“La Socialdemocracia
y sus Retos”
S e r g i o
M o y a M e n a
Vicepresidente de
la Unión Internacional de Juventudes Socialistas IUSY
Asamblea Nacional
del
Partido Innovación
y Unidad Social demócrata PINU-SD
T e g u c i g a
l p a, H o n d u r a s
26-27 de abril
de 2002
Quiero inicialmente agradecer la invitación cursada para intervenir en este importante evento del Partido Innovación Nacional y Unidad Socialdemócrata. Partido hermano con el cual hemos tenido la oportunidad de compartir muchos eventos internacionales.
¿Qué significa hablar de socialdemocracia en el año 2002? ¿Qué significado y beneficio concreto puede tener para las sociedades centroamericanas plantearse un debate ideológico sobre el futuro de esta corriente de pensamiento en el marco de la globalizaciòn?
Significa ser partícipes de un ejercicio reflexivo que durante más de 100 años ha sido la esencia del socialismo democrático: la revisión. La revisión constante de los instrumentos y las prácticas políticas concretas que nos permitirán hacer realidad los valores de solidaridad, igualdad y libertad. Desde principios del siglo XX cuando el teórico revisionista alemán Eduard Bernstein debatía con Rosa Luxemburgo, Karl Kaustky y Lenin sobre las estrategias y caminos del socialismo, hasta la controversia generada por la Tercera Vía, la revisión se ha constituido en señal de identidad fundamental del socialismo democrático.
Es por eso que considero esencial que nos planteemos -desde nuestra particular realidad centroamericana- cuales son las perspectivas y las respuestas del socialismo democrático.
La destreza para adaptarse al cambio y a las diferentes circunstancias políticas, culturales y sociales es lo que le ha permitido al socialismo democrático ser hoy en día una fuerza política con arraigo en todos los rincones de la tierra. Ninguna ideología política ha tenido tal éxito en permear entre culturas tan disímiles como la africana, la asiática o la latinoamericana.
A través de todo el siglo XX la lucha por el socialismo estuvo intrínsecamente relacionada con la democratización política y económica de muchas sociedades, con la reducción de las inequidades ocasionadas por el capitalismo, con la extensión de los derechos de los trabajadores, con la lucha contra las dictaduras, etc. Ha sido también la principal alternativa democrática al liberalismo. En este sentido es que el socialista norteamericano Michael Harrington apunta como una de las tesis de su libro Socialismo Pasado y Futuro, que “el movimiento socialista democrático ha hecho más por la humanidad (espiritual y materialmente) que cualquier otro movimiento político y social.”
Basta echar una ojeada al informe de Desarrollo Humano del PNUD para verificar que, en los 15 países que muestran el más alto índice de Desarrollo Humano, el modelo socialdemócrata ha sido hegemónico en once de ellos.
La socialdemocracia ha sido también una fuerza política fundamental en el desarrollo político de nuestro continente. Desde sus orígenes como partidos democrático- revolucionarios, herederos del aprismo, de la Revolución Mexicana, del New Deal norteamericano y del socialismo europeo, los partidos socialdemócratas han estado al frente de las luchas sociales por la democracia y la justicia social.
Estas organizaciones se convirtieron en verdaderas alternativas de poder en sus respectivos países, llegando muchas de ellas a ganar elecciones. Como partidos de gobierno, el conjunto de medidas típicamente aplicadas llegó a constituir un modelo o paradigma que se vio estimulado por el auge del keynesianismo y por las recomendaciones y propuestas elaboradas por la Comisión Económica para la América Latina CEPAL.
Este “modelo socialdemócrata” o “Compromiso Socialdemócrata”, que se fundamentaba a grandes rasgos por Economía Mixta + Estado del Bienestar + Democracia Política, suponía que el capitalismo podía reformarse y susceptible a ser transformado mediante sucesivos acercamientos a un orden socialista que mantuviera la democracia representativa. De esta manera, los socialdemócratas comenzaron a construir las estructuras políticas económicas y sociales que no solo llevaron a una modernización de la economía -de cara a su inserción en el sistema capitalismo mundial- sino también a un mejoramiento sustancial de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y bajas, que durante el período de hegemonía de las clases agro exportadoras y terratenientes, habían permanecido en un franco nivel de dominación, excluidos de la toma de decisiones.
