La izquierda en cuestión, la cuestión de la izquierda

Imanol Zubero
Librepensamiento, nº 33/34, 2000

 - Lo que se está derrumbando ante nosotros es una forma particular de socialismo, el socialismo con unas ambiciones filosóficas gigantescas y sin ninguna conciencia ética, no el socialismo como tal [Agnes Heller, Final y esperanzas de una ambición].

- Nos quitarán hasta el nombre: y si queremos conservarlo deberemos encontrar en nosotros la fuerza de obrar de tal manera que, detrás del nombre, algo nuestro, algo de lo que hemos sido, permanezca [Primo Levi, Si esto es un hombre].

 - ... dar todas las posibilidades a lo que es portador de vida y no a lo que depende de un funcionamiento mecánico, a la sociedad civil y no a los aparatos [Georges Balandier, El desorden].

 1. La izquierda en cuestión

Como ha señalado Adam Przeworski: "El periodo actual, es el primero desde los años veinte en que los propietarios del capital han rechazado abiertamente un compromiso que implique la influencia pública sobre las inversiones y la redistribución de la renta. Por primera vez desde hacía varias décadas, la derecha tiene su propio proyecto histórico:
liberar la acumulación de todas las trabas que le impuso la democracia". En efecto, el triunfo de la explicación neoliberal del funcionamiento económico ha coincido con el éxito de una revolución conservadora. "La dinámica económica del capitalismo actual - afirma Göran Therborn- aparece acompañada por una reorganización político-social conservadora, como una revancha contra los avances culturales, políticos y sindicales de la izquierda en los años sesenta y setenta". No se trata tanto de una derrota electoral de las fuerzas de izquierda, cuanto de un triunfo cultural de la visión conservadora de la realidad.

 Mientras el capitalismo continúa su "epopeya mortífera" (Gallo); a pesar de que "ninguno de los problemas que intentaba resolver el comunismo ha desaparecido con éste" (Bossetti) y de que para la mayoría de la Humanidad "el capitalismo no es un sueño a realizar, sino una pesadilla realizada" (Galeano); aunque "fue el capitalismo el que en el siglo XIX nos trajo las masacres de las poblaciones autóctonas en tres continentes, y en este siglo dos guerras mundiales" (Halliday); a pesar de que "los pobres y los desamparados todavía están condenados a vivir en un mundo de injusticias terribles, aplastados por magnates económicos inalcanzables y aparentemente inalterables, de quienes dependen casi siempre las autoridades políticas, incluso cuando son formalmente democráticas" (Bobbio); a pesar de todo esto, mientras todo esto ocurre bajo el dominio capitalista, a causa del dominio capitalista, la izquierda reconoce mansamente que "no hay alternativas al capitalismo" (Giddens). Ya está. Se acabó El pensamiento único y su primer y fundamental principio -la economía está por encima de la política- es realmente contagioso.

 En una época de inversión semántica en la que, como denuncia Ernesto Sabato, "el epíteto de realistas señala a individuos que se caracterizan por destruir todo género de realidad, desde la más candorosa naturaleza, hasta el alma de hombres y de niños", la izquierda duda de sí misma. No me refiero a dudas razonables sobre la institucionalización práctica de la izquierda –si socialismo o comunismo, si tercera vía o sí socialiberalismo, si reforma o revolución- sino a dudas incapacitantes sobre el sentido mismo de la izquierda.

 ¿Tiene hoy algún sentido político (más allá, por tanto, de una subjetiva autocomplacencia) reclamarse de izquierdas? En su conocida obra sobre las razones y significados de la distinción política entre "derecha" e "izquierda", Norberto Bobbio afirma que estos no son conceptos absolutos sino relativos: no hacen referencia a cualidades intrínsecas del universo político, sino que representan una determinada topología política, son lugares del "espacio político". Por tanto, no designan contenidos fijados de una vez para siempre, su significado depende de los tiempos y de las situaciones. Hoy ha cambiado el espacio político, atravesado de importantes transformaciones y eso es lo que explica la pregunta por la identidad de la izquierda. Hasta aquí, nada que objetar. Pero no deja de sorprenderme que las transformaciones del espacio político no afecten de igual manera a la derecha, que parece tener muy claro no sólo su lugar, su topología, sino también su ser, su ontología. De aquí nace una primera cuestión: ¿no hay nada sustantivo en la izquierda que permanezca sobre los cambios de situación y tiempo? ¿es todo cuestión de topología política? Yo creo que todo no puede depender de los tiempos y de las situaciones. Lejos de cualquier dogmatismo esencialista, hay elementos sustantivos en la definición de la izquierda sin los cuales ésta pierde su cualidad de tal.

