La Corrida de Toros


Corrida de toros, espectáculo en el que uno o más matadores de toros bravos lidian y matan reses bravas con precisas normas, reglamentos y suertes.
 

Clases de fiestas de toros
Las distintas clases de espectáculos y festejos taurinos y las condiciones que han de cumplirse en cada caso están regulados por reglamentos específicos en todos los países en los que se celebran corridas de toros. Estos espectáculos pueden ser:
Las corridas de toros, en las que intervienen sólo profesionales y en las que se lidian toros de edad entre cuatro y seis años cuyo peso depende de la categoría de las plazas y que debe ser superior a los 410 kilos.
Las novilladas con picadores, en las que se lidian novillos entre tres y cuatro años de edad y peso acorde con lo anteriormente establecido. Admiten toros con las astas astilladas, escobilladas o despitorradas, siempre y cuando se anuncien como "desecho de tienta".
Las novilladas sin picadores, en la que se lidian novillos entre dos y tres años de edad, sin la suerte de varas. Admiten toros con las astas manipuladas, es decir, afeitadas.
Corridas de rejones, en la que se lidian toros o novillos a caballo. Admiten toros con las astas manipuladas.
Becerradas, en las que profesionales o aficionados lidian machos de edad inferior a los dos años dirigidos por un director de lidia.
Festivales, en los que se lidian reses despuntadas, en traje campero, no de luces, de acuerdo a las condiciones establecidas en corridas y novilladas según la edad de las reses.
Toreo cómico y espectáculos o festejos populares, de acuerdo a las costumbres de cada localidad.
 

Los reglamentos
La reglamentación taurina afecta a los protagonistas fundamentales de todos los festejos: el público por un lado y los contendientes en el ruedo por otro. De este modo estipula derechos y deberes de los espectadores y condicionamientos técnicos de las reses, los útiles o trebejos de torear, las suertes, los trofeos y las penas y castigos.
Los primeros documentos que demuestran el intento de poner un mínimo de orden en las anárquicas corridas del siglo XVII fueron promulgados por el Consejo de Castilla y la Sala de Alcaldes de Casa y Corte.
En 1770, reinando Carlos III, el Consejo de Castilla instituye la figura del presidente de la corrida, desempeñada entonces por los corregidores, y también de los alguacilillos, entonces oficiales que procedían a despejar la plaza de toros ayudados por personal de tropa.
Prueba de la autoridad del primero es que al final del festejo emitía sentencia inmediata sobre las infracciones cometidas y, auxiliado por el verdugo, procedía allí mismo al cumplimiento de las penas dictadas. En una sentencia de 1661 se castigaba al reo con 250 azotes y el servicio de seis años en las galeras de Su Majestad.
De las prohibiciones que hubo que sancionar hasta bien entrado el siglo XIX da idea la que sigue, de 1803: "No se arrojará a la plaza, tendido ni otros sitios de ella, perros, gatos, cáscaras de naranjas, frutas ni otras cosas".
En 1836, Francisco Montes Paquiro, que ha sido denominado 'El gran Legislador' dictó en su Tauromaquia completa el que ha sido considerado como primer esbozo real de un reglamento, ya que se ocupaba de todos y cada uno de los aspectos de la fiesta y proponía una serie de reformas cuyo fundamento y raíz ha llegado incluso hasta el toreo de nuestros días.
Sin embargo, el primero publicado en exclusiva como tal, lo fue en 1847, redactado por el jefe político de Málaga, Melchor Ordóñez que, entre otras cosas, fijaba el número, ocho, y la edad que debían tener los toros, de cinco a ocho años. Prohibía, también, la lidia de reses defectuosas.
La Plaza de Madrid publicó el suyo propio, aprobado por Ordoñez, en 1852, y el marqués de Villamagna lo reformó en 1868, cambiando entre otras cosas el número de reses a lidiar, que serían seis.
Desde entonces fueron muchos y cada vez más prolijos y matizados los reglamentos que fueron entrando en vigor. Los que han tenido mayor trascendencia y duración han sido el de 12 de julio de 1930 —el primero que tuvo alcance nacional— y el de 15 de marzo de 1962.
En todos los países en los que se celebran corridas de toros también tienen sus reglamentos aunque diferentes entre ellos: En Francia, la Asociación de asociaciones taurinas francesas cada año emite un reglamento que tiene validez para ese año. Portugal, tiene también un reglamento propio que incluye excepciones con respecto a las de otros países taurinos, como es la exclusión de matar al toro en la plaza. En Latinoamérica, en especial en Colombia, Venezuela y México cuentan con legislaciones diferentes, aunque su común origen sea el reglamento español; en la actualidad son variaciones del español anterior a 1962 y por ejemplo, en México, el primer aviso se da a los 10 minutos de haber estoqueado por primera vez al toro.


