Los demonios del siglo
XXI: perspectivas
del Socialismo

Sergio Villegas
Punto Final, 17 de septiembre de 1999

En un foro sobre las perspectivas del socialismo en el siglo XXI, organizado por la Fundación  Clodomiro Almeyda, el ministro de Agricultura del presidente Salvador Allende, Jacques  Chonchol, subrayó la necesidad de desarrollar "una fuerza capaz de enfrentar los desafíos y  peligros de la globalización a un nivel que desborde las fronteras nacionales".

Exponiendo sus opiniones en un panel que incluía al sociólogo Manuel Antonio Garretón y al  economista Manuel Riesco, Chonchol negó que la mundialización haya significado un  mejoramiento económico en todos los países, una distribución más equitativa y una  incorporación de muchos sectores "a la modernidad o a nuevas condiciones de vida". Lo que se ha producido es un distanciamiento cada vez más grande debido a un factor: el capital. Se dice que no hay desarrollo posible si no hay condiciones para atraer capital extranjero.

Todo se hace en función de eso, aunque se perjudiquen intereses nacionales importantes.Jacques Chonchol destacó, por otra parte, que se ha endiosado de tal manera la economía, que el equilibrio entre los aspectos económico, social y cultural se ha perdido, supeditándose al  mejoramiento de la economía. Y dentro de la economía, al factor financiero, que opera en el
plano trasnacional y deja pocas opciones a los países menos favorecidos.

Los Estados -dijo Chonchol- se han debilitado; ha desaparecido todo tipo de regulaciones y esto nos ha conducido a una situación de globalización y al mismo tiempo de debilitamiento de los  trabajadores.

Chonchol citó un libro del ex ministro del Trabajo de Clinton, Robert Reich, "La economía  mundializada", donde se establece que en la sociedad norteamericana hay un 20% de gente especializada, proyectistas, jefes de sistemas financieros, etc. que absorben gran parte del ingreso, mientras otro segmento del ámbito de los servicios y la labor manual, se empobrece
cada vez más. Lo mismo ocurre en Europa.

Paralelamente, con el argumento de que hay que ser cada vez más flexible para ser más competitivo, se ha desmantelado todo un sistema de protección social y se ha precarizado el  trabajo. Hoy son cada vez más los que tienen trabajo inestable, externo, lo que podríamos llamar  de temporeros. Todo eso ha hecho más pobre y ha debilitado el mundo del trabajo. Y a ello han
contribuido los gobiernos, a costa de su propia competencia.

Chonchol recordó la famosa reunión que congrega anualmente en Davos a grandes figuras del mundo político y financiero internacional. Allí el presidente del Banco Central europeo  sentenció: "Hoy día, las políticas que hacen los Estados no ependen ya de lo que los electores  determinen, sino fundamentalmente de otra cosa: de que los comportamientos sean aceptables
desde el punto de vista de los mercados".

Chonchol hace notar que tras los mercados están los que controlan las finanzas mundiales: "son los dueños del capital los que en nombre de la modernidad y de la productividad están imponiendo todas las reglas".

Frente a esto hay que reaccionar y eso no puede hacerse sólo a nivel nacional, según el ex  ministro de Allende. En su opinión, si hay algo que aprender es que no hay más políticas nacionales y que debe recuperarse la visión internacional. Las políticas nacionales son  indispensables, pero no bastan cuando no hay capacidad para actuar con fuerzas similares de
otros países con los mismos problemas en el plano nacional. Y no se trata de los partidos políticos. Hay una pléyade de actores, movimientos sociales, intelectuales, etc. que deben actuar  conjuntamente.

Pronóstico de Malraux

Jacques Chonchol opina que es difícil pensar en una estrategia para el siglo XXI sin tener una noción de las tendencias que probablemente se harán presente. Señaló algunas que ya se perfilan importantes. Hay, desde luego, cierto tipo de conflictos que tomaron fuerza con el vacío que  dejó el hundimiento del "socialismo real". Conflictos étnicos o de tipo nacionalista o religioso  que empiezan a ocupar un primer plano. Lo que ha pasado en Bosnia, en Kosovo, Chechenia y  Dagestán últimamente es una prueba. Problemas parecidos surgen en todas partes del mundo.  Poco antes de morir, André Malraux hizo un pronóstico acertado cuando dijo que a la puerta de  Occidente llamarían pronto con violencia los impulsos del fundamentalismo religioso. Habrá  que contar con él en el próximo siglo. Pero hay que pensar no sólo en el fundamentalismo
islámico, sino también en una suerte de cristianismo agresivo de tipo integrista que se ve en  Europa oriental y en los propios Estados Unidos. En alguna medida también en determinados  países latinoamericanos. Hay un acuerdo sorprendentemente generalizado, subrayó Chonchol,  entre muchos intelectuales sobre el resurgimiento del apasionado conflicto entre escuelas de
pensamiento religioso y seculares como consecuencia de la apatía espiritual de Occidente.