 Reflexionando sobre estos elementos característicos de la izquierda, Bobbio señala la igualdad como el criterio fundamental para diferenciarla de la derecha. Pero, en coherencia con lo anteriormente dicho, para el pensador italiano también este criterio es relativo: "Cuando se atribuye a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las desigualdades no se quiere decir que ésta pretenda eliminar todas las desigualdades o que la derecha las quiera conservar todas, sino como mucho que la primera es más igualitaria y la segunda más desigualitaria". Nuevamente nos encontramos ante un continuum relativizador, en el que ser de izquierda o ser de derecha es una cuestión de grado, de estar más o menos a favor de una mayor o menor igualdad. Pero, ¿de verdad es así? ¿es ser de izquierda sólo cuestión de una mayor o menor sensibilidad en favor de la igualdad o, si se quiere, en contra de la desigualdad? Nuestro planeta se ha convertido, en afortunada expresión de Serge Latouche, en un planeta de los náufragos. Se trata de todos esos millones de personas excluidas de los derechos políticos (culturas al borde de la extinción y pueblos que luchan por el reconocimiento de su identidad); de las personas refugiadas y desplazadas, víctimas de los conflictos bélicos o de las catástrofes naturales; de los nuevos pobres en los países ricos, personas privadas de empleo y reducidas a la supervivencia asistida; de los excluidos radicales, todas aquellas personas que nacen a la vida sólo para morir víctimas del hambre o la miseria... Todas ellas son víctimas de nuestro desarrollo, de un desarrollo excluyente que genera estructuralmente vencedores y vencidos. "Millones de seres humanos han muerto por ser como es la sociedad brasileña", escribía a finales de los 70 el sociólogo (hoy) neoconservador Peter Berger. Lo mismo cabe decir, sin ningún tipo de demagogia, del conjunto de las sociedades desarrolladas. Pobreza y marginación no son manifestaciones disfuncionales de una sociedad que, en términos generales, constituye un sistema social capaz de ofertar bienestar, identidad y sentido, sino consecuencias de un modelo de desarrollo que exige el sacrificio de millones de seres humanos.

 Y no es que seamos aprendices de brujo, que carezcamos del conocimiento necesario para controlar y dirigir nuestro propio poder. Cada vez está más claro que podemos afrontar su solución. No es un problema económico o técnico. El problema estriba en la falta de criterios orientadores. La racionalidad instrumental, que debería estar supeditada a un razonamiento moral, ha expulsado a este del escenario. Sabemos lo que hay que hacer y, en la mayoría de los casos, es posible (en el sentido técnico) hacerlo.

Pero no queremos hacerlo. Nos negamos a asumir los costes que se derivan del compromiso real por solucionar esos graves problemas.

Pensemos en el mayor de estos problemas que afectan a la Humanidad; pensemos en ese genocidio estructural que supone la permanencia del hambre generalizada en el mundo. No es un problema económico. Como ha señalado el economista Lester Thurow, si la gente estuviese dispuesta a vivir de la forma más barata que permita una expectativa de vida normal, no necesitaría mucho en términos de bienes y servicios y la capacidad de sostén de la tierra sería enorme. Sin embargo, el problema no consiste en determinar qué es factible económicamente, sino qué es socialmente aceptable. ¿Está la mayoría de la gente -se pregunta Thurow- dispuesta a aceptar las consecuencias que se derivan de la afirmación de que, para que todo el mundo pueda llevar una vida realmente humana, nadie debe tener nada por encima y más allá de lo necesario para llevar una vida sana? La respuesta es negativa. Para mejorar o mantener su estilo de vida, "los que tienen" están dispuestos a observar como se abstienen "los que no tienen".