A los partidos socialdemócratas les cabe la virtud de haber entendido en Latinoamérica la importancia de la categoría de lo “nacional popular”, es decir, la comprensión de que el proyecto de articulación política requería integrar en un frente único y bajo la hegemonía de proyectos reformistas nacionales, a clases interesadas en la revolución democrática e imperialista. Este es un elemento sumamente importante a destacar, pues sin duda, el proyecto reformista de la socialdemocracia latinoamericana ha sido la aproximación más exitosa a una hegemonización de la cultura política por medio de la integración de intereses de distintos estratos sociales: trabajadores, campesinos, pequeña burguesía, estudiantes.
Pero al llegar a los años sesentas, muchas cosas parecían haber cambiado en el continente y el orden internacional hacía que las propuestas “clásicas” de la socialdemocracia, parecieran no ser las más idóneas para enfrentar los primeros retos de la mundialización. La crisis económica internacional y el grave problema de la deuda, pusieron a simple vista la magnitud de la situación y la incapacidad del cepalismo para brindar soluciones ante elementos como la deuda externa, la crisis fiscal y la inflación.
El agotamiento del modelo socialdemócrata tenía su referente en el ámbito mundial en la crisis del keynesianismo, que, se había convertido en el eje de la propuesta intelectual socialdemócrata.
Uno de los grandes componentes de esa crisis se cifraba en el papel del Estado y la incapacidad de este actor (centro del Compromiso Socialdemócrata) como agente del cambio social y económico. Este sujeto se veía rebasado por la ampliación de las expectativas sociales y económicas, por su incapacidad para continuar con sus diversos roles y por su burocracia e insuficiencia financiera
Muchas veces se creyó que cuanto más interviniera el Estado en la vida social y la producción, más beneficiaría a la sociedad en su totalidad. La socialización se confundió con la estatización pura y llana y de esta manera el progresivo peso del Estado en el sector productivo llegó a desvirtuar el concepto mismo de economía mixta.
La crisis de la socialdemócrata como ideología y como expresión de políticas concretas propició el inició de la Revolución Conservadora o Neoliberal, que a partir los setentas se convierte en ideología dominante hasta los años noventas. El mercado como principio ordenador absoluto de las relaciones económicas y sociales adquiere atributos “cuasi–mágicos”, con capacidad para resolver todos los problemas de la humanidad.
Este absolutismo ideológico
es lo que el director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, ha denominado
como “Pensamiento Único”, cuyo sustento real, la plataforma material
que le da vida, es el dinero y su expresión política es el
neoliberalismo.
Crisis de creatividad
La crisis de estatismo, del Estado del Bienestar y en general del Compromiso Socialdemócrata, hizo que estos partidos enfrentaran al neoliberalismo en condiciones de inferioridad.
La socialdemocracia parecía perder su esencia transformadora y su capacidad propositiva, lo que hizo que a menudo fuera difícil distinguirla de otras corrientes de pensamiento. Incluso, gobiernos socialdemócratas impusieron políticas de ajuste estructural que defendían los conservadores.
El legado del neoliberalismo
es tristemente evidente. El desmantelamiento de los programas sociales
gubernamentales, la privatización de los servicios públicos
y el abandono de los agricultores por parte de los gobiernos provocaron
un aumento de la pobreza. Según cifras de la CEPAL, la población
pobre de Latinoamérica pasó de 135 millones en 1980 a 204
millones en 1997.
El Proceso de Renovación del Socialismo Democrático
Cuando la ofensiva política del neoliberalismo empieza a perder fuerza en el mundo al iniciar los años noventa, y los partidos conservadores demuestran incapacidad para solucionar la crisis económica y las consecuencias sociales de éstas, se dan las condiciones para un resurgimiento de los partidos socialistas, al menos en términos electorales. Un resurgimiento que se inicia en Europa con el retorno al poder de los socialistas en Holanda, Alemania, Francia e Italia. También en Latinoamérica se alcanzan importantes victorias en Chile, Argentina, República Dominicana, así como avances significativos de la socialdemocracia en Uruguay, Brasil y Colombia.
