La Igualdad en la Economía Global




Sergio Moya Mena
 
La igualdad es un principio que forma parte de todos los fundamentos y las todas las luchas de nuestro  movimiento  socialista contra la explotación y la injusticia.

El antecedente del moderno concepto de igualdad lo encontramos en el  rompimiento del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre, cuando  se presentan las condiciones discursivas que permiten plantear  las diferentes expresiones de la desigualdad como ilegítimas y antinaturales, pero  es con el  surgimiento del socialismo moderno que se superan las concepciones románticas y metafísicas respecto a la igualdad.

De esta manera, estableciendo las bases éticas de una moral más justa, el socialismo se ha constituido en un agente fundamental en la extraordinario mutación que ha tenido la humanidad en la lucha contra los privilegios en los últimos 150 años.

Sin embargo, el concepto de igualdad acarrea muchas interrogantes. No solo porque se ha convertido en un “valor“ defendido por casi todas las teorías políticas, sino porque por si solo, el concepto de igualdad puede evocar múltiples significados.  Por ejemplo, la idea de que el gobierno debe tratar a todos sus ciudadanos
con “igual consideración y que cada ciudadano debe ser titular de  respeto”, puede ser encontrado en autores tan disímiles como el libertario Robert Nozick, y el propio Karl Marx .

Aunado a esto,  a menudo la izquierda ha sido objeto de caricaturizaciones en cuanto a la idea de la igualdad que defendemos, presentándonos nuestros rivales como defensores de una “nivelación simplista”, de una forzada repartición igualitaria.
 

La izquierda contemporánea requiere no solo un concepto de igualdad que se distinga claramante de lo que por igualdad pueden entender libertarios o liberales, sino también un concepto de igualdad que se aleje del “igualitarismo  vulgar”; de  la igualdad del hormiguero del que siempre nos ha acusados los conservadores, de manera que no se identifique la superación de las desigualdades injustificadas con la abolición de todas las diferencias.

Esta igualdad no se puede imponer por medio de  fórmulas socialmente aberrantes que no tengan en cuenta las condiciones de la diversidad humana.  La igualdad de los socialistas es fundamentalmente la igualdad social, que respeta las diferencias derivadas de la distinta capacidad intelectual humana, pero que propugna por la eliminación de aquellos mecanismos económicos y sociales que crean situaciones de explotación y opresión, a fin de establecer las condiciones que permitan al ser humano desarrollarse plenamente.

Este concepto dinámico de igualdad debe poner el esfuerzo fundamental en la igualdad de oportunidades. Pero una igualdad de oportunidades  que no sea solo un “eslogan” vacío que es defendido en forma oportunista desde cualquier posición ideológica. Se trata de construir una verdadera Igualdad de Oportunidades para el Bienestar, que implica que la sociedad debe igualar el bienestar de sus miembros remediando las desigualdades que existen debido a las diferencias entre  los individuos.

Bajo estas  premisas es el Estado la entidad fundamental que tiene la obligación de garantizar verdaderamente el acceso a los servicios de educación y salud, indistintamente de la capacidad de pago de las personas. Esto implica que bienes como la salud, la educación, la protección ambiental y otros no deban ser manejados como meras mercancías en el mercado. La igualdad y la desigualdad no se refieren solo a la disponibilidad de bienes materiales, es muy importante que los individuos tengan  la capacidad de hacer un efectivo uso de esos bienes. Es lo que el economista Amartya Sen  llama “capacidad social”.

La igualdad requiere también, un proyecto de redistribución del poder, de universalización   de los mecanismos de control y participación que permitan ir generando la superación de las desigualdades.
 

La igualdad y las señas de identidad de la izquierda

Igualdad y libertad

El concepto liberal de libertad  ha sido entendido en su evolución histórica, estrictamente ligado al concepto de “propiedad”, manteniéndose un carácter discriminatorio y conservador.

Para los liberales “la buena sociedad” es aquella en la cual todos los ciudadanos gozan de una base de  igualdad de derechos civiles y políticos. Cualquier desigualdad  resultante para un liberal es simplemente una “externalidad”. Es una “igualdad” muy vaga, no una igualdad sustancial lo que cuenta. Los socialistas coincidimos con los liberales en el compromiso con los derechos políticos y civiles  pero nuestro compromiso con la igualdad implica mucho más. El simple ejercicio de los derechos políticos y civiles no puede ser igual para todos en una sociedad profundamente dividida por la desigualdad de ingresos, debido a una economía de mercado en la que la totalidad de los bienes y servicios se venden y se compran, en donde  cualquier elección requiere dinero. A menos dinero menos elección y a menos elección menos libertad.