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La presidencia
El presidente de la corrida es el encargado de dirigir y garantizar el perfecto desarrollo del espectáculo. Sus funciones empiezan mucho antes de iniciarse el paseíllo y concluyen bastante después de terminado el mismo. Asisten al reconocimiento, al sorteo y selección, y dirimen las diferencias e incidentes entre empresa, ganaderos, toreros, veterinarios y demás participantes en el festejo. Por imperativo legal ejercen esa función en las capitales de provincias los gobernadores civiles, que pueden delegar en un funcionario de determinados cuerpos o escalas de la policía; y en las restantes poblaciones los alcaldes o, en su caso, un concejal delegado.
Aunque se supone que poseen conocimientos suficientes para el desempeño de su función están asistidos por un asesor, que se sienta en el palco presidencial a su izquierda y por un veterinario, que lo hace a su derecha. Les auxilia un delegado gubernativo que transmite y exige el cumplimiento de sus decisiones.
El lenguaje del pañuelo
Todas sus órdenes las transmite el presidente a los toreros, personal de plaza y espectadores sacando pañuelos de distintos colores y diferentes significados: un pañuelo blanco para el comienzo de la corrida, la salida de los toros, los cambios de tercios y, si se producen, los avisos; un pañuelo verde para devolver un toro defectuoso o inutilizado para la lidia, a los corrales; un pañuelo rojo si el animal es condenado a banderillas negras; un pañuelo azul si, por su bravura y calidad, se le concede al toro la vuelta al ruedo y un pañuelo naranja si, por su clase y bravura excepcionales, se produjera el indulto de la res.
 

Personal de plaza
Todos y cada uno de los miembros del personal de plaza intervienen de forma lógica y ordenada en el desempeño de sus funciones auxiliares durante el desarrollo de la corrida. Esas funciones guardan, además, estrecha relación con el buen desenvolvimiento de la misma, por más que algunas de estas figuras procedan de tradiciones hoy en desuso.
 

Los alguacilillos
Los alguacilillos, que remedan el antiguo despeje de plaza, reciben del presidente, como ocurría entonces, la llave de la puerta de toriles y encabezan el paseíllo. Su labor principal es la de transmitir las órdenes del presidente a los toreros y las peticiones de éstos —cambio adelantado del tercio— a aquel. En la plaza de Monumental de las Ventas, de Madrid, y también en otras, visten todavía a la usanza de Felipe IV: traje de pana, capa, golilla, botas altas y sombrero de ala ancha adornado de plumas.
 

Chulo de chiqueros
También llamado chulo de toriles y torilero, es el encargado de abrir la puerta que da salida a las reses al ruedo. Por la puerta de chiqueros salen también, cuando son necesarios, los cabestros. Son también, aunque no siempre, los que entregan las banderillas a los subalternos. En otra época se llamaba chulos a todos los miembros de la cuadrilla. Aunque no es obligado, en la plaza de Madrid, el torilero viste traje de luces.


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Monosabios
Vestidos, al menos en las plazas de primera y segunda categorías con pantalón y blusa, y tocados con una gorrilla, cumplen a veces la arriesgada misión de acompañar, tan sólo armados con una vara, a los picadores durante el primer tercio de la lidia, sujetando o animando a la montura. Su curioso nombre proviene, al parecer, del que un domador daba a su troupe de monos titiriteros allá por el año 1847. Como quiera que éstos y los mozos de caballos de la plaza de Madrid vestían más o menos igual, con prendas rojas, los aficionados empezaron a llamarles monos sabios y el burlesco apodo hizo fortuna.