El socialismo empieza
a asumir la responsabilidad de construir un modelo alternativo al neoliberalismo
que pueda combinar el apego a los valores históricos de igualdad,
solidaridad y libertad con las nuevas condiciones enmarcadas dentro del
auge del Capitalismo Global. La misma Internacional Socialista crea
la Comisión de Progreso Global –encabezada por Felipe González-
a fin de definir una nueva plataforma de ideas y propuestas capaces de
enfrentar los desafíos del nuevo siglo.
La Tercera Vía
El retorno al poder de partidos como el Laborista británico o el Socialdemócrata Alemán representaron el fin de casi quince años de neoliberalismo. Privatizaciones, desmantelamiento de la seguridad social y un retraimiento generalizado del Estado en la actividad económica, era el legado que estos partidos recibían, mientras que el margen de maniobra que la globalización dejaba a los gobiernos era -aparentemente- ser muy poco.
Muchos de estos partidos habían vivido enormes procesos de transformaciones internas que en algunos casos habían representado la revisión de muchas de sus estrategias tradicionales, así como una disputa entre los sectores tradicionalistas y los renovadores, disputa que en la mayoría de los casos, desembocó en una victoria de los últimos, más moderados, centristas, menos indispuestos a las privatizaciones y más abiertos a la economía de mercado.
Es en este marco que surge la Tercera Vía, corriente que se ha presentado como una renovación de la socialdemocracia.
Orígenes del concepto
No era la primera vez que se utilizaba este concepto para designar una idea intermedia o un término sincrético entre distintas alternativas filosóficas, lo que cabe aclarar es si la Tercera Vía ha sido efectivamente una nueva dimensión para la socialdemocracia en la Post Guerra Fría, o simplemente un habilidoso eslogan designado para hacer que la capitulación ante la agenda neoliberal sea moralmente más aceptable.
Asociada fundamentalmente al Primer Ministro Británico Tony Blair, varios han sido los esfuerzos académicos y filosóficos para sistematizarla, destacándose en esta campo la labor del sociólogo inglés Anthony Giddens, autor de los libros “La Tercera Vía” y “La Tercera Vía y sus Críticos”.
Tercera Vía hace referencia a dos vías alternativas previas. La mayoría coincide en afirmar que la moderna Tercera Vía considera como vías previas al neoliberalismo y la socialdemocracia, constituyéndose en una síntesis de ambas corrientes.
La concepción del socialismo es uno de los aspectos de la Tercera Vía que más controversia ha generado. Primero que todo, (y esto es un planteamiento generalizado en todos los exponentes de la Tercera Vía), se desconfía de los paradigmas ideológicos complejos. Después de la caída del comunismo, solo el componente ético del socialismo es el único que sobrevive a los tiempos. El socialismo no puede ser una teoría económica, un conjunto de políticas y estrategias para alterar el orden social, económico y político.
Así, el socialismo dentro de la Tercera Vía es solamente una vaga referencia a valores éticos y morales. El mismo Giddens, es aún más radical, proclamando la muerte del socialismo, dada su “supuesta incapacidad” para crear una sociedad que garantice una mayor riqueza que el capitalismo y que reparta la riqueza en forma más equitativa”.
La gestión de la economía “no puede ser de izquierdas o de derechas”, sino buena o mala. La Tercera Vía es para sus seguidores una nueva síntesis que se ubica, no como algo entre izquierda y derecha, sino más bien como algo más allá de estos conceptos.
Los supuestos “dogmas”
de la socialdemocracia tradicional son reemplazados por los valores y la
confrontación por el consenso. De nuevo, Blair y los otros
teóricos de la Tercera Vía no son precisos. A veces
el discurso se ha enfocado como una renovación de la socialdemocracia,
pero otras veces la fuerte crítica a lo que ellos llaman la “izquierda
tradicional” (refiriéndose a las políticas socialdemócratas
tradicionales) , resulta bastante sospechosa y excesiva, siendo
evidente la verdadera intención a la Tercera Vía en constituirse
en una síntesis entre la socialdemocracia y el neoliberalismo.