Por su parte, los conservadores impugnan el valor de la igualdad y plantean su incompatibilidad con la idea de la libertad. Desde los tiempos del filósofo inglés Edmund Burke,  el tema de la igualdad es el principal punto de discenso  entre conservadores y socialistas. Para los primeros la igualdad es una monstruosa ficción, imposible de llevarse a cabo. El hombre es desigual en cuerpo, mente, energía y en  cualquier  circunstancia material. Una sociedad civilizada requiere por lo tanto de órdenes, clases y jerarquías frente a cualquier forma de socialización.

La reacción conservadora ha intentado transformar profundamente los términos del discurso político, creando  una “definición de la realidad”, que bajo la cobertura de la defensa de la “libertad individual”, legitima las desigualdades y restaure las relaciones jerárquicas que se habían superado.

Nuestra apuesta a la igualdad debe por lo tanto, rechazar la noción del conflicto entre valores. En el planteamiento socialista igualdad y libertad no son solo dos caras de la misma moneda, sino un conjunto integrado.

La libertad efectiva a que aspiramos es una libertad entre seres humanos que han alcanzado un grado socialmente suficiente de igualdad real.  Por eso, la izquierda -como lo asegura Oskar Lafontaine- debe propugnar un concepto de libertad que esté referido al prójimo y que entienda la libertad individual como libertad en la sociedad. El individuo solo puede ser libre si es libre su prójimo, si la sociedad en la que vive es una sociedad libre y solidaria.

La igualdad es por lo tanto un concepto imprescindible de la libertad: La libertad se refuerza cuando la justicia social y económica  son la prioridad,  no cuando los especuladores y las corporaciones internacionales aspiran tener ganancias  a costa de la dignidad del ser humano.

Al contrario de lo que piensan los conservadores, son precisamente las desigualdades las que ponen  en peligro a la libertad y la democracia. Incluso es difícil pensar en casos históricos en que el aumento de la igualdad haya causado rebeliones contra la libertad, mientras que se pueden recordar  muchos ejemplos de democracias que fueron subvertidas por los estratos privilegiados o por las instituciones poderosas económicamente a causa de temor a la igualdad.

Capitalismo y desigualdad

Por su propia lógica los mercados crean desigualdades. En la competencia por el mercado siempre ganan los poderosos y la “Sociedad Libre” –como lo indica Friedrich Hayek- requiere  “no la mantención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de vidas.” El mismo  Hayek reconoce que en la sociedad de libre competencia, las desigualdades son inevitables, ya que se parte de desigualdades y se engendran más desigualdades. El “progreso” requiere de las desigualdades para que los nuevos productos sean probados por los ricos y después las clases pobres se beneficien.  De tal modo, el nuevo  conservadurismo ha logrado presentar su programa de desmantelamiento del Estado de Bienestar como una defensa de la “libertad individual frente al Estado opresor.

La desigualdad es inherente al capitalismo en la era de la globalización. No se puede tener capitalismo global sin egoísmo, depredación y avaricia, porque son las fuerzas que hacen funcionar al sistema. No se puede tener capitalismo global e igualdad social porque el sistema esta generando constantemente desigualdades.
 

Sin embargo, es preciso reconocer que también existen formas de desigualdad socialmente relevantes que son la expresión de asimetrías de poder injustificadamente  mantenidas y que no dependen directamente del mecanismo del mercado o del funcionamiento del sistema productivo, por ejemplo, la marginación social de amplios colectivos como las mujeres y los jóvenes, las etnias, minorías sexuales, discapacitados,
etc.

Esto implica que  toda acción colectiva encaminada a luchar contra las desigualdades debe identificar -dentro de un marco de relaciones sociales marcadas por los antagonismo- estas relaciones de subordinación que se convierten en relaciones de opresión y dominación.

De manera que solo cuando el movimiento socialista puede articular las diversas formas de resistencia a la dominación o la opresión, que existirán las condiciones que harán posible una efectiva lucha contra los diferentes tipos de desigualdades.
 

La dinámica de las desigualdades en la economía global

Hoy en día la dinámica de las desigualdades es diferente al pasado: las mujeres se han integrado en mayor medida al mundo del trabajo en mayor medida que en el pasado. La   relación entre trabajo y familia ha cambiado. En algunos países el Estado de Bienestar se ha vuelto insustentable, en vez de crear más solidaridad social –como se suponía que debía hacerlo- las instituciones del Estado de Bienestar la han socavado, creando amplias burocracias y evidenciando poca sostenibilidad económica. En el antiguo orden bipolar el Primer mundo aparecía como un mundo que había solucionado sus problemas de desarrollo económico y social. El Primer Mundo aparecía como un “capitalismo con rostro humano”. El Tercer Mundo en cambio aspiraba ser lo que el Primer Mundo ya había alcanzado.