Mulilleros
Son los que, en número variable, acompañan y arrean al tiro de mulillas en el arrastre de los toros fuera del ruedo. Las mulillas van enjaezadas y adornadas con banderas, cintas y cascabeles. Los mulilleros, que en muchos lugares visten a la usanza de los mozos navarros —pantalón y blusa blancas, faja roja y gorrilla—, van siempre descubiertos en su corto viaje junto a la res muerta.
 

El puntillero
También llamado cachetero —por la puntilla o cachete, es decir, el instrumento del que se sirve— es quien apuntilla al toro que, concluida la suerte suprema, herido de muerte y dobladas las manos, permanece agonizante caído en el suelo. Puede ejercer esa función, como día a día ocurre con mayor frecuencia, cualquiera de los banderilleros de la cuadrilla.
 

Areneros
Su función, aunque prosaica esencial, es la de mantener el ruedo en perfectas condiciones de limpieza —sin restos de sangre ni bosta de animales— para el ejercicio de la lidia. Visten, también, pantalón, blusa, faja y chaquetilla.

La cuadrilla
Como tantos otros elementos caracterizadores de la fiesta, la cuadrilla como tal existe desde mediados del siglo XVIII, y se atribuye a Juan Romero su conformación y autoridad máxima.
Sus miembros no han tenido siempre la misma jerarquía dentro de la misma. En un tiempo fueron los más preeminentes los varilargueros. En la actualidad, descuella sobre todo el primer banderillero, también llamado peón de confianza.
En una corrida o novillada normales —de tres matadores y seis toros—, cada uno de los diestros lleva en la cuadrilla dos picadores y tres banderilleros.
En un mano a mano (dos matadores), la de cada uno de los diestros se compone de tres picadores y cuatro banderilleros.
En solitario, el matador único se acompaña de dos cuadrillas normales completas más la suya propia.
 

Picadores
El picador es descendiente directo de los varilargueros del siglo XVIII, que se convierten en picadores de vara corta, como la actual, en los inicios del siglo XIX. Es pues el torero que, montado a caballo, pica los toros.
Los caballos de picar son examinados y reconocidos, como los mismos toros, por los veterinarios, que han de certificar su estado y movilidad. En las plazas de primera y segunda categoría no pueden tener un peso inferior a 500 kilogramos ni superior a los 650. En la actualidad y en general son propiedad de la plaza. Salen al ruedo protegidos para impedir, en la medida de lo posible, que resulten heridos. Se les cubre, además, el ojo derecho con un pañuelo para que al no ver al toro, no huyan ante sus embestidas.
Hasta el año 1928 los caballos no llevaban protección alguna, lo que generaba una auténtica matanza de las pobres bestias; de hecho se medía la bravura de un toro por el número de ellos que había dejado sobre la arena. El reglamento de aquel año aprueba, y se empieza a usar dos años después, un peto pequeño que protegía el pecho y parte de la bragada del animal. En 1932 se prolongó para que protegiera las extremidades anteriores y se le añadió un faldoncillo que se ajustaba al vientre de la montura. Desde los años 1940 y 1950 creció hasta alcanzar casi las pezuñas y envolver casi por completo el cuerpo del equino. Desde 1992 se admite, también, el uso de los manguitos o calzones que protegen, bajo el peto, el pecho y las patas delanteras del caballo. El peto es un conjunto de lonas impermeabilizadas, rellenas de algodón, enjaezadas mediante cueros y correas, cuyo peso no puede exceder de los 300 kilogramos, que por su peso evita muchas veces el inmediato derribo y protege al jaco de las cornadas del bicho.
Los picadores eligen, por riguroso orden de antigüedad, el caballo que prefieren montar, sin que puedan, sin embargo, rechazar ninguno que haya sido aprobado por los veterinarios.


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Banderilleros
Los banderilleros, también llamados subalternos y peones de brega, son como su nombre indica, los encargados de banderillear al toro; es decir, clavar pareando los rehiletes o banderillas en lo alto del lomo del toro. Pero su función es con la misma importancia, si no más que la de banderillear, la de auxiliar al matador en todos los tercios, lo que en el argot aficionado se denomina la brega: parar al toro en su salida de toriles, llevarlo y alejarlo del caballo en el tercio de varas, realizar cuantos quites sean necesarios, ponerlo en suerte y llevarlo allá donde señale el diestro y ayudar a que caiga cuanto antes.

