Conferencia impartida en el Seminario "Socialdemocracia frente a la Globalización"   UNIVERSIDAD NACIONAL SAN AGUSTIN – 30 DE NOVIEMBRE DEL 2002

La Necesidad de la eficiencia de la socialdemocracia frentea la muncialización
 

Guy Labertit (*)

Distinguidos compañeros,
Señoras y señores, queridos amigos

Ayer, hablamos de los desafíos de la gobernabilidad regional, y para tratar este ambicioso tema hoy, a saber las propuestas de la socialdemocracia en un mundo regido por la globalización liberal, evocaré primero sus estragos, la pérdida de eficacia del modelo socialdemócrata en Europa con cierta forma de impotencia de la Europa color de rosa que se va derritiendo. Pero luego, sin negar las dificultades de nuestro proyecto, intentaré hacer unas propuestas concretas para lograr una mundialización justa y humana que es el fin de los socialistas democráticos, una mundialización justa y humana como alternativa al liberalismo y a su fe ciega en el mercado.

Compañeras y compañeros, a fines del mes de agosto, estaba en Africa del Sur, en Johannesburg, participando, como delegado del Partido socialista francés y de la Internacional socialista, en la cumbre dedicada al desarrollo sostenible. Allí, se planteaban los desafíos más relevantes del planeta llevados por la mundialización liberal y que tienen consecuencias más y más dramáticas en ciertas partes del mundo, en el continente africano primero, pero también en anchos espacios del continente sudamericano y asiático y europeo, en particular en los países del antiguo imperio soviético.

Los estragos de la fe ciega en el mercado

La mundialización liberal afecta a todas las sociedades del mundo, produciendo un incremento de las riquezas globales al nivel planetario pero acentuando por todas partes las desigualdades, los pobres volviendo más y más pobres, los ricos más y más ricos. En estos últimos cuarenta años, la relación entre países pobres y países ricos pasó del uno por treinta a luno por ochenta. El diagnóstico es muy conocido y trágico y concierne a todos. Sin embargo, no se nota todavía, en los lugares más destacados de las decisiones internacionales, como las instituciones financieras internacionales o la Organización mundial del comercio, el voluntarismo político que sería necesario para empezar a superar realmente los problemas a no ser que basten los discursos sobre la eradicación de la pobreza cuando sigue progresando acá y allá.

A lo largo de los últimos diez años, el liberalismo contemporáneo, caracterizado particularmente por la liberalización de los mercados financieros, ha generado varias crisis como las de México, de Asia oriental, de Rusia y la actual de América latina que afecta dramáticamente al Mercosur en Argentina, Uruguay y Brasil. Además explotó la búrbuja especulativa de la Bolsa de Nueva York en 2001. Como lo afirma Joseph Stiglitz, el antiguo vice-presidente del Banco mundial, y premio Nobel de economía en 2001, en su reciente libro «el malestar de la mundialización », las instituciones financieras internacionales, en particular el Fondo monetario internacional, fallaron totalmente tanto en su falta de anticipación como en los remedios impuestos a los países en crisis. Hasta subraya que, en plena crisis asiática, el país que resistió mejor fue Malasia, precisamente porque el Primer ministro de este país, Mahathir, negó aplicar las medidas propuestas por el FMI que traducían una fe ciega en la autoregulación de los mercados.

Todos estos hechos que han afectado a la economía mundial, y a todas las sociedades, ya muestran que la intervención de los Estados para corregir lo que se llama las imperfecciones  de los mercados es absolutamente necesaria. Para los socialistas y social-demócratas, la potencia pública debe orientar las fuerzas del mercado al servicio del progreso social, democrático y cultural. Pero no podemos contentarnos con una condena rotunda del liberalismo y de su fe ciega en las virtudes absolutas del mercado. Tenemos que tomar en cuenta y analizar, e intentaré hacerlo a la luz de las derrotas que acaba de sufrir la social-democracia en Francia y más ampliamente en la Unión europea, la pérdida de eficacia de las estrategias social-democratas dentro de los marcos nacionales con la mundialización.

