amor,
hubiera caído en la creencia
de que estoy sola aquí

Hay tesoros que no tienen valor humano,
sus rostros, ya no tienen nombres, pues,
me enseñaste a ver sus almas,
y vi que ellas eran buenas.

Me acogieron dándome calor,
abundante calor.

Me preguntaron cuando estaba derrotada,
si recordaba tu victoria.

Me vierón obstinada,
e igual me acompañarón,
más jamás juzgaón mis acciones.

Me puse en tu lugar,
y me regalarón la correción
más tierna y amable que jamás
alguien me haya dado.

Me puse triste y
muchas manos tocarón mi hombro.

Me repuse y
aun estaban allí.

Senti trastabillar, caer y no levantarme,
y nada de eso era real, y de todas formas,
ellos seguían ahí.

Mi tesoro tiene un nombre,
se llama comunida.

Si bien es difícil estar cerca de ti,
más difícil sería sí ellos no
estuvieran conmigo.

Si aún te preguntas:

¿Qué es la comunidad?,
no busques más, pues,
la respuesta es, ni mas ni menos,
que: El Amor.

 

Vanesa Elizondo.

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