Socio- liberalismo
La Tercera Vía, según Blair, encuentra su vitalidad en la confluencia de “las dos grandes corrientes de pensamiento de centro izquierda de este siglo: el socialismo democrático y el liberalismo cuyo divorcio –según Blair- solo ha causado el debilitamiento de las políticas progresistas durante este siglo”. No existe ya un necesario conflicto entre estas dos ideologías; sí se piensa que el poder estatal es uno de los medios para llevar a cabo las metas políticas de la socialdemocracia, pero no el único y mucho menos un fin en sí mismo.
Esta idea de unir a
estas corrientes en lo que se podría llamar un “socialismo liberal”
tampoco es original de Blair. Se remonta hasta el filósofo
inglés John Stuart Mill, en el siglo XIX y al italiano
Carlo Rosselli a principios del siglo XX. Recientemente ha sido el filósofo
italiano Norberto Bobbio quien se ha convertido en el más destacado
representante del Socialismo Liberal. La base de esta doctrina apuesta
a que, “lejos de representar una contradicción terminológica,
el liberalismo y la democracia están necesariamente ligados y por
ello el socialismo democrático no puede ser sino liberal”.
La Tercera Vía plantea un cambio de roles en cuanto a los sujetos sociales de su estrategia político–social. La socialdemocracia europea estructuró históricamente su proyecto de sociedad en torno a la alianza de los partidos, los sindicatos y los sectores medios. Esto representaba una base social bastante compacta y leal a las políticas del partido. En Latinoamérica, ante la ausencia de una amplia base industrial, la socialdemocracia amplió su base social con el campesinado y grupos de la pequeña burguesía.
La Tercera Vía altera esta estrategia. El éxito económico y la justicia social serán ahora el producto de una nueva alianza entre el gobierno, la sociedad civil y el empresariado. Éste último se convierte en el actor privilegiado y más dinámico del proceso y tanto la iniciativa privada como el espíritu empresarial deben ser apoyados al máximo en un marco de “plena libertad”.
Los sindicatos tienen
un papel en la estrategia de la Tercera Vía: si toda la sociedad
debe emular el éxito empresarial y la ambición de los empresarios
innovadores, el papel de los sindicatos es adaptarse y someterse a este
nuevo equilibrio de fuerzas, en el que sin duda son actores secundarios.
La Tercera Vía como fenómeno internacional
Como fenómeno internacional, la Tercera Vía despertó interés no solo dentro de la socialdemocracia. Curiosamente encontró adherentes en todos los sectores del arco político: desde Gerhard Schröder y Bill Clinton hasta José María Aznar y Hugo Chávez. Políticos de tan disímil origen ideológico que dicen converger en una determinada forma de pensamiento, hace pensar hasta qué punto la Tercera Vía no ha sido más que una “moda ideológica”, cuya ambigüedad le da a los políticos la ventaja de la flexibilidad y no un paradigma concreto
Otros sectores socialdemócratas
recibieron a la Tercera Vía con mucho más escepticismo. Lionel
Jospin, Primer Ministro de Francia, fue uno de los líderes socialistas
que se desmarcó abiertamente de la Tercera Vía, en la que
él, ve un acercamiento al liberalismo económico,
incompatible con el socialismo. “Es lícito aceptar una Tercera Vía
entre el comunismo y el liberalismo, pero no entre socialdemocracia y
liberalismo”, ha dicho Jospin.
Valoración crítica
Es justo reconocerle a Blair el esfuerzo de renovación que él ha procurado, sacudiendo a nuestro movimiento de un aletargamiento intelectual que se venía experimentando desde hace varios años.
Para algunos, la “apertura ideológica” que la Tercera Vía supone, puede verse como la única manera de recomponer al pensamiento socialdemócrata de cara a un nuevo milenio, mientras que para otros, es una mezcla de conceptos y valores con escasa coherencia ideológica y que representa en algún grado un cuestionamiento a los principios del socialismo. En este sentido, coincidimos con José Félix Tezanos en que la construcción de un socialismo, definido en torno a las nuevas complejidades sociales, debe más bien hacerse sobre ideas y programas pensados en el siglo XXI, no en el liberalismo económico del siglo XIX.
La Tercera Vía supone una crítica a algunos de los problemas estructurales del Compromiso Socialdemócrata de posguerra, un diagnóstico en el que existe un alto nivel de consenso con los demás sectores del movimiento socialista. Ningún socialista moderno puede pretender responder a las preguntas del presente y del futuro con las respuestas del socialismo del pasado. Pero es cierto también que la Tercera Vía incorpora y revaloriza algunos conceptos que históricamente se han identificado con el conservadurismo, como el éxito individual, la educación moral y la responsabilidad; esto en detrimento del papel que se asigna al Estado como prodigador de servicios sociales y como redistribuidor de la riqueza por excelencia.
