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Los
días persiguiéndose |
17 de agosto de 2004 Carmina Carmina Ordóñez, manola con peinado de estocadas y crucifijos, purasangre de mujer española, guapa y facha, pija y rezadora, leona y mariana. La casta de los toreros está llena de machos folladores y hembras trágicas. Hay gente que parece haber nacido o muerto para el romancero. Quieren hacer de ella una Marilyn con pena y asco, otra leyenda de expirar entre los plásticos con la sangre envenenada, con la papada azul y el corazón estallando en un clavel. La han puesto a morir en el váter como los boxeadores viejos y las hembras baratas. Le han diseñado un carromato de loca y de perdida, todo ese ruin fetichismo que tiene la autodestrucción humana. Quieren hacerle una muerte sucia, están deseando que su muerte sea sucia porque ahí ya hay tema para otra temporada y comida para muchos cormoranes. Sobre su cadáver todavía vuela el dinero como sobre un muerto siciliano. Tiene viudos apócrifos, managers con botines, canalla rondando, galgos tristes a sus pies, enterradores que buscan los collares, ajustadores de cuentas, plañideras de pasarela, rebuscadores de hígados y anunciantes de la tele. Para este país que se come a sus caballistas, al que le gustan los cuernos con apellido, el sudor de las ingles en los cortijos, las matanzas con escopeta y los famosos que se convierten en enanos o en ludópatas, Carmina, la muerte derrotada de Carmina, está siendo el bocado del verano. Muertos con camello, preñeces y ucis, es la fruta con moscas que alimenta a España. Si esto es venganza de clases, ya hemos llegado a lo más bajo antes de poner la guillotina en la plaza. Carmina Ordóñez quizá sólo fue una mujer desgraciada y sola. No da el tipo para ser una virgen suicida, pero tampoco seguramente para ser el guiñapo muriendo sobre ceniceros, jeringas y cartones de bingo que nos quieren pintar en la tele de las babas. Mientras haya dinero en juego, Carmina morirá muchas veces y de muchas formas, apoplejías y miserias diferentes. Al personal le gusta que los famosos mueran entre cuervos, con los labios en el fango y las bragas en los tobillos. A algunos les hace sentir mejor. Carmina, la Divina... Están entre pudrirla y enamorase de su cadáver como del de Evita. Las desgracias de los muertos, cuánto huelen y cuánto satisfacen. |