EL REY DEL LAGO
Erase una vez... un fornido y valeroso guerrero llamado Hito. No tenía miedo de nada y de nadie y, sin embargo, en todas las guerra en las que participó siempre estuvo al lado de los vencidos.
Entre la gente empezó a murmurarse que quizá fuese él quien trajese la mala suerte. Nadie quería reclutarlo y, por tanto, transcurrido algún tiempo, este samurai no tuvo otra opción que la idea de dejar su país.
Después de haber metido algunas provisiones en un saco y llenado un pellejo con vino, se fue armado con su fiel espada, su arco y tres flechas.
Camina que camina, al cabo de unos días llegó orillas de un gran lago. Lo cruzaba un estrecho puente construido sobre un río cuyas aguas impetuosas alimentaban el lago . Hito se paró sorprendido: una serpiente enorme, que parecía dormida, ocupaba toda la extensión del puente. De su boca entreabierta salía humo y alguna que otra lengua de fuego. El guerrero no se inmutó:
-¡No será esta bestia la que me detenga! -De puntillas, para no despertarla, caminó decidido a cruzar el puente. Sólo había andado unos pasos cuando escuchó una voz a sus espaldas:
-¡Samurai, espera! iQuiero hablar contigo!
Hito se giró. La serpiente había desaparecido y, en su lugar, vio a un hombre impresionante ricamente vestido.
-Eres un valiente -le dijo éste-. Estoy buscando un samurai aguerrido y sin miedo; cuando aparece uno, me transtormo en serpiente para poner a prueba su valor. Hasta ahora todos han huido. iSólo tú te has atrevido a cruzar el puente!
-¿Y tú quién eres? -le preguntó el samurai.
-Soy el rey cuyos dominios empiezan al final de este puente. Desde hace mucho tiempo, un dragón enorme aparece en el lago y devora a todo aquél que se pone a su alcance; y no se vuelve a sumergir hasta que ha saciado su apetito. Mis súbditos me abandonan y se alejan de estas aguas llenas de peces, donde hace poco tiempo pescaban tan felices.
-¡Creo comprender lo que deseas de mí! -exclamó Hito.
-¡Ciertamente! -le respondió el rey-. Necesito a un samurai que se enfrente con el dragón y le dé muerte. Si vences, podrás pedirme lo que quieras.
-¡No es valentía lo que me falta, pero parece que les traigo mala suerte a quienes me reclutan para luchar! -exclamó apenado el samurai-. iNo me gustaría que la suerte en este caso te fuera esquiva por mi culpa!
El rey le puso una mano en la espalda y le dijo con afecto:
-Ven conmigo a mi palacio. El horror y la desolación que encontrarás a lo largo del camino te convencerán de que eres la última esperanza que nos queda.
Habían llegado al palac¡o cuando oyeron unos gritos horrendos que procedían de una calle cercana. El rey se puso pálido y gritó:
-iEstá aquí, está aquí!
El samurai terminó tranquilamente de beber su copa de sake y salió al encuentro del dragón que se aproximaba enfurecido. La primera flecha dio de lleno en el cuello del dragón, pero sólo hizo que aumentara su ferocidad. Con la segunda flecha, Hito únicamente logró que el dragón escupiera fuego de sus fauces con más rabia. Unos instantes más y el dragón habría acabado con la vida del samurai.
-¡Sólo me queda una flecha! ¡Si fallo...!
De pronto le vino a la memoria las hazañas de un famoso guerrero que de pequeño le había contado su abuelo: «... y hay pocos que sepan que la saliva del hombre es un veneno mortal para los dragones.»
De inmediato, ensalivó la punta de la última flecha que le quedaba, tensó el arco y disparó con todas sus fuerzas contra el pecho del dragón.
Nada. El dragón seguía su marcha como si tal cosa. Apenas si tuvo tiempo el samurai de echarse a un lado y así evitar su ataque. Estaba a punto de desenvainar su espada cuando el dragón cayó fulminado.
La pesadilla había terminado. Incrédulos, los habitantes empezaron a acercarse. También el rey llegó alborozado. Pero el más incrédulo de todos fue el propio Hito, que no sólo había vencido al dragón sino también a la mala suerte.
(anónimo)