Como paradigma a imitar
en Latinoamérica se debe ser muy cauteloso. La Tercera Vía
desconfía del Estado como el ente más indicado para la distribución
de la riqueza. Esta concepción parte de una diagnóstico hecho
sobre la base de la realidad europea, en donde existe un Estado
ampliamente desarrollado, con una enorme presencia en el PNB y que gerencia
amplísimas redes de seguridad social que dan cobertura y servicio
a toda la población. En Latinoamérica, en donde los
ya de por sí débiles Estados se han venido desmantelando
y replegando de campos como la seguridad social y la educación,
resulta muy peligroso replantear un repliegue adicional de las labores
tradicionales del Estado en áreas vitales para el desarrollo
humano. Sobre todo, cuando en nuestros países no hay posibilidades
de que otras entidades hagan esas labores.
Un socialismo para el futuro
Pero el debate entre los socialdemócratas debe continuar y si cuestionamos la Tercera Vía como propuesta de renovación de la socialdemocracia, es necesario por tanto plantearnos ¿Qué socialismo es al que aspiramos? ¿Qué factibilidad puede tener en el presente este conjunto de valores, experiencias y de utopías que constituyen el socialismo democrático?
Los cambios en la sociedad producto de la Revolución Científico Tecnológica, la paulatina desaparición de la clase obrera, la proliferación de las demandas sociales y la incipiente formación de una clase dominante compuesta por los poseedores del conocimiento, son las circunstancias que enmarcan el debate sobre el futuro del socialismo.
Ahora bien, antes de adentrarse en el esclarecimiento de las características concretas y las respuestas de este Socialismo del Futuro, es conveniente remitirse a un aspecto básico: a qué se remite el concepto socialismo y qué se entiende hoy en día por él. Una de las definiciones más completas que encontramos es la del sociólogo José Félix Tezanos, quien afirma:
“socialismo es un ideal liberador
orientado a resolver los obstáculos que se oponen a una progresiva
extensión y profundización de la libertad y la igualdad y
a cambiar por tanto, aquellas formas de relación social y de organización
que dan lugar a desajustes sociales, a carencias, a asimetrías
y a formas establecidas de dominación social. En consecuencia, el
socialismo aspira a impulsar formas y procedimientos de organización
social en los que se puedan desarrollar prácticamente las posibilidades
de una vida basada en el pleno desarrollo de las potencialidades
humanas de libertad, de creatividad, de innovación, de fraternidad,
de cooperación..., es decir, de progreso humano”
Otros políticos y pensadores son mucho más parcos a la hora de definir que entienden por socialismo. En su libro ¿Qué era, que es el socialismo?, publicado hace poco por Felipe González ex Presidente del Gobierno Español, éste afirma:
“Voy muy ligero de equipaje cuando se trata de principios (...) Al socialismo que propugnamos le bastan los principios de la Revolución Francesa, o sea; libertad, Igualdad y fraternidad”
El impulso ético del socialismo se remonta a las primeras utopías y su relación con los valores de libertad, igualdad y solidaridad. Esto son valores heredados de la Revolución Francesa, que el socialismo asume con orgullo, pero no es conveniente buscar el Futuro del Socialismo en el pasado del liberalismo, como se deriva de la definición de Felipe González. Liberales y socialistas tienen diferentes interpretaciones de estos valores: los socialistas han insistido en que la libertad es inseparable de las condiciones sociales para su ejercicio, en que la igualdad de estas condiciones sociales es un requisito indispensable para la libertad, y en que la realización de la autonomía moral del individuo, solo es posible en un contexto social que exige actuaciones individuales guiadas por el principio de solidaridad.
Por esto la definición de un Socialismo del Futuro debe hacerse sobre la base de ideas y programas pensados en el siglo XXI no en el XIX. El socialismo es mucho más que los valores de la Revolución Francesa, es heredero de más de doscientos años de lucha de la clase trabajadora, de la lucha de las mujeres por sus derechos, de los jóvenes, de las reivindicaciones ambientalistas, de las luchas de liberación nacional en Latinoamérica, Asia y África.