La pérdida de eficacia de las estrategias socialdemócratas

En efecto, desde los años 80, los trastornos de la economía mundial han precipitado la crisis profunda de las políticas social-demoócratas. Ahora, como ya lo decía en nuestros últimos encuentros en Lima o Trujillo, nos toca imaginar, de manera voluntarista, rehabilitando aíi lo político, nos toca inventar nuevas estrategias políticas para conseguir mecanismos de regulación de la economía mundial que den una nueva coherencia a nuestro proyecto, que respondan a la vez a las esperanzas de los excluidos, de las clases populares en plena transformación, y también a las preocupaciones de las clases medias que se sienten amenazadas por el liberalismo. Estos son los tres pilares de la nueva alianza política para conseguir una sociedad más justa y más humana.

Eso era el esquema polític,o adoptado por los socialistas en Francia, en que estribaba la política de la izquierda plural durante los cinco años del gobierno de Lionel Jospin de 1997 a 2002. A pesar de reformas sociales voluntaristas (la semana de 35 horas, el seguro social universal, los empleos para jóvenes, la ley contra las exclusiones etc), y reformas sociales como la paridad, eso no impidió la derrota electoral de Lionel Jospin, eliminado por la derecha y la extrema derecha de la segunda vuelta en las presidenciales de abril de 2002. Siguió la derrota de la izquierda plural en las legislativas de junio. Si me refiero a esta amarga experiencia francesa, más allá de las causas inmediatas que pueden explicar el fracaso, como los mismos fallos de la campaña electoral o las divisiones de la izquierda, existen causas más profundas.

Podemos destacar primero la incapacidad de resolver de manera eficaz el problema de inseguridad y de mantener la autoridad del Estado. Y son los más pobres o vulnerables que vivían más a menudo, en los barrios populares, la pérdida de este derecho a la seguridad de las personas y de los bienes.  A esta inseguridad física, se añadieron, segundo, los efectos perversos de ciertas reformas sociales como la reducción del tiempo de trabajo. Esta reforma, fundamentalmente progresista, fue manipulada por los patrones y  trajo a veces más precaridad y salarios inferiores. Es decir que esta reforma, emancipadora en su principio para el trabajador, fue vivida como desestabilizadora, como fuente de inseguridad social por ciertas categorías populares, lo que no pone en cuestión su papel en la creación de empleos. Por fin, los electores manifestaron su escepticismo respecto al proyecto europeo tal como se concretizaba. Es decir que no sentían la emergencia de una Europa como modelo de democracia y de progreso social que sea un instrumento para regular la mundialización liberal.

Dicho de otra forma, la suma de estos miedos, nacidos de las profundas transformaciones en la organización del trabajo y en las relaciones políticas, sociales y culturales llevadas por la globalizació,n liberal, ha borrado los beneficios reales de las reformas sociales. Tantas incertidumbres favorecieron un voto a favor del populismo de derecha o de extrema-derecha no solo en Francia sino también en muchos países de la Unión europea. Así pasó en la Holanda de Wim Kok, a pesar de un balance social digno de los mejores regímenes social-demócratas, en Dinamarco, en Portugal, en Italia…

La impotencia de una Europa color de rosa

Después de las recientes derrotas de la social-democracia en Italia, Portugal, Dinamarco, Holanda Francia, hoy, sólo cinco de los quince países de la Unión europea tienen un gobierno social-demócrata : el Reinado Unido con Tony Blair, Suecia con Goran Personn, Finlandia con Paavo Lipponen, Grecia con Costas Simitis, y Alemania con  Gerhard Schröder. Se va derritiendo la Europa color de rosa, que tenía once gobiernos de izquierda hace poco, y se impone el populismo de extrema derecha como fuerza de gobierno en Italia, Holanda, Dinamarco y Portugal. Menos mal acaba de sufrir una derrota en Austria donde se impuso sólo por unos años en la coalición al poder.

