La Fe es el conocimiento intuitivo de
la Verdad que no necesita explicación lógica y cuyo proceso no es visible a los ojos de
la mente concreta.
Es un nivel de conciencia que se alcanza cuando el espíritu humano ha
madurado en el conocimiento y en la experiencia interior.
La Fe es una cualidad de una "edad" del espíritu.
Antes de eso, es inevitable creer en los sentidos, en lo que aparenta
ser concreto para nosotros, porque en esta "edad" espiritual es más sencillo
percibir y creer en lo que vemos, tocamos y en lo que otro ser humano realiza por
nosotros, que vivir la angustia de tener que REALIZAR lo propio, precisamente, porque no
podemos controlar nuestra mente y nuestras emociones.
Es así como sabemos, por el conocimiento recibido, que somos calificadores
y cualificadores de la energía mental; pero nuestros pensamientos, evidenciados en
nuestro verbo y nuestras actitudes, van muchas veces en dirección opuesta al conocimiento
adquirido, todavía en los planos de la mente concreta o intelecto. Esto ocurre en virtud
del descontrol por inconsciencia- de nuestros actos. Resulta, por ejemplo, un
verdadero esfuerzo de consciencia no ser pensados por el entorno o ceder a la
tentación de nuestros deseos, por más daño que sepamos que ello represente a la larga.
Todo esto, empero, ocurre en esta edad espiritual nuestra y forma parte
del crecimiento del espíritu humano, lo mismo que resulta un proceso el que una planta
afirme, paulatinamente, sus raíces en la tierra.
En los tiempos de Jesús, cuando la consciencia del hombre era mucho
más limitada y burda, fue necesario la manifestación de prodigios, con el objeto de
remover su espíritu cristalizado en lo externo, permitiéndosele crecer.
Si, en estos tiempos de proliferación de doctrinas, movimientos e
iglesias tiempos marcados por la búsqueda espiritual-, conociéramos un hombre que
realizara portentos similares a los que hizo Jesús, por ejemplo, en las bodas de Caná de
Galilea, tal vez no estaría haciendo lo suficiente para movernos a la fe verdadera. Es
decir, este hombre hará acólitos entre aquellos cuyos estados de conciencia aún les
impele a buscar, fuera de sí mismos, los valores permanentes de Dios y del espíritu,
haciéndoles pensar que la fenomenología es la demostración de la verdad buscada. Pero,
si a las maravillas que muestra no le acompañan la Luz del entendimiento espiritual y el
Amor que conmueve el alma, señalando un camino hacia la redención, seguramente el vacío
se manifestará de nuevo, más temprano que tarde, quedando una sensación de irreparable
pérdida de tiempo, lo cual traerá consigo pasos atrás en la búsqueda de la fe,
descreimiento, puesto que no hubo realización interior, no se echaron raíces en
sí mismo.
La Fe, pues, es el Conocimiento que pasa del estado intelectual (en
forma de archivos de conocimientos adquiridos y sintetizados) al estado intuicional (parte
ya de nuestra forma natural de pensar, de sentir y de actuar). Es una forma superior de
conciencia que no se sostiene de la percepción y corroboración de los sentidos,
permitiéndonos asumir una actitud diferente frente a las circunstancias, como si
"viéramos todo distintamente".
Acerca del Amor:
Percibimos y vivimos el amor desde la limitación de nuestro yo
egocéntrico, donde entendemos e interpretamos las cosas del mundo, a través de nuestros
intereses, conceptos y esquemas particulares. Este es un amor que da lugar al miedo, a la
negación de las enseñanzas de Jesús Cristo y es el origen de la injusticia, el
sufrimiento y el desequilibrio en la Humanidad. Este es el amor que denota ignorancia e
inconsciencia de los valores esenciales del espíritu y es guiado por el pensamiento
lógico.
Este es el amor que experimentamos en nuestra edad espiritual.
Jesús Cristo nos da una pauta importantísima.
En Marcos 12:31, Jesús dice: "Y el segundo es
semejante a él: Amarás a tu prójimo como a tí mismo".
Sin embargo, más adelante, en Lucas 14:26, dice lo siguiente: "Si
alguno viene a mí y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y
hermanas, y aún también su vida, no puede ser mi discípulo".
Al reflexionarlas encontramos que, aunque parecieran contradictorias
las palabras de Jesús, en realidad no lo son. Porque, ¿qué significación sicológica
tienen para nosotros el padre, la madre, la mujer, los hijos, los hermanos, las hermanas,
la vida propia y aún los amigos, los bienes, etc.? ¿No son acaso representaciones del
amor egocéntrico, del amor que todo lo posee? ?¿No son éstas las cosas de las que se
apropia el ego, el pequeño yo?
Todo ello representa el "amor a sí mismo", "el amor
propio".
Amar al prójimo como a uno mismo es un señalamiento al amor
consciente, aquel que prescinde del amor propio y todo lo abarca e incluye como si fuese
parte de sí. Se trata del Amor que constituye la óptima madurez del espíritu, a través
del Conocimiento o Fe, pues la fe nos permitirá "pensar claramente, más allá de
los sentidos" y de sus impresiones en nuestra psique, manteniéndonos firmes en una
interpretación verdadera de la vida.
El realizar dentro de nosotros la fe, nos otorgará un margen de
libertad interior en el ego que, necesariamente, habrá de expandir nuestra consciencia a
niveles de mayor profundidad, donde la separatividad que ahora nos caracteriza, se verá
transformada en inclusividad. Entonces, podremos ser verdaderos discípulos del Cristo.