Indice EXILIO BABILÓNICO Página Principal |
|
|
(exilio.htm; versión al 8.6.2000)
XXXI) La época del exilio
babilónico
Comenzó con la primera
deportación en el 597 aC. En ésta "época" no hay que excluir a los anawin que
quedan en Judea, la que no queda "paralizada" totalmente.
En Babilonia el rey Jeconías o Joaquin, que vivía en el exilio, fue "indultado" y logró obtener ciertos privilegios del rey babilónico (2 Re 25,27-30): "El año treinta y siete del destierro de Jeconías de Judá, el día veinticuatro del mes doce, Evil Merodac, rey de Babilonia, en el año de su subida al trono, concedió gracia a Jeconías de Judá y lo sacó de la cárcel. Le prometió su favor y colocó su trono más alto que los de los otros reyes que había con él en Babilonia. Le cambió el traje de preso y le hizo comer a su mesa mientras vivió. Y mientras vivió se le pasaba una pensión diaria de parte del rey"En el año 37 después de la deportación fue liberado de su internamiento y se le otorgó el derecho de comer en la corte babilónica. Habían esperanzas de retorno. Pero dicho retorno vendrá por otro lado: Ciro, futuro rey de Persia, y que el profeta Isaías verá como un ungido de Dios. En general se puede decir que la praxis empleada por los babilónicos para sus deportaciones fue menos fuerte que la de los asirios. Se cree que los deportados permanecieron juntos; en cambio no sabemos qué poblaciones extranjeras se afincaron sistemáticamente en Judá. El motivo de las deportaciones pudo consistir en los reiterados brotes de movimientos de resistencia. Entre los deportados está Ezequiel, el sacerdote y profeta(1). Sobre las circunstancias concretas de su vida es poco lo que sabemos. Se formaron tal vez colonias de judíos, en las que los deportados vivían y con las que también era posible comunicarse por cartas (Jer 29). Conocido es el nombre de Tel-Abib (Ez 3,15) para designar una de las colonias. En el año 1909, 60 familias judías fundaron al norte de Jaffa una colonia judía y le dieron el nombre de Tel-Abib en recuerdo de la antigua localidad del exilio babilónico. XXXII) Los esfuerzos por restaurar el pasado 1. Por desgracia la investigación está aún lejos de poder dar una explicación convincente de la situación que ocupa el documento sacerdotal (P) en la historia y el culto de Israel, como fue posible para el Dt. Ante todo P no es una obra literaria que ofrezca al lector explicaciones solícitas y elocuentes sobre sí misma; al contrario, las tradiciones individuales y en particular, las prescripciones sagradas, más o menos revestidas con elementos históricos, aparecen en este documento desprovistas de cualquier interpretación. Por el hecho de limitarse a normas sagradas, resulta todavía más difícil precisar su situación exacta en la historia de Israel(v Rad1,113-114). El Deuteronomio emprendió la atrevida tarea de organizar la vida entera de Israel, en cambio los materiales exclusivamente sagrados de P provienen del ámbito cultual, menos influenciado por la historia. El documento sacerdotal es un programa de culto: "Como era en otros tiempos así tiene que ser ahora". Su intención es fijar las normas que Yahvéh manifestó en la historia para el bien de Israel, y legitimarlas, indicando su situación respectiva en la historia de la salvación (v Rad 1,114). Desde hace mucho tiempo se considera un indicio importante para datar el P, el relieve particular que da este documento al sábado y a la circuncisión. Aunque estas prácticas se observaron en Israel desde tiempos antiguos. Durante el exilio en Babilonia los desterrados vivían en un pueblo que no practicaba la circuncisión, esta costumbre tradicional se debió convertir en un signo distintivo. Una cosa parecida sucedió con el sábado, pues, en el extranjero, en "el país impuro" (Ez 4,13) debía cesar el culto sacrificial. Tanto más intenso debió ser el significado confesional de aquellas prácticas que continuaban siendo obligatorias sin el altar. Así fue como el sábado y la circuncisión adquirieron por primera vez en el exilio el significado de una profesión de fe y lo siguieron conservando a través de los siglos (v Rad 1,116)(2). 2. Para comprender debidamente la situación cultual de Israel y sus posibilidades en el período siguiente a la catástrofe del 587, debemos tener en cuenta que los neobabilonios, debido según parece a su propia debilidad, se alejaron en dos aspectos del método usado en las deportaciones: no dispersaron a los deportados ni los llevaron a las provincias fronterizas y, en segundo lugar, no instalaron colonos extranjeros en la provincia despoblada. Los asirios habían llevado a término estas dos medidas cuando destruyeron el reino del norte, y de este modo borraron para siempre el reino de Israel de la historia. 135 años más tarde la situación era diversa. La deportación de las clases superiores judías terminó en una especie de reclusión en Babilonia, y si prescindimos de las infiltraciones de los países vecinos en las regiones oriental y sur de Judá, los que permanecieron en el país gozaron de cierta autonomía. Los deportados mantenían vinculaciones muy vivas con los que se quedaron en el país. Un hermoso ejemplo es la carta de Jeremías a los exiliados (Jer 29,1s.; comparar con Ez 33,21). Es interesante observar cómo aquellos que permanecieron en la nación se designaban a sí mismos los verdaderos herederos de la promesa de Yahvéh, una pretensión contratada por los desterrados (Ez 11,15 y 33,24). Los estudios recientes han descartado la idea según la cual, el país superó estos 50 años casi completamente despoblado y quedó paralizada su actividad cultual y religiosa. En realidad sólo fueron deportados los estratos dirigenciales de la población, mientras que los labradores, viñadores