Heinz Dieterich Steffan
Un sistema político que permite
que un caballo sea nombrado cónsul, como sucedió en tiempos
del emperador romano Calígula, o que George W. Bush sea Presidente
de la nación que posee la mayor cantidad de armas destructivas en
el mundo, es de suma preocupación para la humanidad. Desde el punto
de vista de la supervivencia de la humanidad es mucho
más lógico, poner a Estados
Unidos bajo tutela de las Naciones Unidas (ONU), que a Irak.
La democratización de Estados Unidos, es decir, el desalojo del bizarro equipo de Bush ---Donald Rumsfeld, Dick Cheney, Condoleeza Rize y Colin Powell--- del poder, es una tarea de máxima urgencia para las fuerzas democráticas del mundo. El impeachment de Bush, su destitución por vía constitucional, y el de sus cuatro jinetes apocalípticos es tan imperioso para la salud política de la aldea global, como lo fueron el desalojo del poder de Adolf Hitler y de Calígula, en sus tiempos.
En beneficio de Calígula puede decirse que fue un emperador benévolo hasta que una enfermedad mental lo incapacitó para su puesto.
De Bush no se puede decir nada semejante al respeto. Desde sus primeros días como gobernador de Texas ha sido el campeón de la pena de la muerte (ya van 300 ejecuciones en Texas desde la restitución del castigo capital, desde 1982), de la destrucción ecológica, de los intereses de la plutocracia y de la abolición de los derechos de la mujer y de los pobres.
En la presidencia ha seguido la misma trayectoria, con una creciente tendencia hacia el totalitarismo político y el solipsismo religioso fundamentalista. Si Calígula se consideraba divino, proclamándose dios, erigiendo templos y ordenando sacrificios en su honor, Bush se considera poco menos que un instrumento de la providencia divina.
Según el presidente estadounidense, los eventos del universo no suceden al azar ni por el cambio ciego, sino por "la mano de un justo y fiel dios". Esa versión sacralizada de la "mano invisible" (invisible hand) del mercado de Adam Smith, se amalgama en el oscuro software de Bush con la idea de la predestinación judía- católica-calvinista de la "nación escogida", en su forma imperialista del "destino manifiesto", y con la filosofía bíblica del patrón de los banqueros, San Mateo, de que "él que no está conmigo, está contra mí" (12;30).
Si en el siglo XIX, la población indígena norteamericana pagó con el precio del etnocidio su mala suerte, de encontrarse en el camino de la divina providencia; si en el siglo XX la mala suerte fue de los vietnamitas, hoy es el turno de Irak. Dios labora intensamente en los asuntos mundiales, sabe Bush, y ha convocado a una cruzada libertadora en Medio Oriente, encabezada por Estados Unidos. Y ese "encargo de la historia ha llegado al país más indicado".
De hecho, el mandato divino de Bush es
un déjà-vu (repetición) de un "encargo de la historia"
que le llegó en 1963 a su antecesor, el presidente John F. Kennedy,
acerca de la remoción forzada del presidente-general iraqui Abdel
Karim Kassem. Kennedy, con la misma piedad cristiana que caracteriza a
Bush, le hizo caso a la voz divina y mediante la Central de Inteligencia
(CIA), apoyada por los gobiernos de Londres e Israel, realizó un
golpe de Estado en Bagdad, el 8 de
febrero de 1963.
El instrumento celestial nacional de los conspiradores fue el Partido Baath, que estrenaba a un joven talento político de nombre Saddam Hussein. Utilizando listas de "comunistas" e "izquierdistas" proporcionadas por la CIA, el Partido Baath y, se supone, Saddam personalmente, se encargaron de limpiar el país de estos elementos indeseables, cometiendo un baño de sangre en Irak. Otra bandera que comparte Bush con Calígula, es el verso de la tragedia romana del Accius, oderint, dum metuant: mientras nos teman, no importa que nos odien. Esa era la consigna favorita del emperador, pero, de hecho puede entenderse como la esencia del imperio romano, cuyo poder y enorme brutalidad era temido en todo el mundo mediterráneo.
La amenaza de la guerra nuclear preventiva;
los viles intentos de corrupción, de chantajes mercantiles y militares
a los países débiles del Consejo de Seguridad de la ONU;
las descaradas amenazas públicas contra potencias mundiales como
Rusia; el vilipendio de Francia que conquistó con su ejército
y flota la independencia de Estados Unidos, al liberar las 13 colonias
inglesas en Norteamérica en la batalla de Yorktown de 1781; la amenaza
de sustituir la ONU con "otra organización internacional", si no
se pliega a los designios del nuevo fascismo, todas estas son manifestaciones
de un síndrome clínico de
separación de la realidad, digno
de figuras como Calígula y Mussolini.
Tal delirio de los Césares es contagioso para aquello que la biología de los grandes depredadores llama "fauna de acompañamiento", lo que equivale, en el contexto político actual a políticos como José Maria Aznar, Silvio Berlusconi y Tony Blair.
"Hemos trabajado mucho para que España
sea un país de primera división en el ámbito internacional,
con todas sus consecuencias", justificó el presidente español
Aznar su apoyo a la guerra de agresión contra Irak, revelando una
alucinante percepción del papel de España en la política
internacional. Se trata del delirio de la rémora que se confunde
con el tiburón. La
firma de España apareció
en la nueva resolución que buscaban Bush y Blair, porque, como declaró
el embajador británico en el Consejo de Seguridad, Jeremy Greenstock,
España "preguntó si podía unirse y la dejamos".
Es el síndrome de la rémora
delirante que anda pegada al gran tiburón ---viviendo de los desperdicios
de la víctima que deja el
depredador mayor--- y que con el tiempo
empieza a olvidar que es parte de la fauna de acompañamiento, más
no el temible depredador mismo. Tal confusión mental sobre las verdaderas
relaciones de poder es particularmente virulenta en los políticos
de los imperios venidos a menos. De ahí, que probablemente no sea
casual que sean Berlusconi, Aznar, Blair y su colega portugués,
los más fieles acompañantes del gran tiburón del norte.
Con todo, el problema de fondo, por supuesto, no es la persona de Bush o los delirios de grandeza imperial de Berlusconi, Aznar y Blair. El problema de fondo es la democracia política burguesa que permite que lleguen emperadores a la cima del poder, cuyo desprecio para los ciudadanos y la vida humana es tan grande, como el del decadente Imperio Romano.
Es por eso, que los Calígulas de habla inglesa, española, italiana y portuguesa, están dispuestos a desatar la maquinaria bélica más destructiva de todos los tiempos sobre una nación de 24 millones de personas, al borde del colapso, cuya mitad es menor de 18 años, en la cual la cuarta parte de los niños nace desnutrido, donde la octava parte de los niños muere antes de llegar a los 5 años y en cuyos hospitales no se encuentran ni los medicamentos más básicos para atender a los enfermos.
Mientras este sistema político permita que personajes como Bush y sus cuatro jinetes de la Apocalipsis tengan el control sobre las armas más destructivas de la tierra, o que los fascismos reciclados de España, Italia y Portugal, junto con el cínico inventor de la "Tercera Vía", puedan volver a "misiones civilizatorias" con gas letal en Medio Oriente, como Italia e Inglaterra en los años veinte y treinta, no tiene razón ya de existir.
Se acerca la hora de su sustitución por el Nuevo Proyecto Histórico de las mayorías, la Democracia Participativa poscapitalista.
Rebelión, 17.03.03