Una segunda tendencia dice relación con la necesidad de elaborar una nueva visión de las relaciones del hombre con el mundo y la sociedad. Son problemas que se ven a diario en todas  partes: la contaminación, la degradación del medio ambiente, de la ciudad, la marginación de  los hombres de trabajo por la búsqueda empresarial de productividad. Son problemas que no se
resolverán si se abordan con la misma perspectiva ideológica de hoy. La tercera tendencia apunta al espacio, que en poco más de tres décadas se ha convertido en una empresa científica pionera y además en un big business, una gigantesca aventura
industrial, con colosales costos que recaen sobre los presupuestos de los países más industrializados.

Hay estímulos o imperativos en esta dirección: exigencias militares, interés por nuevos conocimientos científicos, potenciación de tecnologías avanzadas, observación de la tierra desde el exterior, repercusión industrial de los experimentos realizados sobre la microgravedad  de los aparatos en órbita, entre otros. Esta variable espacial es la nueva frontera que se plantea
a corto o largo plazo para todos los países.

Un toque de alarma para el próximo siglo es también la carrera hacia la ciudad, que ha avanzado mucho. La población urbana mundial pasó de 23,7% en 1970 a 43% en 1990. A fines del siglo llegará al 47% en una humanidad que cuenta con 6 mil millones de habitantes. Este crecimiento  urbano se concentra especialmente en los países no industrializados, porque en los países ricos  casi el 70% de los habitantes ya vive en las ciudades. En el próximo siglo "explotarán" las capitales pobres. Se inflarán los suburbios  de Ciudad de México, Shangai, Sao Paulo y Nueva Delhi. En el año 2000, tendremos 25 ciudades
de más de 29 millones de habitantes, muchas de ellas en el Tercer Mundo, con todo lo que eso significa.

Este proceso -subrayó Chonchol- no sólo destruye el medio ambiente, como vemos en Santiago, sino que además altera los equilibrios sociales, lo que conduce a una disgregación peligrosa. A finales del siglo, vivirán en ciudades cien millones de niños abandonados y la urbanización crecerá aún más, porque se han roto los viejos equilibrios del campo, provocando emigraciones  forzadas. En muchas zonas el excesivo uso de elementos químicos y pesticidas ha provocado la erosión de los terrenos, es decir, la desaparición de 25 mil millones de toneladas de suelo fértil que todos los años son arrastradas por el agua y el viento. El agua va a ser uno de los problemas  críticos del próximo siglo. La situación actual es un anticipo.

Peligro alimentario

La culminación de una agricultura demasiado agresiva, con una deforestación que quema entre  11 y 20 millones de hectáreas de verde en el año, más un pastoreo devastador, da como  resultado el avance de los desiertos, que ganan 6 millones de hectáreas por año, el equivalente a dos veces el territorio de Bélgica. Si a esto se añade la sustitución de los
cultivos que sirven para la supervivencia por otros destinados a la exportación, se comprende que en muchas
regiones del mundo -como Africa- los alimentos disponibles disminuyan cada vez más.

El mundo está condenado a vivir un largo período de desequilibrio que conducirá a  movimientos masivos migratorios. De los países más pobres hacia los que aparentemente lo son  menos y sobre todo del campo a la ciudad. El panorama estará marcado por el desarrollo  enorme de centros urbanos -en el Tercer Mundo- con condiciones de vida infrahumanas
junto  con ghetos de emigrantes en las capitales más desarrolladas viviendo en un submundo de pobreza y explotación extremas. Está claro que los movimientos migratorios irán en aumento y  con ello también los comportamientos de racismo que surgen en esas condiciones.

Una interpretación corriente y superficial de las tendencias libremercadistas, dice Chonchol, sostiene que las consecuencias económicas de la internacionalización serán fundamentalmente beneficiosas. Pero no es así. Esta visión de un orden mundialmente armonioso y próspero, fundado en el laissez faire, bolsas de valores que funcionan las 24 horas del día y una televisión omnipresente, es de una ingenuidad consternante si se considera a la luz de los problemas  demográficos, del medio ambiente y regionales del planeta. Las tecnologías más novedosas no benefician a todos. La gran mayoría no podrá comprar los nuevos productos.