Mozo de espadas
Aunque en sentido estricto no forma parte de la cuadrilla, porque nunca abandona la protección del callejón y la barrera, el mozo de espadas, que es quien facilita a los toreros, y al matador de forma destacada, los trebejos durante toda la lidia, es figura personalísima y singular, más próxima al matador que ninguna otra, incluido el apoderado o representante del diestro. Suele ser quien le viste y desviste —ceremonia que se efectúa siempre con un auténtico ritual— en ocasiones es quien le aconseja, sobre todo a los noveles, sobre las condiciones del animal y, a veces, quien comparte de modo más personal las penas del fracaso y algunas de las alegrías del triunfo. Tiene a su vez como auxiliar, si el torero es figura que puede permitírselo, al ayuda, que es quien carga con el esportón de los trastos y cumple sus órdenes en el callejón.

El sobresaliente
Se denomina así al matador o novillero, por lo general de no mucho cartel, que complementa el de las corridas mano a mano o en aquellas en las que se anuncia un único espada, y que sólo interviene por accidente o cogida de los anunciados que les imposibilite seguir con la lidia. En ese caso, tiene que matar cuantos toros resten para completar el encierro. Suele ser costumbre que los matadores le cedan un quite.

El paseíllo
Imagínese por un momento que, cumplidos todos los trámites y ceremonias que hombres y animales cumplen antes de la corrida, ya está todo el público, por fin, sentado en su localidad de una plaza importante. Lo que sigue es, en su orden y en su variedad, si no todo —porque todo lo que ocurre o puede ocurrir en una plaza, incluso sólo en la pura lidia, resulta casi inabarcable— sí lo más sustancioso y habitual que el espectador puede presenciar en una tarde de toros.
A las cinco en punto de la tarde, hora solar, o a la hora en que esté anunciada la corrida, el presidente muestra sobre el tapiz de la delantera del palco, un pañuelo blanco. Sonarán clarines y timbales y empieza el paseíllo.
Los alguacilillos, apareciendo por la puerta grande se dirigen hacia el palco presidencial. Solicitan la venia destocándose y, tras la respuesta del presidente —siempre la misma en ésta y sucesivas ocasiones— que se pone en pie, recorren cada uno el semicírculo de la barrera de su lado (yendo juntos si lo que se celebra es una novillada) y marchan hasta la puerta de cuadrillas, abierta de par en par, donde se emparejan de nuevo para encabezar el desfile de los participantes en la corrida, es decir el paseíllo.
 
 



 


El orden y posición de las cuadrillas está perfectamente reglamentado. A los alguacilillos les siguen los matadores en una hilera de tres: vistos de espaldas, el más antiguo se sitúa a la izquierda, el más moderno en el centro y al lado derecho el que por veteranía profesional se encuentre entre ambos. Tras ellos, los banderilleros de las respectivas cuadrillas por orden de antigüedad y respetando de izquierda a derecha la antigüedad de los componentes de cada una. A continuación, de dos en dos, y por cuadrillas, marchan los picadores en sus caballos y sin pica, a la izquierda el más antiguo, a la derecha el más nuevo. Monosabios, areneros y el tiro o tiros de mulillas cierran el paseíllo.
Matadores y banderilleros visten con los capotes de paseo. Todos marchan cubiertos a excepción de aquellos que torean por primera vez en una plaza, los novilleros que toman la alternativa de matadores de toros y, sólo en la plaza de Madrid, los que la confirman.
Se encaminan hacia el palco presidencial, frente al que se destocan según llegan y van rompiendo la formación.
Los de a pie suelen entregar, como signo de deferencia, sus capotes de lujo a invitados o autoridades situados en la que se denomina zona de capotes, que quedan luego adornando la barrera en el curso del espectáculo. Uno de los alguacilillos entrega la llave de los chiqueros al chulo de toriles y luego descabalgados los dos, se sitúan en el callejón. Los areneros limpian el ruedo y cuando todo está en orden, el presidente, sacando su pañuelo blanco ordena que salga el primer toro.


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