Hemos notado ya que, con la mundialización, el modelo social-demócrata ha perdido su eficacia en los marcos nacionales. Es evidente para todos que remediar a los desórdenes de la mundialización liberal requiere una respuesta continental y nuevas alianzas políticas en los foros o instituciones internacionales. La incapacidad de promover en los últimos años un modelo europeo democrático y social, a pesar de la vigencia de una mayoría de gobiernos social-demócratas en el marco europeo no condena tal objetivo. Las reacciones populistas y nacionalistas no ofrecen perspectivas políticas duraderas ya que si estas fuerzas aplican su programa en una economía globalizada, sólo pueden llevar una regresión económica y social en la vida cotidiana de los ciudadanos.

Pero los socialistas y social-demócratas tienen que superar la contradicción siguiente : ¿ cómo elaborar respuestas regionales o continentales comunes y coherentes cuando cada nación sigue siendo tributaria del peso de su propia historia y de sus propios antagonismos sociales y políticos ?

En efecto, no hay que olvidar que en los cinco últimos años se diferenciaban mucho las situaciones políticas en la Unión europea, aunque se hablaba de una Europa color de rosa. Siete gobiernos eran dirigidos por socialistas o social-demócratas (Alemania, Dinamarco, Francia, Grecia, Portugal, Reinado unido y Suecia). En Italia, Holanda y Bélgica, eran coaliciones con el centro y en Austria y Finlandia eran coaliciones con los conservadores. Además, en los siete países gobernados por socialistas o social-demócratas, había discrepancias que se concretizaron con el famoso debate sobre la tercera vía. Del social liberalismo de Tony Blair al socialismo moderno de Lionel Jospin, pasando por el nuevo centro de Gerhard Schröder, se mantuvieron fuertes las diferencias, y a pesar de progresos concretos en la construcción europea, como el advenimiento efectivo en once países, el 1 de enero de 2002, de la moneda única, el euro, las necesidades políticas propias a cada Estado, el pragmatismo de la gestión gubernamental, superaban una orientación más federal.

Eso se refleja en el funcionamiento totalmente burocrático e ineficaz del Partido de los socialistas europeos (PSE), fundado en 1992, que no logra promover nuevas ideas políticas que sean una respuesta adaptada a la mundialización liberal, una respuesta satisfactoria, tanto para los excluídos como para las clases populares y la clase media que se siente amenazada por las incertidumbres del liberalismo. El miedo de los ciuadadanos europeos a la mundialización y una xenofobia más y más afirmada han favorecido estos sentimentos anti-europeos tanto más cuanto que los social-demócratas europeos eran incapaces de concretizar en la vida cotidiana su proyecto de Europa social que será la sustitución al Estado-providencia de hace treinta o cuarenta años.

La manera de pensar la protección de los ciudadanos, su seguridad, su emancipación ha cambiado radicalmente con las nuevas formas de producción y la tarea política de los socialistas y social-demócratas es ser la potencia política, social e intelectual que conciba nuevas formas de emancipación que correspondan con este nuevo modo de producci&on. Como lo decía recientemente Pierre Rosanvallon, profesor en el Collège de France «la social-democracia ha vencido intelectualmente con el fracaso del comunismo pero al mismo tiempo ha perdido su identidad y su capacidad de existir como programa de reforma. » (Le Monde,  26-27 de mayo de 2002).

El nuevo proyecto socialdemócrata

Este diagnóstico no debe desanimarnos sino al contrario estimularnos para encontrar por lo menos  las respuestas a dos preguntas del período ¿ Cómo remediar a los desórdenes que trastornan nuestro planeta ? ¿ A partir de qué propuestas se pueden concretizar nuevas alianzas regionales y continentales para regular la mundialización, amaestrarla, si puedo decir, o, mejor dicho, obrar para una mundialización justa y humana ?