En el campo de los valores, una de las preocupaciones fundamentales del Socialismo del Futuro seguirá siendo la igualdad. El capitalismo como ideología implica una serie de valores que el socialismo no puede aceptar: el individualismo amoral, insolidario y egoísta; la libre competencia trasladada desde el mercado a la totalidad de las relaciones humanas; la desigualdad como criterio sobre el que el sistema construye y fundamenta su funcionamiento; el éxito social y el dinero como elementos motivadores del ser humano.
Frente a esto, los valores del socialismo serán siempre superiores desde el punto de vista ético. No solo como una mera perspectiva filosófica, sino fundamentalmente, una aspiración, un objetivo a conseguir y que por lo tanto, solo una sociedad en la que todos sus integrantes puedan desarrollar sus potencialidades, su autonomía, su libertad, puede considerarse civilizada o democrática.
Frente al neoliberalismo que afirma que las sociedades modernas experimentan un “exceso de democracia, un precipicio igualitario que las torna ingobernables”, el Socialismo del Futuro debe reivindicar su fe en la igualdad. Igualdad que implica que las diferentes opiniones, filosofías y culturas convivan en tolerancia y respeto mutuo.
Igualdad no significa que todos sean exactamente iguales, sino que haya igualdad en el punto de partida, en los medios de desenvolvimiento y acción que garanticen una existencia material y moral humana.
Lo anterior es cierto en el sentido de que el socialismo es un proceso o una estrategia, cuyo fin es una radical democratización de la vida social, económica, política y cultural. Ahora bien, ¿cual es el papel del Socialismo del Futuro y que tan lejos podrá llegar su estrategia?. ¿Es su objetivo convertir al capitalismo salvaje en un capitalismo social, con rostro humano, o el socialismo es más que corregir las injusticias que genera el mercado, situando su horizonte en un sistema de valores que puedan ser considerados éticamente superiores a los de la civilización capitalista a la hora de organizar la convivencia humana?”.
Esto nos lleva también a plantearnos si las nuevas condiciones de la sociedad implican que el capitalismo es el último y definitivo estadio económico de la humanidad. Ciertamente el capitalismo ha demostrado una capacidad extraordinaria para superar las crisis económicas y recuperarse. Pero sería ahistórico asegurar que el capitalismo perdurará “eternamente” y no será sustituido por otro tipo de sociedad, tal y como fueron sustituidos el esclavismo y el feudalismo.
Lester Throw, en su libro
El Futuro del Capitalismo, afirma que después del colapso del comunismo
y la crisis del Estado del Bienestar, el capitalismo se encuentra aparentemente
en el cenit de su triunfo, sin otros modelos que puedan aparecer
como alternativas. ¿Significa esto el triunfo de este modelo económico?
Difícilmente puede describirse como triunfante un modelo que mantiene
al 70% de la población mundial en la pobreza y a mil millones de
seres humanos en el desempleo.
El socialismo y la globalización
La globalización pone una vez más de manifiesto que no puede haber socialismo en un solo país en momentos en el que las estructuras económicas y sociales del mundo se vuelven globales.
La desigualdad es inherente al capitalismo en la era de la globalización. No se puede tener un capitalismo global sin egoísmo, depredación y avaricia, porque son las fuerzas que hacen funcionar al sistema. No se puede tener capitalismo global e igualdad social porque el sistema esta generando constantemente desigualdades.
El llamado “Consenso de Washington”, convertido en “agenda estándar” para muchos países y expresado en la privatización de las funciones del estado, libre comercio, desencadenamiento de los movimientos internacionales de los capitales, la disolución del Estado Social, la entrega de las funciones de planificación económica a las multinacionales, ha contribuido a hacer aun más desigual el mundo a finales de milenio.
Todo esto genera un ciclo vicioso de desigualdades y exclusión.
El panorama resultante de esta dinámica de desigualdad es aterrador y moralmente ofensivo. Más de 1.200 millones de personas viven con menos de un dólar al día. Casi 1500 millones de personas no tienen acceso a salud y agua potable, viviendo en condiciones de pobreza absoluta. El 20% más rico de la población recibe en promedio siete veces más que el ingreso del 20% más pobre, además de acaparar el 81% del comercio mundial, el 94% de los préstamos comerciales, el 80.6% del ahorro interno y el 80.5% de la inversión interna.