y siervos seguían viviendo en Judá (2 Re 25,12). Las actividades cultuales quedaron muy reducidas y cuantos vivían en el país, se encontraron sumergidos en la mísera condición de fellahin (Lam 5,4 s. 9.13). También el culto debió hallarse en un situación parecida, pues el templo había sido destruido; aunque existía durante este período un altar y la degradación del lugar santo no logró alejar el culto de este lugar; así lo muestra la historia de los 80 varones de Siquem, Silo y Samaría que vinieron con ofrendas a la "casa de Yahvéh" (Jer 41,5s) (v Rad 1,117-118). La fuente más importante para conocer el estado de Jerusalén y Judá durante este tiempo son las lamentaciones. Nos muestra cuan difícil resultó a los supervivientes superar internamente la catástrofe con todas sus consecuencias. Una y otra vez sentimos en este libro autoacusaciones y reflexiones sobre la magnitud de la propia culpa y la de cuantos tuvieron una responsabilidad particular. Esto era propio del estilo cultual; en las grandes calamidades el hombre se acusaba ante la divinidad y celebraba la justicia de su intervención. Pero esto no implica que los fieles no tomaran en serio sus autoacusaciones. Es probable que la situación religiosa y cultual de esta época fuera muy sombría. El templo estaba desolado, las grandes solemnidades cesaron, no existían fiestas, el culto debía improvisarse sobre un altar de emergencia: era tiempo de ayuno y de duelo (Zac 7,1s.). Los salmos 44 y 74, en particular, nos permiten conocer cómo se celebraban las lamentaciones públicas, organizadas por quienes habían quedado en el país. La súplica por la restauración del pasado: "Renueva los tiempos pasados" (Lam 5,21), caracterizan el estado de ánimo de esta época. El deuteronomista es otro testimonio más de este estado de ánimo penitencial. Su obra quiere dar una motivación teológica de la destrucción de Israel en las catástrofes del 721 y 587. Su origen se explica mejor entre los que permanecieron en Palestina. El deuteronomista examina, página por página, la historia del pasado y la conclusión es evidente: la culpa del desastre no recae sobre Yahvéh, su paciencia y su prontitud para perdonar, sino sobre el pueblo que se alejó de Yahvéh y no guardó sus mandamientos. Por esto vino sobe Israel y Judá el castigo que Dios les había prometido si despreciaban sus mandamientos; y aquí el autor se refería sobre todo a las maldiciones del Deuteronomio (Dt 28s.). Después de lo dicho, no se puede dudar que la religión yahvista y su transmisión se mantuvieron vivas entre aquellos que permanecieron en Judá. Sin embargo su vida cultual debió ser muy confusa. Los que tenían un cargo oficial, los exponentes y portavoces de esta fe yahvista, habían sido deportados; de este modo, los estratos sociales menos cultos se encontraron abandonados a sus propias fuerzas y quizás volvieron a algunas prácticas cultuales ya presentes en Judá y Jerusalén durante el último período de la monarquía, prácticas, que la reforma de Josías no consiguió eliminar (v Rad 1,118-119). (v Rad 1, 118-119). 3. Mucho más movida fue la vida espiritual de los exiliados, esto no debe extrañarnos, pues ellos constituían la dirigencia intelectual de la nación: los sacerdotes, los profetas y todos los empleados de la corte. Los profetas Jeremías y Ezequiel se pusieron declaradamente de su parte; a ellos dirigieron sus promesas de salvación e impugnaron las pretensiones de prioridad de quienes permanecieron en el país (Ez 11,15s.; 33,24). Estos son los higos malos, los desterrados son los buenos (Jer 24,1s.). En su seno se resolvieron, de hecho, los problemas derivados de una situación histórica completamente nueva, y fueron en definitiva, quienes dieron los impulsos más decisivos para la reconstrucción del país después del exilio. Jeremías y Ezequiel hablaron de la "nueva realidad" que Yahvéh iba a crear, una nueva alianza, la nueva Jerusalén y el nuevo éxodo. Pero resulta difícil medir el éxito de estas afirmaciones entre sus conciudadanos. Tanto más comprensible es la desesperación que se apoderó de este primer grupo de exiliados cuando conocieron la destrucción de Jerusalén y del templo: "Nuestros huesos están calcinados, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos" (Ez 37,11). Para comprender su situación, debemos partir de una idea cultual muy elemental: el país donde habitaban era un país impuro (Ez 4,13). Por esto, no podían ni siquiera pensar en proseguir allí el culto de Yahvéh en su forma tradicional. La condición indispensable para ello hubiera sido que Yahvéh escogiera allí mismo un lugar "donde se invocase su nombre"; lo cual no ocurrió. (v Rad 1,120). La observancia del sábado y la circuncisión se convirtieron en una verdadera profesión de fe. En esta época se les empezó a considerar "signos de la alianza" y la observancia de los mismos decidía sobre la pertenencia a Yahvéh y a su pueblo (v Rad 1,121). La amnistía concedida al rey Joaquín y su liberación de la cárcel hacia el 561 debieron causar una profunda conmoción entre los exiliados (2 Re 25,27s.); ésta aumentó aún más con la aparición de Ciro y su marcha triunfal a través del oriente medio, que tarde o temprano llegaría hasta el imperio babilónico, pues Ciro se había construído, con una rapidez increíble, un imperio que se extendía desde el Indo, en el oriente, hasta el Egeo, en occidente (v Rad 1,122).
(1)En el libro de Ezequiel se encuentra el término especial para designar al grupo llevado al exilio, la palabra "gola" =deportados (Ez 1,1; 3,11). (2)K. Elliger considera P como un escrito destinado a los exiliados, los cuales, a semejanza de la generación del desierto, tenían que vivir lejos de la tierra prometida. [Indice][Subir] |