En efecto, para nosotros, socialistas, una sociedad humana es una sociedad que no es dominada por el mercado y ya tratamos de este tema el año pasado. Como lo decía Lionel Jospin « el mercado es una fuerza que va pero que no sabe adónde va ». La economía de mercado es la realidad en la que actuamos. Para nosotros, el mercado es una realidad, es una técnica. Una técnica de producción de riquezas, de recursos que queremos dominar, amaestrar. Para nosotros, el mercado no es un valor y no nos fascina como a los liberales o a la ejecutiva del Fondo monetario internacional. Por eso, nos conformamos con la economía social de mercado  y decimos no a la sociedad de mercado. Cualquiera que sea su dinamismo, su plasticidad, la economía de mercado no puede ser el fin, el horizonte de una sociedad. La sociedad necesita darse un sentido profundo, tiene que dominar su destino, construir un futuro que corresponda con las aspiraciones de los hombres y de las mujeres que la componen. El mercado, aunque produzca riquezas, no produce solidaridad ni proyecto común tanto en el marco nacional como al nivel regional o mundial.

Si la lógica del mercado supera a la del Estado, será el reinado de las desigualdades, el final de los lazos sociales, el deterioro del medio ambiente, la desaparición de nuestra riqueza cultural, la pérdida de un proyecto nacional que pueda armonizarse en una perspectiva federal ya que la respuesta social-demócrata coherente se elaborará más y más en un espacio regional o continental.

En un país democrático, el Estado no es una burocracia ni mucho menos una fuerza de dominación. Es el resultado de un debate democrático por su ejecutivo y su Parlamento elegidos por los ciudadanos y así tiene por vocación resolver las contradicciones de la sociedad. Debe identificarse al interés general y satisfacer las exigencias de los ciudadanos. Para los social-demócratas y los socialistas, un país necesita un equilibrio entre el mercado y el Estado. Al mercado le toca el cambio de bienes y servicios, la creación de riquezas, la disposición de recursos, le toca recompensar la toma de riesgos en el mundo económico. Al Estado, le toca la regulación, la protección social, la cohesión social, la justicia, la seguridad, la afirmación de principios en torno a los cuales puede juntarse una nación, un conjunto de naciones, y proyectarse en el futuro.

Negamos sufrir las leyes económicas como si fueran una fatalidad, negamos resignarnos a una uniformización política y cultural. Consideramos la realidad para transformarla reconciliando así en nuestra acción política el voluntarismo y el realismo.

Las dificultades del nuevo proyecto socialdemócrata

Pero en tiempos de mundialización liberal, lo difícil es lograr este ambicioso objetivo dentro de un marco regional o continental ya que los ciudadanos de cada nación de este conjunto no lo reconocen todavía como democráticamente legítimo porque cada nación sigue aun tributaria del peso de su historia y de sus propias contradicciones politicas interiores. Por eso, hablar de gobierno mundial es una perspectiva lejana ya que el espacio planetario no tiene legitimidad democrática. Sólo podemos hablar de bienes públicos al nivel mundial que hace falta preservar.

Entonces, para los socialistas democráticos cuyos ideales fundamentales siguen siendo la paz, la democracia y la justicia social, cabe primero destacar los desórdenes fundamentales llevados por el liberalismo que acentuan las desigualdades y que ponen en peligro el equilibrio político, económico, ecológico y cultural del planeta. Segundo, nos toca definir las alianzas políticas que se puedan establecer al nivel mundial para conseguir las reformas imprescindibles para remediar  a tales desórdenes.

Los principales focos de desequilibrio nacidos de la hegemonía del liberalismo son muchos pero me limitaré a evocar cuatro de ellos.

Primero, la persistencia de un sinnúmero de conflictos, sea entre Estados, o dentro de un marco nacional, es un obstáculo evidente a todo desarrollo sostenible y genera las injusticias más agudas en todos los planos. La reforma de la Organización de las naciones unidas es cada vez más necesaria para restaurar la estabilidad pol1itica.

Segundo, la inestabilidad financiera y económica nacida de la liberalización de los mercados financieros ha ocasionado las crisis económicas ya evocadas con sus estragos en el mundo des trabajo cuando precisamente el papel del Fondo monetario internacional es anticiparlas para mantener el crecimiento y el empleo. Como para la ONU, se impone la necesidad de una reforma de la instituciones de Bretton Woods, inicialmente creadas, en 1944, para garantizar la estabilidad económica en el mundo y el pleno empleo.