Si en 1960 el 20% de la población que vivía en los países más ricos tenía un ingreso 30 veces superior al del 20% de los más pobres, en 1997 su ingreso era 82 veces superior.
Los ganadores del proceso de globalización son las corporaciones internacionales, que se han convertido en los grandes acumuladores de riqueza. A finales de los sesentas las 200 corporaciones más grandes controlaban el 17% del Producto Mundial. Hoy en día sus actividades les deparan 8 trillones de dólares, casi un tercio de las rentas planetarias.
Esta es la mejor evidencia de cómo la globalización es un conjunto de fenómenos que dejado a la decisión de los más poderosos, de las transnacionales y de los especuladores, se convierte en una amenaza contra la igualdad y la solidaridad, lo cual demanda la acción de los socialistas. Esta es la base de la renovación del socialismo en el plano internacional. Las nuevas fuentes de inequidades y la explotación asociadas a la globalización replantean el papel de nuestro movimiento a través de las fronteras.
Sin embargo, el método
de esta articulación no podrá seguir siendo el internacionalismo
socialista clásico, basado en la centralidad ontológica de
la clase obrera. Es preciso reconocer que existen formas de desigualdad
socialmente relevantes que son la expresión de asimetrías
de poder injustificadamente mantenidas y que no dependen directamente
del mecanismo del mercado o del funcionamiento del sistema productivo,
por ejemplo, la marginación social de amplios colectivos como las
mujeres y los jóvenes, las etnias, minorías sexuales, discapacitados,
etc.
Un nuevo internacionalismo
En el antiguo modelo del Compromiso Socialdemócrata, los partidos socialistas encontraban mecanismos para aminorar las injusticias sociales en el plano nacional. Ahora eso ya no basta. El Socialismo del Futuro debe hacer de la erradicación de las inequidades en el ámbito planetario su principal prioridad. Sin embargo hay que reconocer que las respuestas dadas hasta el momento son insuficientes.
Un replanteamiento de esta perspectiva estratégica del movimiento socialista debe trascender a las clases y a los partidos (izquierda política). Un nuevo internacionalismo requiere reflexionar en forma muy aguda sobre nuestras respuestas comunes a la globalización. Tenemos una Internacional Socialista con 50 años de historia de la cual nos sentimos orgullosos, pero el desafío actual supone ir más allá del marco de la I.S. para converger con otros sectores progresistas que están adquiriendo una enorme legitimidad por su rechazo al capitalismo global: los movimientos sociales a escala global cuyo símbolo es el Foro Social de Porto Alegre, que a principios de año reunió a más de 50.000 activistas en esa ciudad brasileña.
Un nuevo internacionalismo
supone –como lo acota Manuel Escudero- que los partidos socialdemócratas,
a la par de la definición de un programa de gobierno a corto plazo,
definan también un programa internacionalista a largo plazo, en
el que se expongan lasa fórmulas específicas que se proponen
a escala global. Dos elementos deben de ser los ejes de ambos niveles.
La aspiración a la democracia global y la redistribución
de la renta a escala global.
Globalizar la solidaridad: regular la globalización
Existe una amplia creencia -incluso dentro de la socialdemocracia- respecto a que la “globalización” hace imposible redistribuir la riqueza. La Globalización se ha convertido en una excusa, por un lado para evitar el necesario replanteamiento de los valores igualitarios, o bien como pretexto para no tomar medidas redistribucionistas.
Dentro del propio campo de la socialdemocracia, algunos ven a la globalización como un proceso inevitable, tecnológicamente predeterminado e imposible de resistir, mientras que otros la han analizado como producto de la voluntad política de las elites económicas internacionales, casi como una conspiración que debe ser afrontada con la ayuda de una voluntad política eficaz. No obstante, parece que lo que muchos han analizado no es el verdadero proceso de la globalización, sino el concepto neoliberal de ella.