Esta situación ya no describe la realidad. Es por esto que tenemos un Tercer Mundo  en el Primer Mundo y un Primer Mundo en el Tercer Mundo. A unas cuantas cuadras de la Casa Blanca en Washington se pueden encontrar las más abyectas  expresiones de desigualdad y exclusión; mientras que  en los sectores burgueses
de ciudades como Caracas, se pueden hallar  las manifestaciones más absurdas de despilfarro.

Después de la caída del comunismo al Primer Mundo ya no le interesa tener un rostro humano. El Primer Mundo aparece más bien como enclaves de un archipiélago que aparece por todos lados, pero que surge en un mar de espacios que ya no pueden integrar económica ni socialmente.

Surge una nueva división internacional del trabajo que requiere de un irrestricto flujo de mercancías y capitales.

El crecimiento económico de los enclaves sigue siendo alto, pero es sobre todo un crecimiento de la productividad del trabajo. De manera que un crecimiento extensivo a las otras parte del planeta más allá de los enclaves, aparece solo en casos limitados. De ahí la tendencia a un “estancamiento dinámico”  de los enclaves. La división del trabajo que realizan las corporaciones necesita la libertad de flujos de mercancías y capital, pero por otro lado, la imposición de estas condiciones bloquea la posibilidad de un crecimiento del capital productivo.
 

Aparecen muchos más capitales de lo que sería posible invertir en capital productivo, lo que hace que una parte cada vez mayor de esos capitales  deba de ser invertida en inversiones especulativas que se dan especialmente en aquellos sectores de la sociedad que hasta ahora han sido desarrollados fuera del ámbito de los criterios de rentabilidad. Cualquier actividad humana tiene que ser transformada en una esfera de inversión para que el capital especulativo pueda vivir: escuelas, universidades, sistemas de salud pública, infraestructura, telecomunicaciones. etc.

El estancamiento dinámico provoca que el crecimiento económico  se realice con  menos fuerza de trabajo, de manera que se fomenta la economía informal, en donde las personas tienen que vivir de estrategias precarias de sobrevivencia y de las posibilidades de trabajo “flexibilizado”.

El eje programático de estas políticas es el llamado “Consenso de  Washington”, convertido en “agenda estándar” para muchos países y expresado en las privatizaciones de las funciones del estado, libre comercio, desencadenamiento de los movimientos internacionales de los capitales, la disolución del Estado Social, la entrega de las funciones de planificación económica  a las multinacionales, todo lo cual ha contribuido a hacer aun más desigual el mundo a finales de milenio

Todo esto genera un ciclo vicioso de desigualdades y exclusión. El panorama resultante de esta dinámica de desigualdad es aterrador y moralmente ofensivo. Más de 1200 millones de personas viven con menos de un dólar al día. Casi 1500 millones de personas no tienen acceso a  salud y agua potable, viviendo en condiciones de pobreza absoluta. El 20% más rico  de la población recibe en promedio siete veces más del ingreso del 20% más  pobre, además de acaparar el 81% del comercio mundial, el 94% de los préstamos comerciales, el 80,6% del ahorro interno y el 80,5% de la inversión interna.

Las tres personas más ricas del mundo poseen una fortuna superior a la suma del  Producto Interno Bruto  de los 48 países más pobres. Si en 1960 el 20% de la población que vivía en los países más ricos tenía un ingreso 30 veces superior al del 20% de los más pobres, en 1997 su ingreso era  82 veces superior.
 

Los grandes ganadores del proceso de globalización son las corporaciones internacionales, que se han convertido en los grandes acumuladores de riqueza. A finales de los años sesentas las 200 corporaciones más grandes controlaban el 17% del Producto Mundial. Hoy en día sus actividades les deparan 8 trillones de dólares, casi un tercio de las rentas planetarias.
 
Algunos aceleradores concretos de las  desigualdades de ingresos son

Desregulación gubernamental: En sectores como las pensiones, las telecomunicaciones y la desgravación arancelaria, han provocado el desamparo de amplios sectores de escasos recursos y la quiebra de medianas y pequeñas empresas.

Flexibilización del mundo del trabajo: Ha reducido significativamente los derechos y los ingresos de los trabajadores a través de bajos salarios, contratos más cortos, condiciones de trabajo desreguladas, etc. Lo más grave es que dentro de la “familia socialdemócrata” hay sectores que han acuerpado con gran beligerancia la “imprescindible necesidad” de desregular y flexibilizar las relaciones laborales en aras de garantizar competitividad.