Tercero, el equilibrio de los ecosistemas es más y más amenazado. La toma de conciencia de este fenómeno fue al origen de la cumbre de la Tierra en Rio de Janeiro, hace diez anos. Pero el unilateralismo de los Estados unidos, manifestado con su negación de aplicar el protócolo de Kyoto sobre las emisiones de CO 2, pone de manifiesto la necesidad de tejer alianzas que permitan dejar un planeta en buen estado de marcha a las generaciones futuras y de crear una Organización mundial del medio ambiente.

Cuarto, la movilización internacional sobre el problema del sida, debido a sus estragos al nivel planetario, plantea el problema más general de la propiedad intelectual y del conocimiento con las nuevas tecnologías de información. Ya se sabe que las reglas actuales impiden a las poblaciones más pobres curarse cuando la salud del ser humano puede ser considerada como un bien público mundial. El fenómeno del sida es revelador de una realidad más amplia y de hecho ignorada o olvidada ; desde siempre, el derecho a la vida, que es el más natural, no es respetado. Así, por ejemplo, el paludismo mata tanto como el sida pero casi no se manifiesta dentro del mundo desarrollado, y, por eso, las investigaciones científicas para eradicarlo tardan mucho.

Para completar este breve diagnóstico sobre los desórdenes planetarios, añadiré el comercio. Es verdad que el comercio participa en el desarrollo económico de los países, pero hay que considerar los bienes exportados. Un país que sólo exporta materias primas quedará marginado respecto a un país que exporta bienes de fuerte valor agregado. Así, dentro del foro de la Organización mundial del comercio, hace falta discutir de la apertura de los mercados, pero cuando se trata de cooperación internacional, el objetivo de diversificación de la economía de todos los países del mundo, aunque haga más complejo el debate sobre esta apertura, sigue siendo fundamental para nosotros socialistas, porque condiciona la reducción de las desigualdades en el dominio de los intercambios.

Para una mundialización justa y humana

Como lo afirma Joseph Stiglitz en su obra ya citada, la mundialización liberal, regida por el solo mercado, no funciona. Genera la inestabilidad financiera y económica, deteriora el medio ambiente, margina más y más a los países llamados pobres. Sin embargo, no es posible ni deseable abandonarla y nos toca transformarla. Para nosotros, socialistas, se trata de luchar por una mundialización justa y humana. Es nuestro mensaje internacionalista a la humanidad, es nuestra tarea política.

Ya sabemos que la paz no puede existir en el mundo si lo domina una superpotencia y por lo tanto el unilateralismo, lo que es el caso ahora con los EE-UU. Se trata de luchar por un mundo multipolar que sólo puede garantizar la paz. Eso significa que hace falta organizarnos como fuerzas socialistas o social-demócratas dentro de espacios regionales o continentales con una visión política común, con una utopía realista que es la muindialización justa y humana. Supone el paso decisivo, aunque progresivo, a instituciones federales. Es un reto para nosotros en Europa. Supone también nuevas alianzas, como se han establecido entre Europa y los países del Sur en el foro de la OMC en Doha en 2001, para lograr decisiones más justas en el dominio de la salud.

La expresión utopía realista merece unos comentarios. En Europa, hace más de medio siglo, al salir de la segunda guerra mundial, la paz era una utopía y hoy es realidad, por lo menos en el marco de la Unión europea. Hace treinta años, la moneda única era una utopía y el euro es una realidad. La construcción de uniones políticas de tipo federal debe ser nuestra visión si queremos cambiar el curso de la mundialización, cualquiera que sea la fuerza de los ámbitos nacionales. Como se han logrado modelos social-demócratas nacionales cuando no se había impuesto como hoy la globalización financiera ni la globalización de la información, generando este nuevo aspecto de instantaneidad, ahora nos toca obrar por la realización de un proyecto que estribe en los mismos valores de justicia social, de paz y de democracia en marcos regionales adecuados. Y eso  tomando en cuenta la evolución del modo de producción que acentua el individualismo o la autonomía del trabajador sin que se libre realmente, sin embargo, de la alienación al trabajo.