Da acuerdo a esta “aseveración convencional”, la creciente competitividad de la economía internacional restringe a los gobiernos nacionales en cuanto a su capacidad de implementar políticas. Constreñidos por las demandas de los mercados globales, los gobiernos no pueden ya hacer mucho por mejorar el bienestar de los ciudadanos, particularmente cuando esos ciudadanos son los más pobres, los menos calificados y los menos vinculados al mundo del trabajo. Luchar por la igualdad en el marco de la globalización requiere para ir más allá de la retórica, instrumentos de lucha y uno de los más importantes sigue siendo el Estado.
La tesis de la “impotencia del Estado” en la globalización, más que una observación objetiva de los hechos es una “profecía auto complaciente”. Un Estado que actúa estrictamente de acuerdo a los mandatos dictados por el neoliberalismo e instituciones como el Fondo Monetario Internacional o la Organización Mundial del Comercio, obviamente se vuelve impotente. Si bien es cierto que las instituciones internacionales han adquirido enorme influencia, éstas no podrían llevar a cabo sus políticas sin el apoyo de los Estados.
La violación de los estándares internacionales de derechos laborales y el abandono de las políticas sociales es a menudo el resultado de iniciativas nacionales y no el fruto de presiones foráneas.
Incluso los grandes actores del sistema, las transnacionales, no podrían sobrevivir sin el amparo del Estado. Sin Estados que faciliten los flujos de mercancías, que mantengan los mercados abiertos, que manipulen las políticas laborales y que les otorguen inmensas subvenciones, estas entidades no podrían sobrevivir. El capitalismo es imposible sin leyes y las leyes no existen fuera del Estado.
La regulación de la globalización se viene convirtiendo en un tema cada vez más constante en las discusiones sobre el tema. Los mercados financieros se han convertido en poderosísimas fuerzas que escapan del control de los gobiernos y limitan severamente su capacidad de acción.
Esto plantea obviamente un enorme déficit democrático, pues es claro que estos mercados y los especuladores financieros, no tienen la legitimidad democrática que sí tienen los gobiernos y al ser los procesos económicos los que definen las reglas del juego, el poder se desplaza del sistema político hacia entidades como las transnacionales y las agencias financieras que son inmunes a las presiones democráticas. La institucionalidad democrática subsiste pero despojada de sus funciones de representación y regulación social.
La globalización puede
ser reorientada o regulada. De eso depende prácticamente la supervivencia
de la humanidad.
Globalizar la política
Por último, creo importante reflexionar sobre la globalización de la política. La idea general de la globalización remitida únicamente a una cuestión de mercados deber ser sustituida por otra que implique el asumir el fenómeno en sus otras dimensiones: como una globalización de la solidaridad, de los derechos sindicales, del desarrollo sostenible, de los derechos humanos y la tolerancia, es decir, una globalización más humanista y cosmopolita, una globalización de la política.
La sociedad de mercado, como proyecto hegemónico de los neoliberales ha provocado la pérdida de centralidad de la política como núcleo rector del desarrollo social que caracterizó a la modernidad. Las nuevas actitudes de la sociedad de mercado imponen nuevos imaginarios colectivos que debilitan a la política y el Estado como referentes y destinatarios de las demandas sociales.
Una globalización circunscrita únicamente a los mercados es una globalización en la que solo los económicamente poderosos tienen posibilidades de sobrevivir. En este sentido, solo la globalización de la política y la democracia puede garantizar unas reglas de juego que permitan la incorporación de los distintos sectores sociales, políticos y económicos a este proceso.
Después de todo por
eso estamos en política, porque como lo dice Umberto Gentiloni,
creemos en la posibilidad de condicionar los procesos históricos,
de orientar la globalización hacia las necesidades de la gente.
Pero creemos que la política es un instrumento extraordinario de
liberación humana, de realización individual y colectiva.
Porque creemos en la política, en las reglas de la democracia como
base de las pautas de la sociedad y del propio mercado.
Pretender definir un paradigma definitivo para el socialismo democrático sería una labor de nunca acabar. Las anteriores reflexiones son apenas una modesta contribución a un debate en que debemos de participar todos. Nuestra esencia revisionista nos obliga a adaptar nuestras políticas a las circunstancias específicas de las sociedades centroamericanas. Lo importante, lo imprescindible es ser leales a los principios de igualdad, solidaridad, libertad y justicia social.
Muchas gracias