 ¿Cómo hablar, en estas condiciones, de crisis sustantiva de la izquierda? ¿Es que acaso no hay nada que hacer? Como plantea, provocador como siempre, Eduardo Galeano en su último libro:
«Fin de siglo, fin del milenio: ¿fin del mundo? ¿Cuántos aires no envenenados nos quedan todavía? ¿Cuántas tierras no arrasadas, cuántas aguas no muertas? ¿Cuántas almas no enfermas? En su versión hebrea, la palabra enfermo significa "sin proyecto", y ésta es la más grave enfermedad entre las muchas pestes de estos tiempos. Pero alguien, quién sabe quién, escribió al pasar, en un muro de la ciudad de Bogotá: Dejemos el pesimismo para tiempos mejores».

 2. La cuestión de la izquierda

En las primeras páginas de El hombre unidimensional señalaba Herbert Marcuse que la teoría crítica de la sociedad se construye sobre un nivel que implica juicios de valor, el primero de los cuales es así formulado: "El juicio que afirma que la vida humana merece vivirse, o más bien que puede ser y debe ser hecha digna de vivirse". En La alternativa, Roger Garaudy afirmaba que, en lo esencial, el proyecto socialista de Marx consiste en reconquistar para el hombre -para todo hombre, enfatiza el propio autor- la posibilidad de serlo, es decir, de poder elegir sus propios fines.

Nada sería más fácil que llenar varias páginas con citas como estas. No hace falta, pues nadie ha expresado mejor que Eric Hobsbawn cuál es el núcleo del proyecto socialista:
«Los socialistas están ahí para recordar al mundo que la gente, y no la producción, es lo primero. La gente no debe ser sacrificada. No una clase especial de gente -los inteligentes, los fuertes, los ambiciosos, los guapos, los que un día pueden hacer grandes cosas, o incluso los que sienten que sus intereses personales no son tenidos en cuenta en esta sociedad-, sino todos. Especialmente los que son simplemente gente sencilla, no muy interesante, "simplemente ahí, para reunir las cifras", como solía decir la madre de un amigo mío. Como dice un personaje en el pasaje más conmovedor de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, que es sobre una persona exactamente igual de mediocre y bastante inútil: "Se debe prestar atención. Se debe prestar atención a ese hombre". Para ellos es y de ellos trata el socialismo».

 Socialismo o barbarie. El viejo lema sigue teniendo pleno sentido. Si una sociedad bárbara es aquella en la que algunos de sus miembros están de sobra, vivimos los más bárbaros de todos los tiempos, con millones de personas reducidas a población sobrante, a residuos, a inútiles. Como escribe Sabato, "al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización".

 Es por eso que el núcleo de la propuesta que constituye el hilo conductor de las izquierdas a lo largo de la historia -la defensa innegociable del derecho a la vida: de la vida de todos y de toda la vida- tiene hoy tanta relevancia como siempre. De nuevo Sabato: "Sí , muchachos, la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión".

 Señala Göran Therborn que son suficientes tres conceptos para resumir un proyecto socialista a largo plazo: la realización de la vida humana, la universalidad y la historia. "La realización universal de la vida humana es, en pocas palabras, de lo que trata el socialismo, que además tiene un lugar y una extensión en el tiempo histórico. No es un momento, ni siquiera una vida, solamente de felicidad, sino un periodo arraigado en el pasado y que se conecta con el futuro". La realización universal de la vida humana; la posibilidad de que todo el mundo pueda realizar la plena potencialidad de la vida humana, posibilidad que habría de mantenerse también para los futuros miembros de la humanidad. La construcción de una sociedad en la que todas las personas puedan vivir vidas dignas de seres humanos.

Aquí es donde la izquierda encuentra, sigue encontrando, su cuestión. Aquí está la cuestión de la izquierda.