Unas propuestas concretas

Concretamente, nos toca actuar para democratizar las instituciones internacionales FMI, Banco mundial, la Organización de naciones unidas, la Organización mundial de comercio, la Organizacion internacional de trabajo. Además, conviene hacerlo todo para que todas las instituciones funcionen de modo convergente creando así sinergías en estas formas de gobierno planetario. En efecto, los derechos sociales y humanos, las finanzas, la economía y el desarrollo, el medio ambiente, el comercio no se pueden tratar de manera separada.

Lo peor sería luchar contra la existencia de estos instrumentos de control al nivel mundial, criticables hoy en su funcionamiento pero no en su objetivo. Ya vemos ahora como los EE-UU lo hacen todo para librarse de decisiones tomadas por la OMC o por una mayoría de países como es el caso del protócolo de Kyoto.

Preservar el medio ambiente con la creación de una organización al nivel mundial, hacerlo todo para que los países en desarrollo participen en las decisiones que les conciernen tanto por medio de sus representantes estatales como sus actores no gubernamentales, promover la democracia y el comercio equitativo permitirían repartir de modo más justo, más igualitario, las potencialidades de la mundialización.

Necesitamos establecer nuevos consensos en marcos adecuados que permitan conseguir una mundialización justa y humana. Desde mi punto de vista de socialista francés, el marco adecuado para nosotros es Europa, pero tenemos que dar respuestas claras a ciertos problemas que nos permitan establecer alianzas objetivas con los países emergentes o en desarrollo.

Así, en el dominio de los intercambios, no podemos seguir con los subsidios a la agricultura europea y la protección del mercado europeo cuando al mismo tiempo se exige la apertura de los mercados del Sur. El problema se plantea en los mismos términos con los EE-UU, tanto para los países del Sur como para Europa.

Hace falta definir de manera progresiva un nuevo consenso con los países del Sur que permita a la vez mantener el empleo y el nivel de vida en Europa y promover el desarrollo del Sur. Este nuevo consenso sería necesario con los países del Sur si llegaran a producir bienes, mercancías de fuerte valor agregado, y es obvio que los países en desarrollo saldrán de la marginación sólo si logran diversificar su economía con la producción y exportación de bienes de este tipo. Eso tomando en cuenta la preservación del medio ambiente

Otros datos o propuestas concretas. Para construir eficazmente la paz a través de un nuevo orden internacional, con instrumentos multilaterales eficientes de prevención, gestión y arreglo de conflictos, no podemos seguir con un Consejo de seguridad sin representación de continentes o subcontinentes como América del Sur o Africa. La reforma de la ONU y de su Consejo de seguridad, mediante la ampliación democratizadora de sus miembros permanentes es absolutamente necesaria. Pero no podemos evitar el debate sobre la hyperpotencia militar que son los E.E.-U.U. cuando Europa se parece a un enano a menudo impotente. Es un problema fundamental. Los socialistas democráticos no pueden contentarse con la elaboración de una perspectiva sin darse los medios de que se pueda concretar.

Esta busca de la paz no puede ir sin una lucha determinada por los derechos humanos y la democracia en todos los rincones del planeta, cualquiera que sea la identidad cultural o el nivel de dasarrollo. Ninguna razón de estado, ninguna pretendida diferencia de identidad puede justificar el genocidio o la limpieza étnica, ni amparar la impunidad de los dictadores que violan sistématicamente los derechos humanos universales como lo declaraba la Internacional socialista en su último congreso de París, en noviembre de 1999. Nuestra convicción socialista es que la pobreza y el estado de necesidad no serán superados al margen del respeto de los derechos humanos y de la extensión de la democracia.