La flexibilización del trabajo hace que tener trabajo haya dejado de ser una garantía para lograr los medios de vida necesarios. Ser pobre y tener trabajo se han vuelto dos cosas compatibles.

Comercio: De acuerdo a  la teoría del comercio, el incremento del comercio por si solo es suficiente para “igualar” los salarios de los trabajadores que tienen una misma calificación entre los países que comercian entre sí. A esto se le llama el “factor de igualación de precios”. A medida que la economía global se mueve hacia el libre comercio con costos de transporte más bajos, mejoras en las comunicaciones y el uso de las técnicas productivas de punta, esa igualación de los salarios se genera.

Desdichadamente en el mundo existe una inmensa oferta de fuerza laboral  no calificada y una escasez de trabajadores calificados, esta igualación de precios entre las categorías de calificación, hace que la brecha entre éstas tienda a crecer, y se igualan los salarios hacia abajo.

Mobilidad del capital: El libre comercio estimula el movimiento irrestricto de capitales a través de las fronteras, esto inevitablemente acelera la desigualdad de los ingresos. Las compañías buscan trabajadores no calificados. A manera de ejemplo, una de las razones por las cuales la  NIKE se ha trasladado a Indonesia,
es porque allí puede emplear a miles de trabajadoras por solo $1,8 al día.
 

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Existe una amplia creencia entre la izquierda respecto a que la “globalización” hace imposible redistribuir la riqueza. La Globalización se ha convertido en una excusa, por un lado, para evitar el necesario replanteamiento de los valores igualitarios o bien como pretexto para no tomar medidas redistribucionistas.

 Dentro del propio campo de la izquierda, algunos analistas ven a la globalización como un proceso “inevitable”, tecnológicamente predeterminado e imposible de resistir, mientras que otros la han analizado como producto de la voluntad política de las elites económicas internacionales, casi como una conspiración que debe ser afrontada con la ayuda de otra voluntad política eficaz. No obstante, parece que lo que muchos han analizado no es el verdadero proceso de la globalización, sino el concepto neoliberal  de ella.

Da acuerdo a esta  “aseveración convencional”,  la creciente competitividad de la economía internacional restringe a los gobiernos nacionales en cuanto a su capacidad de implementar políticas. Constreñidos por las demandas de los mercados globales, los gobiernos no pueden ya hacer mucho por mejorar el bienestar de los ciudadanos, particularmente cuando esos ciudadanos son los más pobres, los menos calificados y los menos vinculados al mudo del trabajo.

Estrategia

Como lo dice el filósofo polaco Adam Schaff, es muy fácil proclamar la igualdad, pero algo endiabladamente difícil llevarla a  la práctica.

No obstante, la globalización no es el obstáculo irremontable para las políticas igualitarias que muchos compañeros de la familia socialdemócrata  afirman. De hecho, las más amplias restricciones a las políticas igualitarias permanecen ligadas a los aspectos domésticos.

El mito de la “impotencia del Estado”

Luchar por la igualdad en el marco de la globalización requiere para ir más allá de la retórica, instrumentos de lucha y uno de los más importantes sigue siendo el Estado. La tesis de la “impotencia del Estado”, más que una  observación objetiva de los hechos es una “profecía  auto complaciente”. Un Estado que actúa estrictamente de acuerdo  a los mandatos dictados por el neoliberalismo e instituciones como el Fondo Monetario Internacional FMI o la Organización Mundial del Comercio OMC, obviamente se vuelve impotente. Si bien es cierto que las instituciones internacionales han adquirido enorme influencia, éstas  no podrían llevar a cabo sus políticas sin el apoyo de los Estados.

La violación de los estándares internacionales de derechos laborales y el abandonamiento de las políticas sociales es a menudo el resultado de iniciativas nacionales y no el fruto de presiones foráneas.

Incluso los grandes actores del sistema, -las corporaciones- no podrían sobrevivir sin el amparo  del Estado. Sin Estados que faciliten los flujos de mercancías, que mantengan los mercados abiertos, que manipulen  las políticas laborales  y que les otorguen inmensas subvenciones, estas entidades no podrían sobrevivir.   El capitalismo es imposible sin leyes y las leyes no existen fuera del Estado.
 

Por lo tanto, para la izquierda debe quedar claro entonces,  que el Estado sigue siendo un instrumento irrenunciable para revertir las desigualdades  que la globalización acentúa.

El punto central es cambiar las reglas de juego y al mismo tiempo destruir el presente complejo de relaciones entre los gobiernos nacionales, las corporaciones y las instituciones financieras internacionales.