 El proyecto socialista no puede plantearse ya sólo ni fundamentalmente en términos de emancipación. Si bien la política de la vida supone emancipación, si la política emancipatoria es una política de oportunidades de vida, la política de vida es una política de estilo de vida. Mientras que la política emancipatoria se centraba en los conflictos derivados de la lucha por el logro y la mejora de oportunidades de vida (con otras palabras, una política de las condiciones de vida), la política de la vida se centra en la elección entre diversas formas de vida. Es una política de decisión humana. Y por serlo, inmediatamente exige una remoralización de la vida social, pone sobre el tapete aquellas cuestiones morales y existenciales reprimidas por la modernidad. No es casualidad que todos los movimientos sociales contemporáneos pongan énfasis en la cuestión del estilo de vida y den nueva relevancia a los comportamientos individuales. Es lo que Andrew Dobson denomina la estrategia del estilo de vida. Al fin y al cabo, como nos recuerda José Antonio Marina la ética no trata en primer lugar de cuestiones tales como deberes o virtudes, sino de modelos de sujeto y modos de vida.

 3. La rebelión del instinto de vida...
 
 

Se ha convertido en lugar común entre los analistas de las nuevas formas de movilización colectiva en las sociedades industriales avanzadas considerar que estas se refieren fundamentalmente a lo que se ha dado en llamar el mundo de la vida, entendiendo por tal los ámbitos sociales que se organizan a partir de estrategias de cooperación y tienen su base moral en los sentimientos de solidaridad, responsabilidad, autoafirmación y ayuda mutua. Se trata, en primer lugar, a los ámbitos de las identidades personales y colectivas, del desarrollo personal, de la salud, del nacimiento y de la muerte, de la familia, la educación, las creencias, etc. Son ámbitos que en la sociedad moderna han sido recluidos a lo más privado de la existencia y que hoy irrumpen con fuerza constituyéndose en objeto del debate político. Los asuntos de la política de la vida constituyen el programa principal para el retorno de lo reprimido por las instituciones modernas, reclamando una remoralización de la vida social y exigiendo una sensibilidad renovada para esos asuntos sistemáticamente reprimidos por las instituciones de la modernidad. Pero no sólo encontramos una perspectiva "micro", no sólo se preocupan estos nuevos movimientos por la liberación de la vida personal y en la vida cotidiana. También existe una perspectiva "macro": preocupación por las condiciones físicas de vida y por la supervivencia de la humanidad en general. La mayoría de estas cuestiones ya han ido saliendo del ámbito privado de la mano de la lógica mercantilista, convirtiéndose en objeto de consumo y fuente de beneficio. Ahora irrumpen en el escenario de la política dando lugar a lo que se empieza a denominar la política de la vida. A modo de eslogan bien podríamos decir que se reivindica la transición del american way of life a un human way of life.

Esta opción entre estilos de vida es, en el fondo, una opción ética. Y es que la ética no trata en primer lugar de deberes o virtudes, sino de un modelo de sujeto.

¿Qué clase de vida nos parece la mejor para las personas? Esa es la gran pregunta que está en la base de la política de la vida. Los problemas que plantea la política de la vida no encajan inmediatamente en los marcos existentes, por lo que pueden estimular la aparición de formas políticas diferentes de las que predominan en la actualidad, tanto en los estados como en el plano mundial. De este modo, ese mundo de la vida se ha convertido en la principal fuente generadora de esas que Agnes Heller denominó necesidades radicales, es decir, esas necesidades que nacen en la sociedad capitalista como consecuencia del desarrollo de la sociedad civil pero que no pueden ser satisfechas dentro de los límites del capitalismo. Y esto es algo sumamente paradójico: que el simple hecho de querer desarrollar una vida buena, que la misma experiencia privada de tener una identidad personal que descubrir y un destino personal que cumplir, se haya convertido en una fuerza política subversiva de grandes proporciones (Roszak). Como escribiera Adorno en la dedicatoria de su obra Minima moralia, "a la vista de la conformidad totalitaria que proclama directamente la eliminación de la diferencia como razón es posible que hasta una parte de la fuerza social liberadora se haya contraído temporalmente a la esfera de lo individual".