También afirmó el mismo Congreso de la IS que la construcción de un orden económico financiero global, exige la reforma de las instituciones de Bretton-Woods y una clara y nueva definición de su papel. La inexistencia de un marco regulatorio para los impresionantes movimientos de capital a corto plazo, hace imprevisibles estos flujos, provocando continuas crisis financieras y contagios irrefrenables al sistema. Sin transparencia ni control, perdurando paraísos fiscales, será cada día más difícil luchar contra el blanqueo de capitales, procedente de prácticas corruptas enraízadas en algunos países y de flujos contaminados con origen en la criminalidad organizada internacionalmente. El intento de transparencia después del trágico 11 de septiembre para luchar contra el financiamiento del terrorismo muestra que este objetivo se puede lograr. La propuesta de un Consejo de seguridad económica y financiera, hecha hace años por Jacques Delors, cuando era Presidente de la Comisión europea, sigue valedera.

Pero de momento, una reforma del sistema de votación en las instituciones financieras internacionales permitiria acabar con el unilateralismo de los E.E.-U.U que, de hecho, son la sola potencia que ejerce un derecho de veto auque sólo tiene el 17,8 % de los derechos de voto contra el 28,4 % a los países de la Unión europea que no puede seguir careciendo de proyecto alternativo al de los E.E.-U.U. respecto a los países del Sur. La anulación de la deuda, por medio de contratos desendeudamiento/desarrollo, a favor de políticas públicas de educación y de salud, el aumento significativo de los subsidios públicos al desarrollo, manteniendo firme el objetivo del 0,7 % del PNB, un impuesto mundial sobre los movimientos especulativos de capitales o contra la emisión de gaces permitirían diversificar las fuentes de fianciación públicas del desarrollo de los PED, sabiendo claramente que se necesita el releve de las inversiones privadas.

El grupo de los 7 no puede seguir dirigiendo el mundo sin llevar a la práctica sus compromisos, en particular los que conciernen los países del Sur. Nos toca concebir una estructura alternativa al grupo de los 7 u 8 que acogería países representativos de los países emergentes o en desarrollo; No sé si podría ser el grupo de los 20, pero es absolutamente necesario que los países del Sur participen en las decisiones políticas que los conciernen y que asumen su plena responsabilidad.

Compañeros, señoras y señores, concluiré diciendo que para los socialistas y socialdemócratas del mundo, me parece imprescindible que elaboren sus proyectos o programas dentro de esta perspectiva de una mundialización justa y humana. Mundialización justa y humana son términos que me parecen más claros políticamente que regulación de la mundialización que es una expresión demasiado tecnocrática.

Vivimos en un mundo inseguro que da miedo. Nuestra tarea de socialistas democráticos es edificar un mundo más justo para que sea más seguro. Esta relación entre justicia y seguridad es válida, cualquiera que sea el espacio público en el que actuamos. En nuestras ciudades, al nivel local, las discriminaciones y las injusticias generan la violencia y la inseguridad. Al nivel mundial, las formidables injusticias y desigualdades, la inequidad, sirven de pretextos o están abonando el terreno de las redes terroristas. Hay que interrogarse sobre las reacciones ambiguas de los pueblos del Sur después de los trágicos eventos del 11 de septiembre de 2002. Pero hace falta no olvidar que el derecho a la vida es constantemente violado para millones y millones de niños, de gentes, como efecto de la mundialización liberal.

Por una globalización justa y humana, conviene elaborar nuestros proyectos nacionales en armonía con un marco regional, en una perspectiva federal más o menos lejana según la parte del mundo en la que actuamos. Ya senalé las dificultades de nuestro proyecto europeo. Pero hace falta más. Podemos acercarnos a esta forma de gobierno mundial para una mundialización justa y humana si logramos tejer alianzas con un Sur que asuma sus plenas responsabilidades, en particular con los socialistas democráticos, para construir un mundo multipolar alternativo al unilateralismo estadounidense vigente hoy  en día. Muchas gracias por su paciencia y atención.

Arequipa, 30 de noviembre de 2002.
 

(*) Responsable del departamento Cooperación internacional de la FJJ para Africa y América Latina- Delegado del Partido Socialista Francés (Africa, desarrollo y cooperación internacional).