Algunos serán ganadores, pero los más serán perdedores. El abismo entre ricos y pobres en el  mundo no hace sino aumentar. La diferencia de ingresos entre el quinto de la población mundial  que vive en los países ricos y el quinto que vive en los países pobres era de 30 a 1 en 1960; de  60 a 1 en 1990 y de 74 a 1 en 1997. Ese abismo sigue aumentando.

Numerosas grandes empresas habían conservado hasta hace algunos años las características de  las empresas de postguerra. Ofrecían ocupación a una mano de obra calificada y a diversos  grupos de cuadros técnicos intermedios, así como beneficios sociales para sus ciudades.  Quedan algunas, pero la competencia internacional ha obligado a muchas empresas a olvidar su
lealtad con su ciudad o su país. No pocas se mantienen en un lugar hasta que se les ofrece una  oportunidad mejor en otro. La creación de empleos en una parte, entonces, significa el desempleo en otra.

Cerco al estado

Jacques Chonchol se plantea otro problema para el nuevo siglo: ¿qué pasará con el  Estado-nación? ¿Cómo enfrentará la confabulación financiera internacional? El mundo sin fronteras obliga a aflojar los controles, entre otros el de las divisas. Es imposible  controlar el flujo masivo cuando el volumen de intercambio monetario de cada día sobrepasa  lejos el producto de cientos de países. Los gobiernos controlan mucho menos que hace un cuarto  de siglo. Y está la presión: el hecho mismo de que el mercado desapruebe ciertas medidas, como el aumento de los impuestos, puede disuadir a los gobiernos de aplicarlas.

El Estado-nación, el actor autónomo más importante de la escena política internacional en los  últimos siglos, parece estar perdiendo su control y autonomía. Además, se ve mal dimensionado  para adaptarse a la coyuntura actual. Aparece demasiado grande para enfrentar eficazmente ciertos problemas y demasiado pequeño en otras circunstancias. La verdad es que en este
período de transición no reglamentado, los Estados son cada vez menos autónomos, lo que no  significa que se encuentren en estado agónico.

Ahora, ¿qué hacer frente a este pensamiento neoconservador y contra esta realidad que se impone? Creo, en primer lugar -subrayó Chonchol- que no podemos aceptar, en nombre de la  modernidad, todo lo que se nos está imponiendo. Hay aspectos positivos, pero otros sumamente negativos. Hay cosas que contribuyen al progreso, y otras que están desmantelando
brutalmente los sistemas de protección social. Vemos también que mientras las acciones suben y las remuneraciones de los ejecutivos aumentan, el ingreso de los trabajadores disminuye sin cesar. Se está produciendo una desigualación brutal como consecuencia de este sistema económico. Frente a esto se necesita una política mucho más fuerte que no basta que sea
nacional. Debemos lograr que sea internacional y recordar que una de las conquistas más importantes de los
movimientos sociales es, desde hace un siglo, el reconocimiento de los derechos sociales, junto al derecho a la libertad. Esos derechos hicieron su aparición en las Constituciones a partir de la primera guerra mundial y han sido consagrados en la Declaración Universal de los Derechos del  Hombre, así como en sucesivos convenios internacionales. El derecho a la salud,
a la  educación, al trabajo, constituyen reivindicaciones igualitarias. Los tres tienden a hacer menos grande la desigualdad entre los ricos y los que no tienen.

Hay otro elemento fundamental, destacó el ex ministro, la economía financiera se impone cada  vez más sobre la economía real. Todos los días se transan en el mundo 1.500 billones de  dólares en operaciones que sólo en mínima parte tienen que ver con el comercio internacional o con inversiones reales. La mayor parte son inversiones especulativas en torno a divisas, o lo
que sea. Si no hay una regulación internacional vamos a depender cada vez más de los  especuladores.

Capitalismo de casino

Hemos entrado a lo que algunos denominan "capitalismo de casino" y esto es cada vez más  serio. El propio James Toby, economista norteamericano y Primer Nobel propuso un sistema de  impuestos a esas inversiones ficticias o especulativas, pero obviamente hasta ahora eso no se  impone.

Los valores de hoy no son los del humanismo. Todo es cuantitativo. Lo cualitativo tiende cada  vez más a desaparecer. Hay que repensar un tipo de sociedad en que haya una articulación entre sus valores, los de su economía y los del hombre. Esto implica una revalorización del rol del  Estado. No veo otra alternativa -dijo Chonchol. No se trata del Estado elefantiásico
de otras épocas. Pero si no hay un elemento regulador a nivel nacional (el Estado) y a nivel internacional, un sistema paraestatal, seguiremos avanzando en las desigualdades que es lo contrario de lo que ha sido la lucha tradicional de la Izquierda y del socialismo por un mundo distinto y mejor.