Algunas propuestas concretas para la consecución de la igualdad en la economía global:

Reorientación del Desarrollo: Si la exclusión de la  población resulta inevitable dentro de cualquier política de crecimiento, es necesario enfrentar la propia economía del crecimiento si se quiere solucionar el problema.

No se puede mantener la competitividad como único criterio del desarrollo económico. La competitividad hace que siempre haya quien gana y quien pierde. Para el que pierde esto significa  una condena a muerte.

En la medida en que el trabajo improductivo domina al productivo, no puede haber desarrollo sostenible. Cuanto más gastan las corporaciones en propaganda, en actividades financieras, etc. tanto más probable será que a nivel individual estas empresas saquen en el corto plazo más valor y ganancias de mercado. Sin embargo, a nivel global, significa una mayor sangría de recursos para fines  estériles y un decreciente estímulo a la producción de valor real, lo cual conduce al estancamiento y a la  depresión.

Todo esto significa que cuanto menos se intervenga en una radical redistribución igualitaria de la riqueza, más nos esperará un desarrollo insostenible.

Dada la lógica del capitalismo global, conforme los ingresos aumentan, éstos tienden a inclinarse a la inversión improductiva y a la especulación. Como respuesta lógica debe estimularse la redistribución de los ingresos a favor de los desposeídos. A estas alturas del capitalismo ya no se puede hablar de una política de redistribución de  los ingresos solo a nivel nacional. La redistribución para el nuevo milenio solo puede plantearse a nivel planetario. Solamente una política solidaria con una dimensión a la vez nacional y mundial, tenderá a acrecentar la demanda global de necesidades reales a costa de los ingresos mal colocados en la esfera improductiva y especulativa. Esta política permitirá el crecimiento de la demanda global con inclusión.

Impuestos:  En el plano interno los impuestos progresivos sigue siendo una estrategia de redistribución de la riqueza que los gobiernos no pueden desestimar. Gravar más a los ricos para dar más a los pobres.

No obstante, en algunos casos podría considerarse la posibilidad del recorte a los impuestos, a fin de estimular la inversión y la creación de empleo. Al respecto debe analizarse con atención el caso de Alemania, en donde eL gobierno socialdemócrata ha decretado un recorte en los impuestos a fin de estimular la economía. Política que ha sido apoyado por los sindicatos.

En el caso de las corporaciones internacionales, el establecimiento de impuestos al capital puede también crear los mecanismo para reforzar las obligaciones sociales, advirtiendo a las empresas e inversionistas que asuman responsabilidades sobre  las consecuencias económicas y sociales de su accionar.

Impulsar la equiparación de los salarios hacia arriba: Implica que se respeten los derechos y que se apliquen universalmente , a fin de reducir la brecha entre los trabajadores de los países en desarrollo y los países industrializados.
 

Reforma del Estado de Bienestar: El Estado de Bienestar es un factor de igualación de la redistribución y un factor de disminución de las barreras sociales. Es en definitiva el mejor  instrumento que tiene  la izquierda para redistribuir la riqueza de un país. Si bien algunos de sus  mecanismos han demostrado cierta ineficacia, las experiencias de países como Francia, Holanda, Dinamarca, etc., rebela que la reforma del Estado de Bienestar puede hacerse  bajo los criterios de justicia social y solidaridad.

Dentro de la reforma del Estado de Bienestar, el reconocer que todo derecho implica también responsabilidades, no debe implicar  el excluir de las estructuras del bienestar a sectores sociales que son incapaces de valerse por si mismos.
 

Aumentar la calidad y la cantidad de la Ayuda Oficial para el Desarrollo. La ayuda oficial para el desarrollo es apenas el 0,35% del PNB combinado de los países   de la OCDE en comparación con la meta internacional del 0,7%. Además de aumentar esta cantidad , la AOD debe de ser asignada de acuerdo al nivel de pobreza de los Estados receptores y estimulando la disminución del gasto militar.
 

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Ser de izquierda es pensar y actuar desde el punto de vista de los perdedores; afirmando la dominación  jerárquica de los valores de igualdad sobre los otros valores de  la acción colectiva. Hay que buscar la igualdad a escala planetaria. El horizonte de nuestra lucha sigue siendo  expresado en aquel pasaje de la famosa “Critica del Programa de Gotha”, escrito por Karl Marx: “cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también  las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podré escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual según sus necesidades!”.

Sin embargo, es preciso desconfiar de todo cosmopolitismo intempestivo que bajo pretexto de impulsar la solidaridad mundial, no se preocupe de favorecer el esfuerzo por la igualdad allá donde es concretamente realizable: aquí y ahora.
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