 La pregunta crítica que surge del mundo de la vida, dotando de una enorme capacidad deslegitimadora sus reivindicaciones, es planteada así por André Gorz: "¿a qué precio hemos aprendido a aceptar como mundo de vida ese mundo al que dan forma los instrumentos de nuestra civilización? ¿En qué medida, al adaptarnos a él, nos desadaptamos a nosotros mismos? ¿Produce nuestra civilización un mundo de vida al cual pertenecemos por nuestra cultura del vivir o deja en desherencia, en estado de barbarie, todo el dominio de los valores sensibles?". El mundo en el que desarrollamos nuestras vidas es un mundo negador de la vida, un mundo vivido como invivible dada la violencia estructural de su organización y el continuo trastorno que provoca en nuestros sentidos, en nuestros cuerpos y en la biosfera en la que estamos insertos. Desde esta realidad es desde donde está surgiendo esa "rebelión del instinto de vida contra el instinto de muerte socialmente organizado" (retomando esa hermosa expresión de Marcuse) que caracteriza a los movimientos sociales de hoy. Recuperar las condiciones para una vida realmente humana, tal es el desafío.

 4. Localizar la lucha contra el globalismo

"La gente se está adaptando mejor a los cambios que las instituciones y los partidos", escribía recientemente Joan Subirats. Es cierto. En apenas veinte años hemos pasado de un escenario político en el que los individuos no contaban (sólo importaban los colectivos en los que estos se integraban) a otro escenario en el que, desde las más variadas instancias y por los más variados motivos, nos vienen diciendo que somos individuos tan complejos que ninguna construcción colectiva puede representarnos. Y esta nueva situación, que durante un tiempo fue vivida como orfandad, hace ya tiempo que empieza a ser experimentada como oportunidad para los escarceos y las "infidelidades" militantes, para una más rica (y más frágil, es cierto) vivencia de la participación.

 En Bélgica acaba de constituirse el denominado Sindicato de la Vida Cotidiana. Agrupa a herederos de aquella catártica marcha blanca contra la corrupción, a militantes contra la mundialización, a activistas de los derechos humanos... "Nos ocuparemos tanto de los problemas que pueden tener los padres de niños enfermos de cáncer como de los que tienen los usuarios de transportes públicos o las mujeres de los detenidos, la comida basura o los problemas de medio ambiente", explica uno de sus impulsores. Por otra parte, diversas organizaciones (desde el poderoso sindicato norteamericano AFL-CIO hasta la red internacional a favor de la condonación de la deuda externa) hacían un llamamiento para que el pasado 26 de septiembre, coincidiendo con la reunión del FMI y el Banco Mundial en Praga, fuera un día de acción bajo el lema Localizar el movimiento por la justicia global, invitando a desarrollar acciones variadas tales como organizar un foro sobre la deuda, denunciar a una empresa que no respete los derechos de los trabajadores o manifestarse frente a empresas contaminantes. Ahí está también el incipiente pero ya activísimo movimiento ATTAC [www.attac.org], movimiento internacional para el control democrático de los mercados financieros y de sus instituciones. O el colectivo Raisons d'Agir [www.agir.msh-paris.fr], impulsado por Pierre Bourdieu tras el movimiento de los parados franceses en 1995, concebido como un auténtico "intelectual colectivo autónomo" al servicio de los movimientos sociales que combaten la hegemonía del pensamiento neoliberal y empeñado en convocar para finales de este año 2000 unos Estados generales del movimiento social europeo que prefiguren un verdadero contra-poder crítico.

 Nuevas iniciativas como estas, que alguien puede descalificar tachándolas de parciales pero yo prefiero valorizar calificándolas de locales, se añaden a multitud de iniciativas más (contra el racismo, contra la precariedad laboral, etc.) y están sirviendo para que millones de personas de todo el mundo expresen su rechazo a un sistema social que es enemigo de la vida en todas sus expresiones. Y, lo que es mejor, iniciativas como estas están enseñando a millones de personas a organizarse y a luchar poniendo rostro al enemigo y a las víctimas que éste provoca. Esto es la izquierda. La izquierda plural. "Les propongo entonces –escribe Sabato y yo me sumo-, con la gravedad de las palabras finales de la vida, que nos abracemos en un compromiso: salgamos a los espacios abiertos, arriesguémonos por el otro, esperemos, con quien extiende sus brazos, que una nueva ola de la historia nos levante. Quizá ya lo está haciendo, de un modo silencioso y subterráneo, como los brotes que laten bajo las tierras del invierno". Y dejemos el pesimismo para tiempos mejores.